Mujeres indígenas, procesos organizativos y políticas de desarrollo rural. El caso de Nazareno, Salta (Argentina),

de Emilia Villagra y María Paula Milana, Revista TEFROS, Vol. 22, N° 2, artículos originales, julio-diciembre 2024: 115-144.

En línea: julio de 2024. ISSN 1669-726X

 

Cita recomendada:

E. Villagra y M. P. Milana, Mujeres indígenas, procesos organizativos y políticas de desarrollo rural. El caso de Nazareno, Salta (Argentina), Revista TEFROS, Vol. 22, N° 2, artículos originales, julio-diciembre 2024: 115-144.

 

 

Mujeres indígenas, procesos organizativos y políticas de desarrollo rural. El caso de Nazareno, Salta (Argentina)

 

Indigenous women, organisational processes and rural development policies. The case of Nazareno, Salta (Argentina)

 

Mulheres indígenas, processos organizacionais e políticas de desenvolvimento rural. O caso de Nazareno, Salta (Argentina)

 

Emilia Villagra

Instituto de Estudios en Comunicación, Expresión y Tecnologías

Facultad de Ciencias de la Comunicación, Universidad Nacional de Córdoba

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas

Córdoba, Argentina

Contacto: emilia.villagra@unc.edu.ar  - ORCID: http://orcid.org/0000-0002-5639-7997

 

María Paula Milana

Instituto de Investigaciones en Ciencias Sociales y Humanidades

Facultad de Humanidades, Universidad Nacional de Salta

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas

Salta, Argentina

Contacto: mpaulamilana@gmail.com - ORCID: https://orcid.org/0000-0001-9564-8763

 

Fecha de presentación: 29 de marzo de 2024

Fecha de aceptación: 30 de junio de 2024

 

Resumen

En este artículo reflexionamos sobre el lugar de las mujeres indígenas en los procesos de organización política y desarrollo rural del municipio de Nazareno, ubicado en los Valles interandinos (noroeste de la provincia de Salta, Argentina). Para ello presentamos una lectura de estos procesos desde una perspectiva genealógica y etnográfica, basada en dos movimientos analíticos: una relectura de antecedentes académicos que dan cuenta de múltiples programas implementados en la zona entre 1983 y 2003, y un contrapunto de estas lecturas con las narrativas de vida de tres mujeres que protagonizaron esos procesos, reconstruidas en el marco de un trabajo etnográfico colaborativo. El objetivo es analizar los lineamientos y las prácticas sobre las cuales se consolidó un discurso en torno a la mujer rural, así como las estrategias, apropiaciones y reivindicaciones políticas que las propias mujeres realizaron de ellos en el marco de la construcción colectiva de la lucha por el territorio.

Palabras clave: mujeres indígenas; desarrollo; política; procesos organizativos; Salta

 

Abstract

In this article, we reflect on the place of indigenous women in the processes of political organisation and rural development of the municipality of Nazareno, located in the inter-Andean Valleys (northwest of the Salta province, Argentina). To achieve this, we present an analysis of these processes from a genealogical and ethnographic perspective, based on two analytical movements: a reexamination of academic antecedents that document multiple programs implemented between 1983 and 2003, and a counterpoint to these readings, with three women’s life narratives on these processes, reconstructed within the framework of collaborative ethnographic work. The objective is to analyse the guidelines and practices upon which a discourse around rural women was consolidated, as well as the strategies, appropriations and political demands that the women themselves made of them within the framework of the collective construction of the struggle for the territory.

Keywords: indigenous women; develop; policy; organizational processes; Salta

 

Resumo

Neste artigo, refletimos sobre o lugar das mulheres indígenas nos processos de organização política e desenvolvimento rural do município de Nazareno, nos vales Interandinos (noroeste da província de Salta, Argentina). Para isso, apresentamos uma leitura desses processos a partir de numa perspectiva genealógica e etnográfica, baseada em dois movimentos analíticos: uma releitura dos antecedentes acadêmicos sobre múltiplos programas implementados entre 1983 e 2003, e um contraponto a essas leituras com as narrativas de vida de três mulheres que protagonizaram esses processos, reconstruídas no âmbito do trabalho etnográfico colaborativo. O objetivo é analisar as diretrizes e práticas sobre as quais se consolidou um discurso em torno da mulher rural, bem como as estratégias, apropriações e reivindicações políticas que as próprias mulheres fizeram de si no quadro da construção coletiva da luta pelo território.

Palavras-chave: mulheres indígenas; desenvolvimento; política; processos organizacionais; Salta.

 

Introducción

Los debates y la problematización sobre el desarrollo como política estatal y como concepto, remiten a una larga trayectoria marcada por profusas discusiones en torno a intervenciones de gobiernos, organismos de financiamiento internacional y contribuciones académicas preocupadas en definir objetivos, sujetos destinatarios, estrategias e instrumentos para alcanzar determinadas metas o propuestas[1].

El nacimiento del enfoque de la modernización en 1945, en un contexto de posguerra influenciado por el dominio de Estados Unidos, marcó un hito en la consolidación del desarrollo como política internacional con pretensión universal, en pos de expandir un modelo de industrialización, tecnificación y comercialización en países considerados “subdesarrollados” (Escobar, 1998). Desde una mirada dicotómica entre países modernos (industriales) y atrasados (rurales y agrarios), se postulaba que estos últimos debían alcanzar un ideal de desarrollo basado en el avance infraestructural y la inversión de capitales extranjeros. Posteriormente, entre 1960 y 1970, la Teoría de la Dependencia representó una ruptura respecto al pensamiento de que para alcanzar el desarrollo debía promoverse un sistema global de capitalismo internacional. Los teóricos de esta corriente argumentaban que el problema radicaba en la relación centro/periferia, la cual generaba una posición de dependencia de los países subdesarrollados respecto a los dominantes (Prebisch; 1967; Dos Santos, 1970; Sunkel, 1971).

En Argentina, el modelo de desarrollo agrario históricamente predominante se ha caracterizado por un modo de producción capitalista focalizado en el fortalecimiento del sector productivo agroindustrial, excluyente de productores campesinos e indígenas. Este modelo agroexportador y extractivista terminó de consolidarse durante la última dictadura militar entre 1976 y 1983, mediante la aplicación sistemática de políticas neoliberales basadas en un alto endeudamiento y desmantelamiento estatal. En ese contexto de apertura internacional, la presencia de organismos como la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el Banco Interamericano para el Desarrollo (BID) y el Banco Mundial (BM), conllevó operativizar lógicas y directrices orientadas a superar la situación de pobreza estructural y promover el crecimiento económico en zonas consideradas atrasadas. El horizonte del desarrollo rural cobró sentido como práctica de intervención para mejorar las condiciones de vida a través de la ejecución de planes o programas que articulaban políticas sociales, económicas y productivas con el objetivo de acelerar las transformaciones espaciales.

Durante la década de 1980, organismos como el BID y el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA) destinaron una serie de recursos para promover obras e incentivar servicios orientados al campo de la salud y educación, estableciendo directrices de incentivo al desarrollo desde una lógica social y humana[2]. Entre ellos se destaca el Programa de Apoyo a los Pequeños Productores del Noroeste Argentino (PNOA) y, dentro de éste, programas y proyectos que tenían como población objetivo a la mujer rural: el Programa de Apoyo a la Integración de la Mujer Rural en el departamento de Cachi (provincia de Salta) y el Programa de Apoyo a la Incorporación de la Mujer, así como el Proyecto de Apoyo a la Incorporación de la Mujer al Programa NOA, este último ejecutado en las seis provincias de la Región NOA (Lattuada, 2014)[3].

Posteriormente, en el marco del Consenso de Washington entre 1990-2003, el desarrollo rural comenzó a ganar relevancia en una coyuntura que abogaba por un único modelo de desarrollo cuyas fronteras abiertas fortalecerían al mercado como principal financiador y distribuidor de los recursos. Alineado con las imposiciones del ajuste estructural, esta perspectiva se consolidó sobre la base de un paradigma que minimizó el rol del Estado y promovió programas asistenciales destinados a aquellos que se encontraban en una situación de exclusión económica. Entre ellos se destaca el Programa de Pequeños Productores del Noreste Argentino (PNEA), el Programa de Desarrollo Rural del Noreste Argentino (PRODERNEA), el Programa Social Agropecuario (PSA) y el Proyecto de Desarrollo para Pequeños Productores Agropecuarios (PROINDER) (Jara et. al., 2019). Estos proyectos prestaban asistencia técnica para diseñar estrategias de fortalecimiento de capacidades locales, con asesoramiento de dependencias estatales ocupadas de fomentar una mejora de las condiciones de producción alimentaria, la creación de empresas individuales y la intensificación de actividades productivas.

Como señala Lattuada, en este período la población objetivo pasó a denominarse “población vulnerable” (ibid., p. 31), haciendo referencia al sujeto campesino, la mujer y el joven como pobres rurales, sin que esta nominación estuviera necesariamente vinculada con su desempeño en actividades agrícolas, aunque sí con constricciones de carácter social y cultural que impedían, según esta perspectiva, una mejora en sus condiciones de vida. En ese marco, la mayoría de las mujeres eran registradas dentro de la categoría de inactivas, ya que además de sus escasas posibilidades de acceder a un empleo formal, sus tareas reproductivas no contaban con remuneración. No obstante, los programas de desarrollo rural fueron incorporando progresivamente una perspectiva de género que buscaba la integración, equidad y participación de ambos sexos en las actividades económicas, productivas y políticas. Para ello, se llevó a cabo una estrategia basada en la organización de “grupos de mujeres” (Castelnuovo Biraben, 2013, p. 14), en los que participaban desempeñando un papel activo en los procesos de desarrollo.

La tematización de este asunto ha sido de interés del campo académico argentino, especialmente para la antropología y la sociología que se han ocupado de estudiar procesos de desarrollo en poblaciones campesinas o pueblos indígenas, basándose en un estudio de los distintos enfoques y alternativas del desarrollo medidos en términos de éxito o fracaso (Manzanal, 2000; Domínguez, 2008; Lattuada, 2014). En algunos casos, se centran en las mujeres campesinas o indígenas, recuperando formas de participación política, organización y liderazgo, así como su involucramiento en procesos económicos, productivos y territoriales. Estos trabajos exploran los campos de interlocución entre Estado, ONG’s y mujeres indígenas, reflexionando sobre el entrecruzamiento de demandas en clave de género, raza, etnia o clase (Castelnuovo Biraben, 2010, 2012 y 2013; Castelnuovo Biraben y Boivin, 2014; Gómez, 2014 y 2020; Rizzo, 2014; Gómez y Sciortino, 2018; Denuncio, 2020; Aguirre, 2020; Sciortino, 2021; Trentini, 2021).

En el marco de estos procesos de organización y politización, donde se han desplegado diversas políticas de desarrollo para gestionar el problema de la pobreza estructural, nos preguntamos cómo se imbrican dichas políticas con los procesos organizativos indígenas y, específicamente, qué roles han ocupado las mujeres en el municipio de Nazareno, ubicado en los Valles interandinos –también conocidos como valles de altura o intermontanos–, al noroeste de la provincia de Salta (Argentina)[4]. Los mismos se extienden desde la precordillera salto-jujeña al oeste hasta las sierras subandinas al este, y además de Nazareno incluyen a los municipios de Santa Victoria Oeste, Iruya, Los Toldos y parte de Orán. Allí pueden distinguirse comunidades indígenas auto-reconocidas como parte del pueblo kolla, cuyos integrantes actualmente practican la agricultura y ganadería para el autoconsumo, intercambio y comercialización a baja escala, en algunos casos en combinación con la extracción de laja, trabajo en dependencias locales, u otras actividades –venta de trabajo en la agroindustria, servicio doméstico, comercio, albañilería y construcción– que conllevan migraciones estacionales de un importante porcentaje de familias. Asimismo, un sector importante de la región se caracteriza por una posesión precaria de las tierras, tratándose de un cuadro de inseguridad jurídica combinado con escasez monetaria[5].

De acuerdo al panorama esbozado, este artículo reflexiona sobre el lugar de las mujeres indígenas en los procesos de organización política del municipio de Nazareno, con el objetivo de analizar las prácticas y lineamientos llevados a cabo a través de programas destinados a la mujer rural, así como las resignificaciones que las mujeres hicieron de ellos en el marco de la construcción colectiva de la lucha por el territorio. Para ello recurrimos a nuestro trabajo etnográfico y a un ejercicio genealógico (Foucault, 2004) que parte del supuesto de que las condiciones de emergencia del sujeto mujer rural e indígena[6] en Nazareno obedecen tanto al despliegue de estos programas de desarrollo rural entre 1983 y 2003[7] –que dejaron su huella en las subjetividades políticas– como a la agencia singular de estas mujeres en las organizaciones locales. Esto implica entramar dos movimientos analíticos: un estado del arte sobre antecedentes académicos que han relevado discursos e intervenciones que contribuyeron a la implementación de políticas de desarrollo entre los valles interandinos, y un contrapunto de estas lecturas con las narrativas de vida de tres mujeres que protagonizaron esos procesos, suscitadas en el marco de nuestro trabajo de campo.

El artículo se estructura de la siguiente manera. En primer lugar, explicitamos los lineamientos teórico-metodológicos de nuestra investigación, reconstruyendo los contextos de trabajo con la Asociación de Comunidades Aborígenes de Nazareno (OCAN)[8] y el grupo Warmis de Nazareno[9]. En segundo lugar, presentamos un corpus de antecedentes académicos que caracteriza las políticas de desarrollo implementadas en los valles interandinos, focalizando en aspectos que aluden al sujeto mujeres rurales e indígenas. En tercer lugar, recuperamos las narrativas de vida de tres mujeres que participaron en un taller que coordinamos, convocado por el grupo Warmis, mostrando cómo vivenciaron su participación, articularon redes y construyeron sus propios posicionamientos. A modo de cierre, analizamos los papeles asignados a las mujeres en los programas de desarrollo y su relación con los roles desempeñados en los procesos organizativos, aportando algunas reflexiones en torno a la situación de las mujeres y sus derechos.

 

Acerca del enfoque teórico-metodológico y de los insumos de esta investigación

Desde hace una década, nuestras trayectorias de investigación se han nutrido de los procesos políticos de la OCAN, participando en asambleas, reuniones y talleres realizados en el municipio de Nazareno, donde se abordan problemáticas relacionadas con el territorio, servicios básicos, derechos, educación, comunicación y agricultura familiar. Desde recorridos personales y profesionales en el campo antropológico y comunicacional, nos involucramos con estas discusiones y demandas, gestionando proyectos de extensión universitaria y participando en la formulación, ejecución y rendición de diversos programas estatales. Nuestros proyectos de investigación, financiados por becas doctorales y postdoctorales del CONICET, se centraron en estudiar los procesos organizativos indígenas en los valles interandinos y la exigencia de títulos comunitarios de sus tierras, entre otras demandas territoriales. Desde un abordaje interdisciplinario, analizamos las relaciones entre actores religiosos y estatales a partir de prácticas de gobierno permeadas por el discurso del desarrollo y los derechos humanos. De esa manera, reconstruimos modalidades de intervención enmarcadas en programas que contribuyeron a la formación de animadores, promotores comunitarios, productores, técnicos idóneos y líderes indígenas (Milana y Villagra, 2020; Villagra y Milana, 2022).

A partir de este análisis, advertimos la emergencia de problemáticas vinculadas a modalidades de organización política de mujeres indígenas, especialmente cuando un grupo de mujeres de Nazareno empezaron a juntarse a tejer durante el periodo de aislamiento en la pandemia por el COVID-19, habilitando un espacio para abordar colectivamente problemas vinculados al uso de las tierras, en una coyuntura donde las asambleas convocadas por la OCAN destinadas a tal fin se encontraban suspendidas. En 2021, una integrante del grupo nos convocó para colaborar en la búsqueda de financiamiento que les permitiera sostener las reuniones. La convocatoria del programa Liderando desde el Sur (LDS) del Fondo de Mujeres del Sur (FMS) resultó una opción viable para fortalecer la experiencia de organización de las mujeres y su trabajo artesanal con los tejidos[10]. El proyecto resultó ganador por un periodo de cinco años (2021-2025)[11] y ha movilizado la conformación del grupo Warmis de Nazareno, un espacio de mujeres con reuniones periódicas, encuentros de tejido y talleres en torno a temáticas asociadas a la recuperación y puesta en valor de saberes y memorias[12] (Milana y Villagra, 2023).

Actualmente, continuamos gestionando dicho proyecto junto al grupo de mujeres. Esta experiencia compartida posibilita inscribir nuestras indagaciones en el campo de las etnografías colaborativas y comprometidas, en la medida que suponen formas de investigar que ponen en juego articulaciones interinstitucionales e interdisciplinarias, en diálogo y tensión con los procesos políticos de los territorios donde se trabaja (Katzer, 2011 y 2019). Esto implica reconocer que se trata siempre de una coproducción de conocimiento, nunca individual ni exenta de asimetrías, que presenta múltiples desafíos (Briones, 2013; Kennemore y Postero, 2020). Allí radica el esfuerzo por construir un posicionamiento epistemológico crítico que logre aunar el compromiso del quehacer etnográfico con los contextos y las agendas explicativas de las personas con quienes trabajamos.

Del mismo modo, el interés por comprender los procesos de organización política del colectivo Warmis de Nazareno desde este enfoque colaborativo ha implicado adoptar una perspectiva de género, la cual aporta elementos fecundos para analizar los modos en que la lucha por el territorio se imbrica con la producción de la vida, sin perder de vista las condiciones de subordinación que afectan a las mujeres indígenas, considerando las relaciones sociales de desigualdad que se reproducen en el marco de una estructura colonial y patriarcal, visible en sus trayectorias de vida. Resulta relevante destacar que los insumos de este trabajo pertenecen a las voces de las propias mujeres donde problematizan particulares construcciones de género desde sus propias vivencias, registradas en talleres realizados en co-labor en el marco del proyecto.

Sumado a lo antedicho, en 2023 participamos del Proyecto Cuidados Comunitarios, financiado por la Asociación Lola Mora y ONU Mujeres, y elaboramos un informe sobre la relación entre mujeres, ruralidad y cuidados en el municipio de Nazareno, considerando la dimensión de género y formas de trabajo económico-productivas[13]. Esta investigación incluyó la construcción de un estado del arte sobre cuidados y mujeres rurales, un mapeo de políticas públicas a nivel nacional, provincial y local, y la realización de trabajo de campo. Parte de aquella sistematización es recuperada en este trabajo.

A partir de estos recorridos, pretendemos dar cuenta de la singularidad de los procesos organizativos de Nazareno centrándonos en el lugar de la mujer rural e indígena en diferentes programas de desarrollo, a la par de poner en primer plano las voces de las mujeres, incorporando sus experiencias en el marco de los procesos a analizar. Recuperando una perspectiva genealógica, esto significa dar cuenta de saberes y prácticas que emergen en las luchas del presente (Foucault, 1996) y, a contrapelo de una perspectiva evolucionista o lineal de la historia, implica situar “la singularidad de los acontecimientos” (Foucault, 2004, p. 11-12) en múltiples y diferentes escenarios posibles, permitiendo explorar las condiciones de posibilidad que dan lugar a clasificaciones y nominaciones hegemónicas, así como a “saberes sometidos”, singulares y locales, descalificados como “no conceptuales” (Foucault, 2000, p. 21).

 

Antecedentes sobre la mujer rural, política y desarrollo en los valles interandinos

A partir de 1983, con el retorno de la democracia en Argentina, en los valles interandinos se llevaron a cabo múltiples políticas de desarrollo que buscaban gestionar la “pobreza” de las poblaciones (Álvarez Leguizamón, 2008), revalorizando las formas de vida locales desde la promoción comunitaria (Torres y Torres, 2010). Estas iniciativas fueron ejecutadas por un conjunto de agentes religiosos y estatales, y respaldadas financieramente por organismos internacionales. En este apartado presentamos un corpus de antecedentes que aborda esas prácticas de intervención, comenzando por el trabajo realizado por la Prelatura de Humahuaca, la Obra Claretiana para el Desarrollo (OCLADE)[14]. Estos agentes ejecutaron una serie de programas en los municipios de Iruya, Nazareno y Santa Victoria de la provincia de Salta, entre cuyas líneas de financiamiento figuraba la inclusión de la mujer rural en planes de alfabetización, salud y alimentación.

En el campo de los cuidados materno-infantiles, Occhipinti (2003) revisa desde una perspectiva de género la imagen de la “mujer andina” construida y promovida por OCLADE entre 1983 y 1996 bajo un discurso integracionista desde el cual las mujeres eran consideradas “en vías de desarrollo” (2003, p. 128), y señala la creación de dos programas importantes, Promoción de la Mujer en la Puna; y Yachay: Desarrollo y Educación Infantil en Comunidades Collas. Por medio de estos se buscaba mejorar la alfabetización de las mujeres y erradicar la desnutrición de los niños, con el objetivo principal de fortalecer sus roles como “mujeres dentro de la familia” y como “mamás cuidadoras”, delegándoles la responsabilidad de la salud y educación de sus hijos.

En el caso del programa Yachay, que contaba con 4000 beneficiarios (menores de seis años, mujeres embarazadas y madres lactantes), se disponía la organización de salas infantiles para niños de dos a cinco años, expuestos a riesgo alimentario por encontrarse en la transición del fin de la lactancia materna a la incorporación de comedores escolares (Álvarez et al., 2005). Estas salitas funcionaban con el nombre de Centros Lúdicos Comunitarios de Educación Inicial y estaban a cargo de “mamás cuidadoras” que luego pasarían a llamarse “educadoras infantiles”, cuyo perfil era el de madre joven capacitada para brindar herramientas vinculadas a la estimulación de la motricidad y la socialización de las infancias. Estas mujeres contaban con una remuneración mensual y se organizaban mediante funciones rotativas con otras madres (Milana, 2019).

En el marco de una revisión del diseño y aplicación de programas de desarrollo infantil en América Latina, Lascano (2002), quien fue director del programa Yachay, analiza su implementación desde la perspectiva de la “resiliencia”[15], describiéndolo como una iniciativa que fortalecía a “la familia como fuente de cuidados, protección y alimentos” y permitía el “acceso al agua potable, a los servicios hospitalarios y a la iglesia local” (ibid., p. 32). Para este autor, el programa permitía superar problemas de desnutrición mediante comedores infantiles y fortalecía la educación inicial a través de centros no formales, evitando así problemas con los padres, especialmente por su ausencia “en las tareas de crianza” (ibid., p. 87)[16]. Lascano señala que fue posible adaptar el programa a “pueblos andinos” en contextos de “pobreza estructural histórica”, identificando como temáticas claves la “etnicidad, protagonismo, paternidad y, en nuestro caso, espiritualidad” (ibid., p. 89). Así, mediante este programa, las mujeres establecían “un vínculo afectuoso basado en la valoración de las cosas que hacen”, contrarrestando su “baja autoestima” y las “carencias en su participación” (ibid., p. 93), a la par de capacitarlas en el modo de tratar a sus hijos.

En contrapunto, para Occhipinti (2003, p. 128), el programa Yachay asumía que “los problemas de salud, educación y familia eran [...] problemas de las mujeres”, por lo tanto, ellas debían encargarse de que los niños asistieran regularmente. A su vez, al centrar el tratamiento de la pobreza en resolver la falta de cuidado en salud y educación, se favorecía una marcación de las mujeres como malas madres cuando los programas no lograban ser exitosos, llegando incluso a sospechar de sus prácticas culturales de alimentación hacia los niños. No obstante, la autora destaca el papel de las mujeres dentro de la economía familiar y el trabajo agrícola, un rol que a fines de 1990 se estaba debilitando no sólo por la dificultad de competir con sus producciones en el mercado, sino por la predominancia de los hombres otorgada por los proyectos de desarrollo y que contribuyó a vincular la figura del hombre con “tareas pesadas” de la agricultura, la producción y construcción de obras, siendo destinatario y actor central de proyectos varios. Esta tendencia a limitar la autonomía de las mujeres –posicionándola sólo como madre y obliterando su rol dentro de la economía familiar y las labores agrícolas–, según la autora, se fortaleció aún más en las políticas ejecutadas posteriormente, las cuales insistían en ignorar “el papel de las mujeres dentro de las estrategias de producción de la familia” (ibid., p. 135).

En relación al campo de la salud y sus accesos diferenciales, el trabajo de Alicia Torres y Tomás Torres (2010) sobre las desigualdades e inequidades en el acceso a una vida sin enfermedades o muerte prematura, incluye testimonios, vivencias y datos estadísticos de los municipios de Iruya, Nazareno y Santa Victoria, enmarcados en su labor como socios fundadores e integrantes de OCLADE. A partir de un trabajo socio territorial centrado en la realización de talleres e incentivo a la participación, muestran una valoración general de las mujeres como quienes “tienen menos que perder” (ibid., p. 101) porque en general no cuentan con fuentes laborales[17].

Estos autores reflexionan sobre el proceso de institucionalización del programa de Atención Primaria de la Salud (APS) entre 1978 y 2008. El APS buscaba fortalecer la capacidad de diálogo, comprensión y respeto cultural a través de la formación de agentes sanitarios que, a partir de un trabajo previo de capacitación, trabajaban en los llamados puestos sanitarios, ocupándose de planificar las “rondas sanitarias” para visitar y proveer de información a las familias de su sector de trabajo, especialmente a mujeres, niños y ancianos. Su objetivo es registrar y actualizar trimestralmente la información sobre las condiciones económicas, sociales y sanitarias de la población, al tiempo que brindar accesibilidad a determinados recursos y servicios que incluyan no sólo asistencia médica, sino respuestas a otras necesidades básicas prioritarias, como el acceso a la educación, mejoras en las condiciones de los caminos, medios de comunicación, desarrollo infantil y “promoción de la mujer”[18].

En relación a las acciones previstas y coordinadas para abordar dicha promoción, los autores refieren a la articulación con OCLADE en la identificación de demandas y problemáticas específicas, como la falta de acceso a información y controles ginecológicos, obstétricos y de salud sexual. Así, se implementaban prácticas de intervención y modificación de la dieta alimentaria, higiene, control y seguimiento de embarazos, promoción del parto hospitalario con acceso a cesáreas en casos necesarios y seguimiento del calendario nacional de vacunación (Álvarez et al., 2005). Uno de los principales obstáculos que Torres y Torres (2010, p. 73) perciben es “la timidez y la falta de costumbre” que impedía que las mujeres se acercaran a los hospitales, debido a los malos tratos que sufrían por parte del personal médico.

A partir de 1998, el equipo zonal de Nazareno que trabajaba con OCLADE se constituyó como una organización independiente y pasó a denominarse Organización de Comunidades Aborígenes de Nazareno (OCAN), con el objetivo de promover, tal como señala su estatuto, el desarrollo integral. En ese contexto, los proyectos comenzaron a articularse entre la OCAN y el Programa Social Agropecuario (PSA), inaugurándose un proceso más sistemático de abordaje de las “mujeres rurales” con el acompañamiento del PSA y otros organismos.

El PSA se creó en 1993 por iniciativa de la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentos de la Nación, era financiado a través del Banco Mundial y llegó a cubrir a 21 provincias del país que tenían como población objetivo a productores minifundistas. Fue considerado “uno de los dispositivos de desarrollo rural más importante” (Paulizzi, 2012, p. 66), pionero a nivel mundial en llevar a cabo políticas sociales dirigidas al sector rural, ya que priorizaba sus acciones hacia pequeños productores, mujeres, jóvenes e indígenas “por ser grupos con menores accesos al trabajo remunerado” (PSA, 2003. Citado en Paulizzi, 2012, p. 69). En relación a la mujer, se ejecutaron diversos proyectos relacionados a la mejora de viviendas, especialmente a la construcción de cocinas y baños, asumiendo como propio y exclusivo de la mujer el ámbito doméstico[19].

Desde una dimensión política del territorio, Cristina Sanz (2019), ex coordinadora del nodo Salta del PSA, analiza el papel que juegan distintos agentes del desarrollo en los municipios de Nazareno y Santa Victoria desde la década de 1990 en adelante, focalizando en el accionar entre OCLADE, el Equipo Nacional de la Pastoral Aborigen (ENDEPA) y el PSA en la creación de organizaciones de segundo grado, entre ellas la OCAN y la Unión de Comunidades Aborígenes Victoreñas (UCAV), en pos de contribuir a “una propia visión del desarrollo” (ibid., p. 222)[20]. En ese marco, los proyectos que se centraban en la organización de “grupos de mujeres” buscaban reconocer y valorar su aporte en “las familias y en las organizaciones”, fortaleciendo la “conciencia de sus derechos” y brindándoles trabajo “en el área educativa mediante un proceso de alfabetización con perspectiva de género” (ibid., p. 228).  También señala que el abordaje junto a las organizaciones en torno a problemas vinculados a la niñez, la juventud y las mujeres –específicamente la “violencia familiar”– forma parte de OCLADE, pero también de la intervención del PSA, cuyo modelo de intervención buscaba acompañar los procesos de reivindicación embanderados por las organizaciones, de manera interinstitucional (ibid., 2019, p. 241).

En el caso de Nazareno, a través del PSA, el Proyecto de Desarrollo para Pequeños Productores Agropecuarios (PROINDER), financiado por el Banco Mundial y que también incluía entre otras acciones la “mejora del entorno doméstico para mujeres rurales”, además de destinar presupuesto específico para la llamada “estrategia indígena” (Sanz, 2019, p. 239), permitió conformar una Unidad de Gestión Local (UGL) en asociación con la OCAN. El informe final de sistematización de dicha experiencia brinda una serie de datos sobre la composición familiar en Nazareno[21] y, específicamente, la percepción en torno a la situación de las mujeres, detallando como problema socioeconómico lo siguiente:

 

Como en otras comunidades andinas, la mujer es más vulnerada y afectada por la pobreza y la cultura imperante en la zona. La desvalorización y discriminación de la mujer se evidencia en frecuentes situaciones de violencia doméstica, la escasa presencia de mujeres en cargos dirigenciales y la sobrecarga laboral. Es común observar que las niñas menores de 8 años ya trabajan, situación poco frecuente en los varones. En todas las demás tareas, a excepción de traer leña y ayudar en la siembra, las niñas participan proporcionalmente mucho más que los varones en tareas como hacer la comida, cuidar hermanitos, cuidar la hacienda y lavar ropa. Ante la pregunta respecto de las principales causas de sufrimiento, las respuestas más frecuentes son: ser mujer, la soledad, la falta de estudios y las enfermedades (Tapella y Sanz, 2006, pp. 7-8).

 

En línea con estos procesos organizativos, en la ciudad de Abra Pampa en la provincia de Jujuy, la Organización de Mujeres Warmi Sayajsunqo (Mujeres Perseverantes) acababa de consolidarse como la primera ONG colla de la Puna jujeña, impulsada por una mujer ex promotora de OCLADE y el PSA que buscaba construir una organización dirigida por “gente del lugar” (Cowan Ros, 2008, p. 236). La ONG tenía como objetivo generar asistencia a pueblos indígenas. Uno de sus principales proyectos fue el Programa de Desarrollo Aborigen que permitió llevar adelante un sistema de microcréditos, los llamados “bancos collas”, que estaban destinados a organizaciones y comunidades indígenas asociadas a la ONG (Drovetta, 2007, p. 247). El mismo contó con financiamiento del Ministerio de Bienestar Social de la Nación y dos organismos internacionales, la Fundación Avina y la Inter American Foundation.

Una particularidad de esta experiencia es su implementación a cargo de mujeres, quienes se ocupaban de distribuir los créditos, generar acciones para construir comedores, curtiembres, galpones de acopio para almacenar lana y fibra, entre otras acciones. Según Drovetta (2007) era una experiencia de autoorganización de mujeres indígenas que pretendían resolver dos problemáticas: el acceso a la atención de la salud sexual en la zona y la generación de recursos en un contexto de crisis social. Para ello, llevaban a cabo programas que contaban con más de 3600 socias y socios de 79 comunidades de la Puna y Quebrada de Jujuy y de los municipios de Nazareno y Santa Victoria de Salta.

Un dato importante de este período es que tanto en la región de la Puna como la Quebrada de Humahuaca y los Valles Interandinos de Salta se estaban constituyendo numerosas organizaciones que trabajaban en torno a temáticas de género, juventud y salud. Entre ellas se destaca la Red Puna, la Cooperativa Agropecuaria Unión, la Red de Comunidades Kollas y la ONG Warmi Sayajsunqo. Según Cowan Ros (2008), estas redes superaban en presupuesto y asistencia a los gobiernos locales, ejecutando una cantidad significativa de proyectos que distribuían recursos e implementaban políticas productivas y tecnológicas novedosas para la época y el contexto de crisis.

En ese marco, un grupo de mujeres de Nazareno conformó el área Warmis de la OCAN, la cual se ocupaba de coordinar capacitaciones y gestionar microcréditos articulados con el PSA y la ONG Warmi Sayajsunqo. A través del programa de créditos, las mujeres entregaban un monto de dinero a determinadas familias del municipio, quienes contaban con un tiempo establecido para devolverlo. Luego, una vez reembolsado ese dinero, era destinado a otra familia inscripta en el programa, lo que garantizaba que quienes recibían el préstamo se comprometieran a devolverlo a mediano plazo, logrando que muchas familias accedieran al beneficio.

A principios del 2000, la ONG se disolvió y la mayoría de los proyectos que se ejecutaban desde la OCAN pasaron a articularse con el PSA, mediante convenios y programas como el PROINDER. En ese marco, el dinero cubría áreas similares a los primeros proyectos del PSA, pero incluía, además de obras de infraestructura, “mejora del entorno doméstico para mujeres rurales, proyectos de producción y servicios para jóvenes rurales” (Sanz, 2019, p. 239). Estas mejoras se traducían en suministro de agua potable, recolección de residuos, sanidad animal, organizaciones de ferias ganaderas y de semillas, encuentros para fortalecer el sentido de pertenencia y la posesión ancestral del territorio a través de capacitaciones sobre derecho indígena y estrategias jurídicas para reclamar por las tierras. En ese contexto, la juridización de las demandas por las tierras adquirió mayor centralidad en las organizaciones indígenas, hecho que impactó en el trabajo de los técnicos del PSA, que empezaron a incluir en sus propuestas la perspectiva del derecho indígena en pos de fortalecer la pertenencia identitaria y las estrategias de lucha por el territorio.

En esos procesos políticos las mujeres ocuparon un lugar muy importante. Aunque la mayoría de los antecedentes que recuperamos no reconocen la singularidad de su capacidad de agencia, gran parte de la sostenibilidad de las luchas políticas recaía sobre estas, quienes debían esforzarse por conciliar sus roles y tareas en el ámbito doméstico con su participación en entornos políticos, en condiciones desiguales con respecto a los varones.

 

Experiencias in situ de las mujeres en los procesos políticos de Nazareno

En el año 2022, en el marco del proyecto Warmis de Nazareno, coordinamos un taller denominado Las mujeres originarias en la defensa del territorio[22], como parte de una iniciativa organizada conjuntamente con el fin de conocer y visibilizar las experiencias de las mujeres en los procesos políticos de Nazareno.

Con el foco en esa experiencia y en los relatos suscitados durante el taller, en este apartado recuperamos las voces de tres mujeres que participaron del encuentro. El objetivo es dar cuenta, a partir de sus propias miradas, de los lugares que ocuparon tanto en los programas de desarrollo como en los procesos políticos de Nazareno, en un campo de fuerzas mayor asociado a luchas por el reconocimiento y la ampliación de derechos de pueblos indígenas.

En primer término, es importante señalar que algunas de las mujeres del grupo estuvieron presentes desde la conformación de la OCAN en 1990, participaron en los programas de OCLADE y el PSA, y formaron parte del área Warmis, que articulaba con la ONG Warmi Sayajsunqo de Abra Pampa. Aunque estas mujeres actualmente forman parte de la OCAN, la iniciativa más reciente de conformar un espacio propio les brindó la oportunidad de dialogar sobre problemas comunes vinculados al fortalecimiento político de las mujeres, considerando que “muchas veces las mujeres, porque somos mujeres, no tenemos participación. Tanto como hacer política y otras cosas” (T. G. Taller Mujeres de Nazareno, agosto de 2021). Desde entonces, el grupo organiza reuniones y talleres que abordan distintos temas, como la práctica del tejido en telar, la recuperación de saberes y memorias, la realización de ceremonias, debates sobre el uso de las tierras, turismo comunitario, entre otros. Actualmente, el objetivo de las Warmis no se orienta a gestionar fondos o distribuir microcréditos sino a “recuperar la cultura porque la estamos perdiendo [...] y un pueblo sin cultura es nada” (M. A. Taller Mujeres de Nazareno, agosto de 2021).

Desde el retorno de la democracia, cuando distintos agentes comenzaron a intervenir en el territorio y la conformación de la OCAN empezaba a gestarse, las mujeres cobraron mayor protagonismo por medio de los proyectos que se ejecutaban. En este sentido, sus historias de vida están intrínsecamente relacionadas con los programas que impulsaban OCLADE y el PSA, así como con la consolidación de la organización. Sin embargo, sus relatos evidencian un proceso complejo, ya que las mujeres en particular tuvieron que superar obstáculos relacionados a sus dinámicas familiares o a criterios desiguales establecidos en los espacios políticos. Por esa razón, juntas crearon lazos de amistad y labor colectiva que les permitieron abrirse caminos, formar alianzas y motivarse para participar en asambleas, marchas, reuniones y proyectos de distinta índole.

Una de ellas es Paulina, integrante de las Warmis y vicecoordinadora de la OCAN, siendo la primera mujer en ocupar dicho cargo desde el año 2022. Su narrativa se remonta a la década de 1980, cuando OCLADE comenzó a intervenir en los valles interandinos, en un contexto donde, en el sentido jurídico, expresa que “no había comunidad, no estaba creada, era paraje [...] y todos los que éramos de ahí colaborábamos” (P. C. Taller Las mujeres originarias en la defensa del territorio, mayo de 2022) en la constitución de organizaciones de base, espacios que buscaban representar a las familias que vivían en las diferentes zonas del municipio.

Desde la mirada de Paulina, la comunidad como tal no era un concepto o una categoría propiamente del lugar, sino que comenzó a usarse para denominar una dinámica organizativa local que incluía la participación de las y los pobladores en los programas implementados por los misioneros claretianos. Esas dinámicas se articulaban con proyectos que buscaban fortalecer el reconocimiento y la autopercepción indígena, rompiendo, según valoraciones del obispo Pedro, con “la timidez y el miedo” (Olmedo Rivero, 2004, p. 162).

 

Nosotros hicimos valer nuestro propio paraje y de ahí recién nos han desarrollado porque nosotros somos indígenas. Yo cuando iba a la escuela la palabra indio era como que una persona totalmente desconocida, con plumas. Nos han sacado nuestras palabras en la escuela, porque no nos dejaban ni hablar las palabras que hablábamos. El maestro te decía “a ver, volvé a decir lo que has dicho, volvé a decir lo que has dicho” y si volvías a hablar era como que te ponía de plantón [...]. Después ha venido el hermano Manolo de OCLADE, él ha ido arriba, en Santa Rosa, eran 40 alumnos los que bajaban a la escuela de Nazareno y eran 23 familias. Y entonces dice “ustedes están para crear su propia comunidad donde ustedes se hagan valer como originarios”, entonces ahí como que recién nos hemos reconocido. La palabra kolla era como decir cobarde, si le decías kolla era como que le estabas faltando el respeto” (P. C. Taller Las mujeres originarias en la defensa del territorio, mayo de 2022).

 

A partir del trabajo con OCLADE, especialmente cuando se conformó el equipo zonal de Nazareno, Paulina comenzó a capacitarse en cuestiones vinculadas a la conformación tanto de la comunidad como de la OCAN. Según sus palabras, empezó elaborando actas de la comunidad en un cuaderno de hojas simples y trabajando en pos de conformar la iglesia, hecho que implicó no sólo su construcción en términos edilicios sino la formación de animadores que predicaban la catequesis y brindaban misas.

A raíz de su involucramiento, en 1998 Paulina se convirtió en delegada de la OCAN, condición que le trajo consecuencias en su relación de pareja, ya que “había desacuerdo en la casa” (P. C. Taller Las mujeres originarias en la defensa del territorio, mayo de 2022), por lo que decidió limitar su participación a las reuniones que no le demandaran pasar la noche en otras comunidades o localidades. En ese período, a principios del 2000, vivió un acontecimiento que la obligó a ausentarse definitivamente de las asambleas, ya que uno de sus hijos enfermó gravemente y pasó un tiempo internado en un hospital de la ciudad de Salta, situación que duró unos meses hasta que el niño falleció. En ese lapso Paulina priorizó el cuidado de su hijo y se trasladó a vivir temporalmente a la ciudad de Salta. Posteriormente, cuando se encontraba transitando el duelo por la pérdida, decidió que no habría “más cárcel” para ella.

 

Los años que yo he vivido más o menos hasta el 2000 era esclava de la casa, perdí a mi hijo, tuve que ir a la defensoría de menores, y me decían “señora si usted no se capacita no se prepara nunca van a saber nada, siempre el que va a dominar la casa va a ser el hombre, tiene que haber igualdad”. Y de ahí yo he venido y he dicho “bueno, si vos querés sigamos y sino nos separemos” [...] porque yo estaba bajo el defensor de menores hasta que ha fallecido mi hijo. Le digo “bueno ahora es la posibilidad, si vos cambias seguimos y sino nos separamos... porque yo hasta el momento estoy con un denunciado. No quiero que mis hijos se críen bajo la violencia. Yo me voy a preparar”. Y ahí cuando falleció mi hijo me eligieron como delegada provincial (P. C. Taller Las mujeres originarias en la defensa del territorio, mayo de 2022).

 

A partir de ese momento, comenzó a participar en todas las reuniones que incluían a delegados provinciales, espacios donde se planteaban las necesidades a nivel municipal, por lo que era de suma importancia garantizar que alguien de Nazareno asistiera. Sin embargo, su experiencia deja entrever que tampoco era sencillo formar parte de ese espacio, ya que en ese entorno “todos eran varones, todos, todos, y yo sola mujer [...]. Se daban esas charlas en Vaqueros, en un lugarcito donde todas las puertas estaban rotas, me daba miedo dormir entre todos los delegados” (P. C. Taller Las mujeres originarias en la defensa del territorio, mayo de 2022), debiendo asumir una actitud comprometida a pesar de los temores que sentía.

Además de la experiencia de Paulina, durante el taller emergieron otros relatos de mujeres que, al igual que ella, participaron en los grupos de mujeres conformados por OCLADE. Una de ellas es Elsa, integrante de las Warmis y de la OCAN desde sus inicios. Comenzó a participar a fines de 1980, cuando los misioneros organizaban a las mujeres “en grupos bíblicos [...] porque antes era imposible que una mujer salga de su casa sin permiso del marido” (E. E. Taller Las mujeres originarias en la defensa del territorio, mayo de 2022). Luego, muchas de estas mujeres, incluida Elsa, empezaron a trabajar en los comedores y salas infantiles.

 

Ahí se creó, desde las escuelas iban, los misioneros venían y juntaban, hacían comida, juegos, de ahí viene este camino. Hacíamos telas bordadas, jabón, más de 30 años, estoy hablando de hace 32 o 33 años. Ese grupo pasó a OCLADE, en Campo la Paz, pasamos a la iglesia y seguía fortaleciendo desde los curas. Teníamos a don Pedro de España y ahí ya era capacitación de OCLADE” (E. E. Taller Las mujeres originarias en la defensa del territorio, mayo de 2022).

 

En este contexto, la iglesia era una institución que, a pesar de que “pedían casamiento” para entrar, permitía la participación de las mujeres, siendo la única alternativa para realizar actividades fuera del ámbito doméstico. Según Elsa, una vez que ella se integró al grupo de mujeres, perdió el “miedo a pedir permiso al marido para salir” (E. E. Taller Las mujeres originarias en la defensa del territorio, mayo de 2022). En ese espacio confeccionaban rosarios, pintaban y bordaban, “el grupo era para hablar, mujeres donde no había ni un hombre, podías decir muchas cosas” (E. E. Taller Las mujeres originarias en la defensa del territorio, mayo de 2022).

Posteriormente, cuando Elsa comenzó a formar parte de los procesos organizativos de la OCAN, “en una época muy machista”, su participación se incrementó y crecieron sus interpelaciones hacia los varones sobre la distribución de tareas en la organización, ya que “eran muy servidos” (E. E. Taller Las mujeres originarias en la defensa del territorio, mayo de 2022).

 

Llegaba la hora del almuerzo y a mí me gustaba que vengan a buscar, a sacar de los tachos y empecé a decir que había que lavar todos los platos. Y algunos decían “yo en mi casa no lo hago”, “en tu casa no lo harás, pero aquí sí, aquí todos ganamos, todos colaboramos”. La próxima vez agarraban leña. Hemos creado la OCAN comiendo de un solo tacho. Echábamos arroz, haba, fideos, carne fresca, charqui. Así se ha creado la organización que ven ahora” (E. E. Taller Las mujeres originarias en la defensa del territorio, mayo de 2022).

 

Asimismo, en su relato rememoraba que en esos tiempos participaban mujeres que ya fallecieron, pero que “fueron un pilar” en la creación de la organización. Entre ellas destacó las figuras de Rafaela García y María Vargas, quienes desempeñaron un rol importante en el marco de “un grupo de más de 40 mujeres” (E. E. Taller Las mujeres originarias en la defensa del territorio, mayo de 2022) que realizaba distintas tareas en los proyectos articulados entre OCLADE, el PSA y la OCAN, especialmente a través del Yachay.

Para Elsa, sin embargo, su participación en la OCAN fue lo que realmente la motivó a estar presente, ya que desde allí se podían realizar acciones jurídicas y de protesta que permitían mejoras en los territorios. A su vez, esto impactaba en un incremento de la visibilidad pública, percibiendo que tendría consecuencias en sus hijas que “iban a tener problemas si iban a la ciudad [...] me decían vas a caminar y estar adelante y vos ya sabes que el gobierno te va a reconocer” (E. E. Integrante de las Warmis de Nazareno. Taller Las mujeres originarias en la defensa del territorio, mayo de 2022). Como en el caso de Paulina, este registro da cuenta de otro tipo de limitaciones y obstáculos que enfrentaban las mujeres, quienes eran alertadas sobre la posibilidad de perjudicar a sus hijas si participaban de las movilizaciones.

Finalmente, recuperamos la experiencia de Adela Torres, otra de las mujeres que participó activamente en la conformación de la OCAN y que actualmente preside el grupo de las Warmis. Su historia también se remonta al trabajo con los misioneros, fue “mamá cuidadora” en el programa Yachay, pero su participación cobró mayor relevancia cuando comenzó a trabajar con los técnicos del PSA. Se acercó por primera vez a una reunión a mediados de 1990, cuando la OCAN no existía formalmente y el equipo zonal se ocupaba de convocar las reuniones y asambleas.

 

“Voy por una notita por un terreno para hacer la apacheta para carnaval y voy con la nota y me quedo escuchando. No entendía nada. Ahí conocí a Milagro, ahí conocí al técnico ingeniero Abdo, que estaba trabajando con el equipo zonal, antes era PSA [...] Y bueno, ahí me quedé, se pasó todo el día, comimos... me quería ir, pero tampoco salía [...] Y el Ernesto empieza a repartir semillitas y yo se la doy a otro, a los delegados, y ya después dicen “elección nuevo coordinador”, creo que era Martín Herrera en ese tiempo, del equipo zonal. Y bueno eligen y sale elegido Milagro. Milagro seis veces coordinador, tres veces reelecto. Y sale coordinador Milagro Domínguez y secretaria yo… yo no quería aceptar y el padre Miguelito decía “aceptá, aceptá” y yo no quería porque no conocía a los otros delegados. Bueno, a Manuel y a Martín sí, pero acepté y ahí empecé a aprender con las reuniones, a conocer gente” (A. T. Taller Las mujeres originarias en la defensa del territorio, mayo de 2022).

 

A partir de ese momento, Adela recorrió gran parte del territorio acompañada por dirigentes de la OCAN y técnicos del PSA, lo que le permitió conocer todas las comunidades. En esos tiempos, los delegados viajaban a los distintos parajes: “empezamos de acá de Nazareno, Cuesta Azul, Río Blanco, Molino y ahí dormíamos y al otro día seguíamos a San Isidro” (A. T. Taller Las mujeres originarias en la defensa del territorio, mayo de 2022). Así, lograban conocer los problemas y las necesidades específicas de cada lugar, en general con una recepción positiva ya que “la gente era buena, todos te atendían” (A. T. Taller Las mujeres originarias en la defensa del territorio, mayo de 2022). Sin embargo, la crisis económica se asentaba cada día más, por lo que el trabajo que realizaban no contaba con recursos ni apoyo del gobierno provincial o municipal, demandando un esfuerzo constante que era asumido por parte de la OCAN, en colaboración con los técnicos del PSA.

 

Y decíamos con Milagro “che, pero esto no es política no somos intendente, ¿quién nos paga para hacer esto?”. Él quería renunciar, ya teníamos proyecto para las comunidades y yo le decía “no sigamos”. Después, yo me cansaba y decía “renunció” y él me decía “no doña María, usted tiene que seguir” y así nos dábamos ánimo” (A. T. Taller Las mujeres originarias en la defensa del territorio, mayo de 2022).

 

Adela, al igual que Paulina y Elsa, incrementó su participación a partir del 2000, a través de encuentros y asambleas que organizaba la OCAN. Fue una de las primeras en involucrarse en la planificación de la Feria del Trueque Cambalache que comenzó a realizarse en 2002 con el objetivo de intercambiar semillas nativas y alimentos de producción local[23]. Participó de numerosas marchas vinculadas a los reclamos por el reconocimiento de las tierras y organizó diversos encuentros, a través de los programas de OCALDE, que incluían a grupos de abuelos, mujeres y jóvenes, en tiempos donde el trabajo se realizaba en cada comunidad “caminando [...] gastando los zapatos, no descansando bien” (A. T. Taller Las mujeres originarias en la defensa del territorio, mayo de 2022). En las asambleas no sólo se vinculaba desde su rol como secretaria, sino que además se encargaba de organizar las ceremonias, para las cuales “preparábamos los sahumerios, dábamos la bienvenida” (A. T. Taller Las mujeres originarias en la defensa del territorio, mayo de 2022).

Finalmente, para concluir con las presentaciones de estas experiencias, cabe señalar que en todos los discursos de las mujeres se reconoció que el entorno era “machista”, pero que una vez que ellas llegaban organizaban la distribución de tareas y los hombres “rápidamente picaban y ayudaban hasta que lleguen los demás delegados” (E. E. Taller Las mujeres originarias en la defensa del territorio, mayo de 2022). No obstante, ese espíritu solidario y compañero que buscaban generar en la OCAN, era mucho más difícil de lograr en sus hogares, demandando mayor esfuerzo y sacrificio a nivel personal. En este sentido, los relatos revelan que sus participaciones implicaron, en más de una oportunidad, la separación de sus parejas o la vivencia de situaciones de violencia, algo que los programas de OCLADE y el PSA –con sus particulares lógicas de desarrollo y perspectivas de género acordes a la época– intentaban resolver, desplegando recursos en pos de promover los derechos de las mujeres.

 

Conclusiones

A lo largo de este trabajo, analizamos los lugares de las mujeres indígenas en el proceso de organización política de Nazareno, destacando políticas de desarrollo implementadas entre 1983 y 2003. Desde una perspectiva genealógica, identificamos distintas nociones y actores que articularon sus intervenciones en contextos adversos, al tiempo que reconstruimos el protagonismo de las mujeres tanto en los programas como en los procesos políticos de la OCAN. Este análisis permitió señalar algunas de las condiciones de posibilidad para la emergencia del actual colectivo Warmis de Nazareno. Al incorporar la perspectiva de género como dimensión transversal, reconocimos el lugar otorgado a las mujeres en las políticas de desarrollo y, al mismo tiempo, identificamos las estrategias y reivindicaciones que las propias mujeres realizaron en el marco de las luchas por el reconocimiento y la ampliación de derechos, en un contexto neocolonial que ellas mismas identifican como machista y desigual.

Para llevar a cabo este análisis, nos basamos en dos estrategias metodológicas que permitieron establecer relaciones entre políticas de desarrollo, procesos organizativos indígenas y papeles desempeñados por las mujeres. En primer lugar, exploramos y sistematizamos fuentes secundarias, correspondientes a antecedentes académicos e informes relativos a diferentes programas, que ponen de relieve descripciones y caracterizaciones respecto a la situación socioeconómica de la “mujer rural” en los valles interandinos. Estos trabajos se centran en las condiciones que dieron origen a una serie de intervenciones desde un discurso del desarrollo rural desplegado en un escenario de endeudamiento y desmantelamiento estatal. En segundo lugar, recuperamos el trabajo de acompañamiento y colaboración que llevamos a cabo junto a las Warmis, presentando las vivencias de tres mujeres de Nazareno y centrándonos en sus experiencias de participación tanto en los programas de desarrollo como en los procesos organizativos de la OCAN. Estas narrativas, en contraste con los antecedentes relevados, resignifican las posiciones que las mujeres adoptaron en diferentes contextos y dan cuenta, desde una reflexión situada en un espacio colectivo como el taller del grupo Warmis, de los modos a través de los cuales construyeron su agencia política y que sostienen en el presente.

Ambas lecturas, puestas en relación a través de una perspectiva etnográfica y genealógica, permiten comprender la imbricada relación entre procesos organizativos y políticas de desarrollo, identificando las estrategias desplegadas por un conjunto de actores que, en un primer momento, buscaban mejorar las condiciones de vida de los sectores considerados pobres estructurales y, posteriormente, se orientaron a dar respuesta a las demandas colectivas representadas por la OCAN. En ese marco, las mujeres se involucraron ocupando distintos roles, ya sea para garantizar la reproducción de la vida o fortalecer la organización comunitaria, asumiendo responsabilidades que reforzaban o irrumpían mandatos de género en ámbitos domésticos y organizacionales. Por ejemplo, a través del Yachay se buscaba contrarrestar las problemáticas nutricionales que afectaban a las infancias, instando a que las mujeres se desempeñaran como mamás cuidadoras o asumieran responsabilidades en los comedores comunitarios. A su vez, el programa representaba una oportunidad para que estas superaran la situación de exclusión laboral en la que se encontraban, desde donde era posible acceder a fuentes de trabajo que fortalecieran su autoestima e independencia. Asimismo, la mirada retrospectiva de las mujeres permite advertir cómo el programa desbordaba en su finalidad, y devino un espacio entre otras donde se juntaban y desplegaban su agencia política.

Las experiencias relatadas por las mujeres revelan una trama compleja de desigualdades vivenciadas, con historias que muestran una multiplicidad de limitaciones y obstáculos que han debido enfrentar para disputar su participación y negociar su permanencia en el tiempo. Esto se expresa, por ejemplo, en el desigual acceso a cargos de mayor jerarquía, como el caso de Paulina, quien se desempeñó como delegada de la OCAN, pero recién en el año 2022 fue designada como vicecoordinadora, siendo la primera mujer en ocupar dicho puesto. En contraste, como señaló Adela, los hombres se desempeñaban en esos espacios tempranamente, siendo reelegidos en múltiples ocasiones, como un coordinador que fue designado “seis veces […] y tres veces reelecto” (A. T. Taller Las mujeres originarias en la defensa del territorio, mayo de 2022).

En este escenario, las mujeres, lejos de considerar que no tenían posibilidades de hacer política, salían de sus casas “con mucho miedo” y les “costaba expresarse”, pero aun así colaboraban “con mano humana”, lo que implicaba levantarse “a las seis de la mañana y estar hasta la una para dejar todo para la jornada del otro día” (E. E. Taller Las mujeres originarias en la defensa del territorio, mayo de 2022). Esto también se replicaba en sus hogares, considerando que muchas, aunque no iban a las marchas, desplegaban “las luchas en sus propias casas, con sus familias” (A. T. Taller Las mujeres originarias en la defensa del territorio, mayo de 2022), tratando de romper con los mandatos consignados.

Finalmente, cabe subrayar que el trabajo de colaboración que realizamos desde hace una década, tanto en proyectos de investigación como en los proyectos políticos de las organizaciones indígenas, resumen múltiples instancias que han contribuido a profundizar nuestra lectura sobre la implementación de políticas de desarrollo y su relación con procesos organizativos indígenas, en esta última etapa focalizada en comprender el lugar de las mujeres en dichos procesos, identificando roles, mandatos y papeles desempeñados en ámbitos domésticos y organizativos. Este involucramiento nos permitió profundizar y contextualizar en detalle la labor de las mujeres en distintas coyunturas, identificando los papeles que desempeñaron para lograr mejores en sus condiciones de vida, así como en la de sus familias y comunidades. La identificación de esto último, en diálogo con los antecedentes que recuperamos en la introducción, también da cuenta de diversas modalidades de participación política (Gómez y Sciortino, 2018) que contribuyeron a la visibilización de las agendas políticas de las mujeres en el marco de singulares procesos de fortalecimiento organizativo.

 

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Notas



[1] Como concepto remite a la noción de progreso, surgida en la Grecia clásica y consolidada en Europa durante los siglos XVIII y XIX. Hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, esta noción fue precedida por las ideas de evolución, crecimiento económico, y riqueza como indicador de prosperidad o decadencia, en alusión a las brechas entre naciones ricas y pobres (Valcárcel, 2006).

[2] En este contexto predominó la corriente del desarrollo humano, un discurso de gobierno basado en la administración de la “pobreza”, enfocado en la “gestión, control y producción de saberes especializados sobre grupos de riesgo” (Álvarez Leguizamón, 2008, p. 20-21). El mismo se consolidó a fines de la década de 1980, mediante un conjunto de programas financiados por el Banco Mundial, dirigidos a combatir la pobreza de forma participativa. En Argentina, este discurso fue promovido desde la idea de desarrollo social y, desde 1990, se nutrió del enfoque de capacidades –perspectiva aún vigente– para encarar el problema de las necesidades básicas insatisfechas reconociendo la agencia política de los individuos, abandonando la concepción de estos como meros receptores de políticas, programas y prestaciones sociales.

[3] Los primeros antecedentes que evidencian un discurso basado en la figura de la mujer rural provienen del enfoque conocido como Mujer en el Desarrollo (MED), consolidado con la Primera Conferencia en México sobre Mujeres y Desarrollo de las Naciones Unidas (1975), donde se formularon recomendaciones para lograr la igualdad y participación de las mujeres en distintas esferas de la vida. Desde 1980, las siguientes dos conferencias se abocaron a evaluar el desarrollo del Decenio para la Mujer, focalizando en temas de empleo, salud y educación. Posteriormente, entre mediados de 1980 y principios de 1990, surgió un enfoque alternativo, Género en el Desarrollo (GED), el cual señalaba que, aunque las mujeres estaban integradas a procesos de desarrollo, tal integración era desigual. Además, criticaba la idea de que la incorporación de las mujeres al desarrollo traería consigo la superación de las desigualdades y cuestionaba cómo el sistema patriarcal había contribuido a invisibilizar su trabajo con la tierra y a perpetuarlas en tareas vinculadas a un rol reproductivo (León, 1996 y 1997).

[4] Para llegar al municipio de Nazareno desde la ciudad de Salta, se deben recorrer 100 kilómetros al este de la Quiaca (Jujuy) por un sinuoso camino de tierra que atraviesa el Abra del Cóndor a 5050 metros sobre el nivel del mar, en el límite entre Salta y Jujuy, y luego descender hasta la cabecera municipal.

[5] Es importante mencionar que Nazareno pertenece a la Finca Grande Santa Victoria, integrada desde la época colonial al Marquesado de Yavi, cuyos títulos son detentados por herederos del marqués (Reboratti, 2009). 

[6] La categoría mujer rural prevalece en los antecedentes académicos relevados y en programas y proyectos ejecutados en los valles interandinos desde 1983. Su uso está asociado a instrumentos de derechos humanos, como la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW) adoptada por la Asamblea General de Naciones Unidas en 1979, preocupada por los efectos de la discriminación hacia las mujeres y las situaciones que incrementan su vulnerabilidad social y económica. Sin embargo, las experiencias de las mujeres recuperadas en el tercer apartado reivindican el uso de categorías identitarias vinculadas a sentidos de pertenencia indígena, como parte del pueblo kolla. En ese marco, las mujeres se refieren a sí mismas como originarias, indígenas y/o kollas, cuestión que se ha ido incorporando paulatinamente en los programas de desarrollo rural.

[7] Este recorte temporal obedece a varias razones: (1) al retorno de la democracia en Argentina en 1983 que permitió la consolidación de diferentes procesos organizativos indígenas de la región (Leone, 2013); (2) la temporalidad propuesta hasta 2003 permite establecer continuidades en las intervenciones de fundaciones religiosas, organizaciones de la sociedad civil y organismos estatales que implementaron programas de desarrollo. Luego, durante los gobiernos kircheristas (2003-2015) emergieron otros abordajes asociados a una perspectiva de derechos humanos y de desarrollo territorial, que se vieron afectados posteriormente debido a las políticas desplegadas por el gobierno de la Alianza Cambiemos, presidido por Mauricio Macri (2015-2019), y la gestión de Alberto Fernández (2019-2023), signada por la pandemia y el endeudamiento estatal con el FMI. Actualmente, se ejecuta un plan de desguace del Estado encabezado por el presidente ultraderechista Javier Milei. En síntesis, los últimos 20 años se han caracterizado por distintas políticas de desarrollo y eventos en la política indígena que merecen un desarrollo más profundo.

[8] La OCAN articula desde 1998 a 23 comunidades kollas situadas en el municipio de Nazareno y tiene como objetivo principal lograr el reconocimiento de los títulos comunitarios de las tierras. En 2012, inició una demanda de acción colectiva de reconocimiento de posesión y propiedad comunitaria y acción colectiva de daños y perjuicios contra el Estado nacional y provincial, la cual continúa en trámite.

[9] Warmi es una palabra en quechua traducida como mujer en español.

[10] El programa Liderando Desde el Sur busca fortalecer iniciativas por la igualdad de género, incidencia política, justicia ambiental y ejercicio de derechos; y pertenece a la fundación feminista Fondo de Mujeres del Sur, que financia a organizaciones que promueven el ejercicio de los derechos de las mujeres y personas LBTIQ+ América Latina y el Caribe. Para mayor información véase https://www.mujeresdelsur.org/.

[11] A principios de cada año, el FMS solicita a las organizaciones copartes la rendición presupuestaria y narrativa del proyecto, a la par de la renovación del presupuesto, objetivos y cronograma de actividades del nuevo periodo. Actualmente nos encontramos ejecutando el cuarto año, que culminará en diciembre de 2024. Luego, el proyecto tendrá una última etapa, a finalizar en diciembre de 2025.

[12] Como resultado de nuestra labor conjunta hemos elaborado cuatro podcasts que buscan visibilizar y sistematizar los temas tratados en los encuentros convocados por las mujeres. Véase https://open.spotify.com/show/7mobKmercWo7Q1AZuwVbaK        

[13] El Proyecto Cuidados Comunitarios se desarrolló de manera conjunta entre la Asociación Civil Lola Mora, ONU Mujeres y la Fundación Comunes, entre junio y diciembre de 2023 en los municipios de Nazareno y Tartagal. En nuestro caso, participamos como investigadoras de Nazareno, donde realizamos trabajo de campo y entrevistas a mujeres e informantes claves que se desempeñan en programas vinculados a cuidados, salud y educación, tratándose de insumos clave para elaborar una propuesta de recomendaciones de políticas nacionales, provinciales y municipales a partir de las demandas identificadas. En el informe, subrayamos la importancia de que los programas destinados a las mujeres en ámbitos rurales contemplen la imbricada relación entre trabajo productivo y formas de organización familiar, brindando apoyo no sólo a quienes reciben cuidados, sino también a quienes se ocupan de garantizarlos.

[14] Creada por la Prelatura de Humahuaca en 1983, OCLADE llegó a convertirse en la ONG más importante de la zona. Se ha caracterizado por un discurso de desarrollo y promoción humana en comunidades consideradas en un estado de extrema pobreza y exclusión. Asimismo, impulsó debates e iniciativas colectivas sobre la cuestión indígena, conformando alianzas estratégicas con diferentes ONG’s, organismos del Estado para acompañar las organizaciones indígenas (Milana y Villagra, 2020).

[15] Se trata de un concepto teórico-práctico orientado a identificar capacidades emocionales, cognitivas y socioculturales para reconocer y modificar situaciones que causan daño, sufrimiento o amenazan el “desarrollo humano”.

[16] La Prelatura logró gestionar fondos de la Secretaría de Desarrollo Social de la Nación para la creación de cincuenta comedores infantiles que debían estar a cargo de “organizaciones comunitarias” y que alcanzaron el centenar en 2004 (Olmedo Rivero, 2004, p. 147).

[17] Por ejemplo, en una entrevista realizada por Alicia Torres a Pedro Olmedo, técnico y posterormente obispo de la Prelatura de Humahuaca, el sacerdote expresaba que “la mejor inversión era la realización de talleres, encuentros, por más que significaban grandes esfuerzos económicos, de movilización […]. Las condiciones geográficas adversas impiden juntarse, cuando se juntan pueden analizar […] siempre se animan más las mujeres y quienes tienen menos que perder, poco se animan quienes tienen un empleo público, aunque sea permanente” (Torres y Torres, 2010, p. 101).

[18] A través de este programa se detectó que un 41% de las mujeres jefas de hogar no tenían escolaridad, mientras que el 57% tenía la primaria incompleta.

[19] A modo de ejemplo, citamos un fragmento de una entrevista: “Se había hecho anteriormente en lo que era PSA un proyecto de mujer [...] que tiene que ver también con el mejoramiento de cocina y del baño [...] No recuerdo en este momento como se llamaba, proyecto de mujeres. Bueno en este proyecto de vivienda lo que hicimos fue mejorar, no era mucho, pero ayudaba a las familias jóvenes a hacer su casa” (entrevista a técnico territorial indígena, Iruya. En Milana, 2014).

[20] Las organizaciones de segundo grado representan a un conjunto de comunidades siguiendo criterios geográficos o jurisdiccionales, en algunos casos poseen personería.

[21] Tapella y Sanz (2006) señalan que el tipo de familia común en el departamento Santa Victoria es la familia extensa (60%), le siguen las familias nucleares (17%) y luego monoparentales (15%), una sola persona (5%) y el resto son parejas sin hijos. Además, observan que la existencia de una población infantil muy elevada, sumada a la precarización de las fuentes de trabajo, sugería que en el futuro el aumento poblacional impactaría sobre la escasez de terrenos y de fuentes de ingresos.

[22] Este taller se realizó durante la ejecución del segundo año del proyecto Warmis de Nazareno, tramo denominado Hilando saberes, tejiendo memorias: hacia el fortalecimiento del trabajo colectivo y la participación política de las Warmis de Nazareno.

[23] La Feria de Trueque Cambalache comenzó realizándose con el apoyo del PSA, OCLADE y el municipio, y actualmente continúa con el fin de intercambiar productos entre las comunidades de Nazareno.

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