Políticas lingüísticas Jesuíticas en el Centro y
Oeste de la República Argentina (siglos XVI y XVII), de Beatriz Bixio,
Revista TEFROS, Vol. 19, N° 1, artículos
originales, enero-junio 2021: 34-60. En línea: enero de 2021. ISSN 1669-726X
Cita recomendada:
Bixio, B., Políticas lingüísticas Jesuíticas en el Centro y Oeste de la
República Argentina (siglos XVI y XVII), Revista TEFROS, Vol. 19, N° 1, artículos originales, enero-junio
2021: 34-60.
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Políticas
lingüísticas Jesuíticas en el Centro y Oeste de la República Argentina (siglos
XVI y XVII)
Jesuit linguistic
Policies in the Center and West of the Republic Argentina (XVI and XVII
centuries)
Políticas de linguagem jesuíta no centro
e oeste da República Argentina (séculos XVI e XVII)
Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas,
Universidad Nacional de Córdoba,
Argentina
Fecha
de presentación: 2 de agosto de 2020
Fecha
de aceptación: 22 de diciembre de 2020
RESUMEN
Desde los comienzos de la colonia, las distintas
órdenes religiosas llevaron a cabo, de manera consciente y planificada,
políticas lingüísticas que definieron qué lenguas nativas se priorizarían para
la evangelización, qué géneros discursivos e incluso, con qué lexemas se
realizaría la acción evangelizadora. Las reflexiones que siguen atañen a las
regiones centro y oeste de la República Argentina. El objetivo es reconocer dos
decisiones diferentes respecto de la política lingüística misional de la orden
de los jesuitas, justificadas desde una misma política discursiva.
Palabras clave:
glotopolítica; jesuitas; evangelización; discursos.
ABSTRACT
From the
beginning of the colony, various religious orders carried out, consciously and
deliberately, linguistics policies that defined which native languages would be
prioritized for evangelization, what discursive genres and even, with which
lexemes the evangelizing action would be carried out. The reflections that
follow concern the central region and the west of the Argentine Republic. The
comparative analysis of these two regions will allow us to recognize two
different options regarding the missionary linguistic policies of the Jesuit
order, justified from the same discursive policy.
Keywords: glotopolitics; Jesuits; discourses; catechization.
RESUMO
Desde o início da colônia, as diferentes
ordens religiosas executaram, de maneira consciente e planejada, políticas
lingüísticas que definiam quais idiomas nativos seriam priorizados para a evangelização,
quais gêneros discursivos e até com os quais lexemes a ação evangelizadora
seria realizada. As reflexões que se seguem dizem respeito às regiões central e
oeste da República Argentina. O objetivo é reconhecer duas decisões diferentes
em relação à política lingüística missionária da ordem jesuíta, justificadas a
partir da mesma política discursiva.
Palavras-chave: glotopolítica; jesuitas;
discursos; evangelização.
INTRODUCCIÓN
Desde los comienzos de la conquista de
América se ensayaron diferentes estrategias para gestionar uno de los
obstáculos más grandes para la consecución de los objetivos del imperio español
y de la iglesia católica: la diversidad lingüística del nuevo mundo. Es por
ello que las decisiones glotopolíticas sobre qué lengua vehicular usar para las
interacciones estuvieron presentes en la agenda de la Corona y de la iglesia
durante todo el período colonial, con diferentes opciones, algunas veces
coincidentes y otras contradictorias[1]. Si bien el Estado español
y la Iglesia no tuvieron una política uniforme ni consistente en diferentes
regiones y períodos (Pottier, 1983; De Solano, 1992), en términos generales,
pueden reconocerse ciertas trayectorias: la iglesia propugnó por el respeto a
las lenguas nativas, o en todo caso, su generalización o extensión, como único
recurso para la evangelización, mientras que la Corona jamás renunció a su
voluntad de castellanizar, como un medio para afianzar su dominio en las
colonias (De Solano, op cit.). Más
allá de esta tensión, ambas decisiones se orientaron a un mismo fin: la
asimilación de la población conquistada a los modelos europeos (Zimmermann,
2019). El respeto a las lenguas originarias, su prohibición -con la
consiguiente política castellanizadora- o la generalización de una lengua
nativa erigida en lengua franca o vehicular, tuvo siempre la impronta de las
circunstancias regionales que, de alguna manera, orientaron diferentes
prácticas; oscilación que tiene su cierre en el año 1770, con la conocida
Cédula Real de Aranjuez (De Solano, op
cit., p. 257-261) en la que el
rey Borbón Carlos III prohíbe definitivamente el uso de la lenguas nativas,
imponiendo el español en todos los territorios americanos, medida, entre otras,
que se orientó a obtener mayor control y beneficios de las colonias.
Hasta esta fecha -1770- las distintas
órdenes religiosas llevaron a cabo, de manera consciente y planificada,
políticas lingüísticas que definieron qué lenguas nativas se priorizarían para
la evangelización, qué géneros discursivos se impondrían a estas lenguas, qué
significados se autorizarían en ellas e incluso, con qué lexemas se realizaría
la acción evangelizadora. Las políticas, así, alcanzaron tanto a las formas de
las lenguas (planificación del corpus) como a sus funciones (planificación del
estatus) (Kloss, 1969, p. 81 y ss), e incluso a su adquisición (extensión o
generalización de algunas y relego de otras al ámbito familiar) (Cooper, 1997),
decisiones que no pueden ser uniformizadas. De allí la propuesta de este
trabajo de realizar una indagación regionalizada y cronológicamente
circunscripta.
Las reflexiones que siguen atañen a la
región centro de la República Argentina (esto es, a los sectores montañosos y
llanura adyacente de la provincia de Córdoba, denominados arqueológicamente
Sierras Centrales) y a la región de Cuyo (provincias actuales de San Juan y
Mendoza). El análisis comparado permitirá reconocer dos opciones diferentes
respecto de la política lingüística jesuítica, justificadas desde una misma
política discursiva, a la vez que habilitará el ingreso a los derroteros de las
lenguas regionales y los procesos de glotofagia (Calvet, 2005) por parte de las
lenguas generales. Discutiremos las acciones sobre las lenguas originarias de
la región gestionadas por la orden de los jesuitas. Hay que tener en cuenta
que, aunque ambas regiones pertenecieron a gobernaciones diferentes, la
gobernación de Chile[2]
y la del Tucumán[3],
formaron parte de la misma provincia jesuítica, la del Paraguay, hasta el año 1625,
en que Chile pasó a formar parte de la Provincia Jesuítica del Perú para
establecerse luego como provincia independiente en 1683.
El período que abarca esta exposición
alcanza desde fines del siglo XVI, cuando los jesuitas ingresan a la
gobernación del Tucumán (1586) y a la capitanía de Chile (1593), hasta pasada
la primera mitad del siglo XVII, cuando se pierde toda información –hasta donde
hemos podido indagar- sobre las lenguas de evangelización en las que realiza su
labor esta orden en las regiones consideradas. Estos decenios iniciales de la
acción de la Compañía en estos territorios ponen en escena los primeros ensayos
y las primeras justificaciones de acción catequística en la región, antes de la
generalización de la lengua quechua en Sierras Centrales.
En términos generales, el posicionamiento
glotopolítico de los jesuitas en este período siguió los preceptos emanados del
tercer concilio limense de 1583 que, en su capítulo sexto de la segunda sesión,
expresa que los indios deben ser evangelizados en su lengua (Vargas Ugarte,
1951, p. 325). En este concilio se aprobó también un modelo de catecismo y
confesionario (Lisi, 1990; Cancino Cabello, 2016) en un intento de unificación
de criterios en materia doctrinal y pedagógica en la arquidiócesis[4].
Se impuso, entonces, la enseñanza de la
doctrina en lenguas indígenas, más allá de la vocación inicial de la Corona
española por imponer el castellano en todas las colonias americanas, pretensión
a la que nunca renunció pero que hubo de aplazar dada la diversidad lingüística
del nuevo mundo, la falta de clérigos y los temores a una mala interpretación
de la doctrina. Las vacilaciones legales de la Corona se explican por esta
tensión entre las políticas de evangelización y las políticas colonizadoras, aunque
ambas coadyuvaron con el objetivo de asegurar el dominio de los territorios
coloniales.
La evangelización en los territorios de
Cuyo y Sierras Centrales fue lenta y tardía, como se explicará más adelante, y
en ambas encontramos reiteradas quejas porque faltan doctrineros o porque los
clérigos no conocían la lengua general. Ello no fue obstáculo, sin embargo,
para que se activara una activa política lingüística en ambas regiones, llevada
a cabo en la zona rural especialmente por los jesuitas. En las ciudades, otras
órdenes religiosas como franciscanos, dominicos, mercedarios y agustinos fueron
también responsables de la evangelización de los nativos.
La noción de Política Lingüística a la que
adscribimos se encuentra en la línea iniciada por Guespin y Marcellesi (1986),
denominada glotopolítica, en su reformulación crítica realizada por E. Narvaja
de Arnoux (2014), según la cual este campo de conocimientos indaga en las
diversas formas en que la sociedad actúa sobre la lengua, el habla y el
discurso, considerando las ideologías a ellas asociadas, las razones sociales
que las motivan y el alcance que tienen. Estas acciones son llevadas a cabo por
instituciones estatales -religiosas, educativas, etc.- o por actores sociales,
y en ellas las lenguas son medios prominentes para la consecución de los
objetivos de estas instituciones o grupos, objetivos que siempre exceden los
meramente lingüísticos. Las consecuencias de estas acciones de intervención
sobre la lengua involucran el cambio social en tanto afectan a “las relaciones
que los actores sociales establecen entre su lengua propia y otras lenguas que
coexisten en el espacio político compartido, como parte de las relaciones de
poder entre grupos sociales y etnolingüísticos” (Hamel, 1988, pp. 48-49). Se
trata de formas de ejercicio del poder sobre las lenguas para modificar las
prácticas y representaciones sobre ellas (Spolsky, 2006).
En el caso que nos ocupa, la iglesia, con
el aval del Estado colonial, tuvo la autoridad para intervenir sobre las
lenguas y sus usos, para lo cual se requirieron instrumentos tanto jurídicos
como lingüísticos. Los primeros, los jurídicos, estuvieron dados por las
numerosas cédulas reales que autorizaron la evangelización en lenguas indígenas[5] y, fundamentalmente, por
los complementos pastorales del III Concilio Limense (1585) a los que nos
referimos, que prescribieron cómo se confeccionarían los instrumentos para la
enseñanza de la doctrina cristiana (gramáticas, vocabularios, confesionarios y
doctrinas cristianas en diferentes lenguas nativas). Los instrumentos
lingüísticos fueron, específicamente, los artes, vocabularios, confesionarios y
doctrinas cristianas en lenguas regionales y generales que se acomodaron a
aquellas prescripciones.
POLÍTICAS LINGÜÍSTICAS DE LAS LENGUAS
HUARPES
La región de Cuyo perteneció desde su
fundación a la gobernación de Chile, y para 1600 contaba con tres ciudades: San
Juan[6], Mendoza[7] y San Luis de Loyola[8], tres núcleos urbanos
pobres, despoblados, aislados de la gobernación de Chile debido a que el paso
por la cordillera quedaba cerrado durante la mitad del año por la nieve. En las
actuales provincias de Mendoza y San Juan habitaban los denominados huarpes[9], que fueron rápidamente sometidos
al poder español y repartidos en encomiendas a los vecinos de Chile, lo que
produjo un continuo desplazamiento de población nativa desde Cuyo hacia Chile
por parte de sus encomenderos, en condiciones inhumanas (con colleras, sin
abrigos, con mujeres y niños o separados de su familia) que ameritaron quejas
de obispos, ordenanzas de gobernadores, una ordenanza particular del tercer
sínodo diosesano de 1626, así como la queja del
cronista Diego de Rosales “por la vejación que se les hace” (De Rosales,
[1674] 1878, p. 137) y una consiguiente cédula real en la que se prohibía la
saca de indios de Cuyo[10].
En Chile, el P. Luis de Valdivia,
misionero jesuita español (1560-1642), que llega en 1593 a la gobernación,
aprendió las lenguas huarpes a las que denominó millcayac (hablada por nativos
procedentes de la región ocupada actualmente por la provincia de Mendoza) y
allentiac (procedentes de la provincia actual de San Juan), hizo “arte” de
ellas (Medina, 1894; Márquez Miranda, 1943) y los evangelizó en sus propias
lenguas, en una actitud clara de respeto a la glotopolítica misionera dada en
el concilio de Lima de 1583. Estos instrumentos son la referencia más relevante
sobre las lenguas de Cuyo con que contamos[11]. Este religioso es autor,
además, de una gramática del araucano, nombre con el que se conoció durante el
período colonial a la lengua cuyos hablantes hoy reconocen como mapuzungun.
Sobre las condiciones de
producción e impresión de estos tratados para las lenguas huarpes es mucho lo
que se ha escrito y no redundaremos en ello, así como no redundaremos en los
textos perdidos y finalmente reencontrados del millcayac o en sus
investigaciones posteriores (Medina, 1894, 1918; Mitre 1894;
Canals Frau, 1940, 1941, 1942; Márquez Miranda, op cit.; Michielli, 1990;
Zwartjes, 2000; Ridruejo, 2009; Viegas Barros, 2009; Bárcena, 2011;
Díaz-Fernández, 2014, 2016; Cancino Cabello, 2014, 2017). Los instrumentos del
allentiac fueron dados a conocer por primera vez por Toribio Medina en 1894 y
los textos completos del millcayac por Márquez Miranda en 1943,
Hay que incluir también en este archivo
jesuítico de las lenguas huarpes algunas referencias aisladas incluidas en una
de las dos crónicas escritas por jesuitas de Chile. La primera, del jesuita
Alonso de Ovalle (¿1601-1603?-1651), “Histórica relación del reyno de Chile”
publicada en Roma en 1646 con la finalidad de dar a conocer lo que tan digno era de saberse de la Capitanía de Chile,
desconocida en Europa. Otro objetivo, de carácter pragmático, común en la
discursividad jesuítica, animaba la publicación de la obra: conseguir apoyo en
Europa para que se envíen misioneros a Chile. En este sentido, la obra es
notoriamente ensalzadora de las virtudes de espacios y sujetos y sus objetivos
no difieren, mayormente, de otros escritos jesuíticos con abundantes
microrrelatos maravillosos que focalizan los efectos edificantes que tiene la
prédica de los padres de la Compañía sobre los indígenas, destacando cómo la
evangelización en la lengua aborigen redunda en una mejor internalización de la
doctrina, “porque quando les enseñauan en
lengua Española, como no la entendían bien, no podían mostrala. Ahora los
sienten gusto por aprender lo que antes
no perciuian” (Ovalle, 1646, p. 338). La segunda crónica jesuita, cuyo
autor es Diego de Rosales (1601-1677), escrita posiblemente en 1674, fue
publicada por primera vez por Benjamín Vicuña Mackenna en tres tomos
(1877-1878), e incluye información importante sobre mapuches, “puelches” y
“pehuenches” y, aunque no menciona las lenguas de Cuyo, contiene algunos datos
e información interesante para una historia de las representaciones sobre
aquellas lenguas.
Este archivo se completa con el sínodo del
obispado de Chile de 1626, publicado por Oviedo Cavada (1964) y el sínodo de
1668[12], así como con algunas
cartas de obispos de Chile o Tucumán (edición de Lizana, 1920) o de jesuitas
(edición de De Egaña, 1970, 1974 y de Fernández, 1986) que realizan referencias
escuetas y aisladas sobre estas lenguas. Finalmente, la información más
relevante se encuentra en las cartas anuas jesuíticas durante el período en que
esta región perteneció a la provincia jesuítica del Paraguay (ediciones de
Leonhardt, 1927, 1929; Maeder, 1990, 1996, 2000, 2007 y Salinas, 2008, 2010)[13].
Los instrumentos lingüísticos creados por
el P. Valdivia a los que nos referimos más arriba, pueden interpretarse como
auténticas políticas que actúan sobre el corpus de la lengua, normatizándolas,
invisibilizando toda variabilidad regional o social -o las propias de las
lenguas orales-, proceso de exonormatización que acomodó las lenguas a unos
géneros discursivos (rezos, confesionarios), unos universos semánticos
(vocabulario para expresar realidades inexistentes en la lengua: sacramento,
dios, pecado, ángel) y unos modos de pensamiento, extraños a las lenguas
originarias (en particular lo relacionado con la doctrina cristiana), dando
lugar a procesos que pueden denominarse de glotogénesis[14]. Desde fines del siglo
XVI y hasta mediados del XVII, los tratados confeccionados por Valdivia fueron
estudiados por los misioneros jesuitas para aprender estas lenguas y tanto los
huarpes de Chile como los de Cuyo fueron doctrinados, bautizados y confesados
en ellas. Si para el año 1604 Valdivia es el único misionero que conoce las
lenguas de los huarpes (Fernández, 1986, pp.
555-568[15]),
en 1646 ya eran varios los religiosos que podían evangelizar en ellas. El Padre
Ovalle expresaba en este año:
Otra cosa hizo el
padre Luis de Valdiuia también de grande admiración, y fue que con ocassion de
catequizar, y hazer christianos a unos Indios, que llaman Guarpes (…) aprendio su lengua (que es totalmente
distinta de la de Chile) y hizo gramatica, y vocabulario de ella, y la imprimio
con el de Chile, con que dexo allanado el
camino a los nuestros para poder emplearse en la enseñanҫa, y conversión de los
Indios, como lo han hecho, y hacen los que después de el le han sucedido…[16] (Ovalle, op cit., p. 384)
Por las cartas anuas conocemos algunos nombres
de estos jesuitas que evangelizaban en lenguas huarpes. Se expresa, por
ejemplo, que los padres Juan Pastor y Fabián Martínez, el primero gran
conocedor del quechua, catequizan a los indios de las lagunas de Guanacache,
Valle de Uco y alrededores en su propia lengua (Anuas de 1610 y de 1611.
Leonhardt, 1927, pp. 208, 530; Anua de 1620-21. Leonhardt, 1929, pp. 66-68).
También se acercan datos de que el P. Cristobal Diosdado, celoso apóstol de los
indígenas, catequiza en su lengua a los indios de la jurisdicción de la
Residencia de Mendoza (Anua de 1612. Leonhardt, 1927, p. 384). Incluso el P.
Diego González Holguín, relevante filólogo, autor de un arte de la lengua
quechua[17] y conocedor de la lengua
del Paraguay, dedicó su tiempo a aprender la lengua de los naturales de Mendoza
pa animar a los demás (Anua de
1616-17. Leonhardt, 1929, p. 102.), aunque su intento se vio frustrado pues
murió poco después en el colegio de la Compañía de esa ciudad (Ovalle, op cit., p. 414). Para el año 1618, al
menos tres religiosos sabían alguna de las lenguas huarpes, lo que permite
inferir un número relevante de hablantes.
Hasta donde se ha podido observar, todo
parece indicar que sólo los misioneros teatinos conocieron y evangelizaron en
la o las lenguas huarpes. Así lo destacan, al menos, sus propios religiosos que
afirman que los curas doctrineros no la conocían (Anua de 1611. Leonhardt,
1927, p. 530; Anua de 1618-19.
Leonhardt, 1929, p. 194-195):
…estos pobres
naturales tan necesitados de maestros que les enseñen las cosas de nuestra fe
que si no es un clérigo no tiene otro o por mejor decir no tienen a nadie porque no sabe la lengua de los indios
porque es muy difícil y asi en todo el distrito (…) que no hay sino otros
dos, tan doctos en la lengua como el primero, como la lengua es tan
difícil ellos de tan corto caudal ellos
tanto tiempo anegados en sus vicios por falta de noticia de nuestra fe y lo que
no es menos tantos impedimentos que pone el demonio… (Residencia de Mendoza.
Anua de 1616-17. Leonhardt 1929, pp. 105-106)
En esta cita se observa cómo los padres de
la Compañía toman distancia y marcan su diferencia en vocación cristiana y abnegación
hacia los naturales en relación a los doctrineros, quienes no sólo no conocen
su lengua sino que no tienen formación suficiente en la doctrina y están anegados en sus vicios, lo que se
interpreta como acción del demonio. Si
los padres de la Compañía son los únicos que conocen las lenguas de los
huarpes, ello se debe, en sus palabras, a que es muy difícil. Esta es la
creencia[18] sobre las lenguas que
destaca y todas las evaluaciones se orientan en esta misma dirección: es “arto
dificultosa y diferente de la Chile” (Anuas
de 1610 y de 1614. Leonhardt, 1927, pp. 68, 475), “muy difícil” (Anua de 1612. Leonhardt, op cit., p. 384), “muy peregrina y
dificultosa” (Anua de 1618-19. Leonhardt, 1929, pp. 194-195), y por ello, los jesuitas son los
únicos habilitados para “ayudar a estas almas tan desamparadas (que) no tienen
otro sacerdote y menos un lenguaraz” (Anua
de 1612. Leonhardt, 1927, p. 384). La presentación de esta lengua como muy
dificultosa aparece, incluso enfatizada en una cédula real del 15 de diciembre
de 1646 en la que se impide la fundación de un convento de San Agustín en
Mendoza sin gravamen, que cita palabras del Obispo según las cuales hay pocos
clérigos y “la lengua de los indios de aquella tierra es singular y
dificultosísima” (Lizana, op cit.,
pp. 601-604[19]).
Se trata de evaluaciones de las lenguas que han excedido el campo discursivo de
la orden de los jesuitas e ingresaron al discurso general de la iglesia
regional.
Como se observa, estos dichos sobre las
lenguas apoyan la construcción de la Compañía de Jesús como excepcional, única
en su celo evangelizador y dedicación a los nativos. Es más, son los únicos con
la capacidad suficiente para aprender una lengua tan difícil. Este discurso
destaca tanto la actitud de entrega de la Compañía como el reconocimiento que
obtiene de los indígenas por su abnegación. La Compañía de Jesús se presenta a
sí misma como la única orden que puede sortear las dificultades de la lengua
para llevar a buen término la labor de catequesis.
Este respeto a la glotopolítica imperial
tuvo, sin embargo, sus rasgos coloniales: rápidamente estas lenguas pierden sus
nombres y los glotónimos (allentiac y millcayac) no vuelven a constar en ningún
documento que conozcamos. En realidad, estos nombres sólo se consignan en las titulaciones
de las dos obras de Valdivia y, ya a fines del siglo XVIII y durante el XIX y
XX en las citas que de esta obra realizan bibliógrafos (Medina, 1918, pp.
IX-XIII), cronistas posteriores (Vgr. Lozano, 1754, p. 165) o en
investigaciones sobre ellas ya citadas.
La diversidad lingüística huarpe,
expresada en la existencia de dos lenguas (allentiac y millcayac), que
ameritaron la producción de dos gramáticas, con sus correspondientes textos de
catequesis y vocabularios, sufre un proceso similar al que observamos en
relación a los etnónimos: pierde visibilidad en la documentación y, a excepción
de las obras de Valdivia, la información posterior que conocemos se refiere a
una lengua huarpe, nunca a dos. Incluso, el P. Valdivia, en su profusa correspondencia,
siempre declara saber la lengua de
los huarpes, en singular, o lengua guarpe.
La última referencia que hemos encontrado a la diversidad lingüística en la
zona de los huarpes corresponde al año 1609, en la que se expresa que en Cuyo
habitan “15.000 almas de sumo desamparo y (…) se hablan dos o tres lenguas, no
muy diferentes una de la otra” (Anua de 1609. Leonhardt, 1927, pp. 5, 8), pero
en la misma carta anua se expresa “y a los indios de la dha provincia de Cuyo
los llaman guarpes y su lengua de la misma manera” (Leonhardt, op cit., pp. 20-21). Posiblemente, se haya
generalizado una sola de estas dos lenguas huarpes y, si ello es así, es
posible que sea el millcayac, pues ésta era la lengua de la región más atendida
por los jesuitas –en parte responsables de la generalización de las lenguas de
América- pues en Mendoza se encontraba su Residencia, y los informes se
refieren en su mayoría a ella. En ese caso, la lengua allentiac pudo haber
sufrido una restricción de su alcance funcional y haber quedado como lengua
limitada al dominio familiar, mientras que para las relaciones interétnicas o
la evangelización se pudo haber empleado la millcayac.
Ovalle, gran conocedor de la región y de
la historia de las misiones en Chile, se refiera a la “lengua guarpe” en
singular (op cit., p. 384), como si
fuera una, rasgo que encontramos también en todos los otros escritos
misioneros. En las cartas anuas se habla siempre de una lengua, con la
excepción mencionada más arriba. En el año 1626 en Chile la lengua huarpe mantenía
su vitalidad, según lo indica el sínodo diocesano celebrado en Santiago ese
año, en el que, en relación a los nativos de Cuyo, expresa que “Y los solteros
reciban el sustento espiritual de manos de sus propios curas en su lengua
materna, que solamente entienden los más de ellos” (Oviedo Cavada, op cit., p. 352). Sin embargo, parece que ya a
mediados del siglo se había acelerado el proceso de araucanización de los
huarpes de Chile. En efecto, Ovalle, al marcar las diferencias entre los
huarpes y los indios de Chile, expresa
También se
differencian en la lengua que hablan, de manera que no se que tengan ni una
palabra que sea común a unos, y a otros, pero como la de Chile es tan
universal, (…) la hablan también muchos de los de Cuyo, que la aprenden y con
perfeccion, los que pasan la cordillera, y están algún tiempo en Chile, y se ve
bien la ventaja, que haze esta aquella, porque no me acuerdo haver visto jamas
un Indio de Chile que hable la lengua de Cuyo. (Ovalle, 1646, p.116)
Para esta fecha, entonces,
la situación en Chile era de retroceso de la o las lenguas huarpes, con el
consiguiente avance del mapuzundun: los hablantes de alguna de las lenguas
huarpes aprenden el mapuzundun pero los mapuches, en ningún caso, aprenden
estas lenguas. La diferente amplitud funcional, y su consiguiente
diferenciación a nivel de prestigio, viene a ser refrendada por el jesuita
Ovalle, que reconoce la “ventaja” de una sobre la otra. Las lenguas huarpes
ingresan, en Chile, a una relación diglósica no estable (Hamel, 1988; Calvet,
1997; Boyer, 2009), que desemboca en la sustitución de la lengua de menor
amplitud funcional y prestigio, luego de un período corto de bilingüismo. No
tenemos datos sobre las interacciones efectivamente producidas que nos pongan
en evidencia situaciones de funcionamientos diglósicos (Lafont, 1984 en
Zimmermann, 2010, pp. 890-891) y el caso parece haber sido el del conflicto
social y comunicativo provocado por el desplazamiento forzoso de poblaciones,
con sus efectos lingüísticos. Las cartas anuas permiten completar esta
información y reafirmar el carácter subordinado de las lenguas huarpes en
relación al araucano o mapuzundun. Si
incorporamos el español, las lenguas se encuentran en situación de triglosia
(Hoffman, 1981; Youssi, 1995), en la que la relación de subordinación
sociolingüística aparece escalonada: español, mapuzundun y lenguas regionales
como el millcayac o el allentiac, en tercer lugar, fenómeno que ha sido también
denominado “diglosia múltiple” (Parodi, 2011, p. 92) y que se da principalmente
en los nacientes núcleos urbanos. En este contexto, y sólo a cuatro decenios de
iniciado el siglo XVII, las lenguas huarpes entran en Chile en nuevos regímenes
de normatividad que asignan diferentes valores a las lenguas. Hacia mediados de
siglo, las referencias a la evangelización en lenguas huarpes en Chile
desaparecen. Incluso, el sínodo diocesano realizado por el obispado de Santiago
de Chile en 1688 no menciona en ninguna de sus constituciones el tema de las
lenguas nativas. Posiblemente, la política lingüística de evangelización haya
cambiado para esa fecha.
En Cuyo, por el contrario, luego de
mediados de siglo XVII las referencias a la evangelización en lenguas huarpes
son frecuentes, por lo que esta lengua tenía amplia vitalidad en la región.
Pasada la primera mitad del siglo XVIII aún se los registra, aunque, según el
Padre Lozano, los huarpes son “gente sin población ni forma de república, sino
en estado miserable” (1754, p. 71), cuya lengua seguramente se haya limitado al
dominio familiar e intercomunal.
Se observa que con relación a los huarpes
se aplicó una activa política de evangelización en la lengua nativa, creando
los instrumentos lingüísticos necesarios y misionando en la zona rural, en
distantes y dificultosos territorios, tanto en Chile como en Cuyo. Se trató de
una política lingüística, asociada a una política evangelizadora activada
exclusivamente por la Compañía de Jesús y que fue respetuosa de su propia
historia y la legislación. Sin que los padres aparezcan como responsables de
ello, los documentos misionales también dan cuenta del proceso de
generalización del mapuzungun en Chile como lengua de evangelización y,
posiblemente, de una de las lenguas huarpes en Cuyo. No tenemos datos para
afirmar cuál sea el estatuto del quechua en este período, a pesar de que desde
mediados del siglo XV los huarpes recibieron la influencia del imperio incaico
(Michielli, op cit., pp. 8-9). La documentación
judicial indica que muchos nativos urbanos de las ciudades de Mendoza y San
Juan la conocían.
Esta política de evangelización en lengua
nativa se acompañó de una política discursiva que la legitimó, la presentó en
su excepcionalidad, en sus frutos positivos y en sus dificultosos trabajos. Los
padres de la Compañía, en estos discursos, se presentan como los únicos que
pueden sortear las dificultades de la lengua, la geografía y el clima para el
remedio de las almas. Son así el modelo de la evangelización.
POLÍTICAS LINGÜÍSTICAS EN SIERRAS
CENTRALES
La ciudad de Córdoba[20] fue el centro a partir
del cual se realizó la labor misional de toda la jurisdicción de Sierras Centrales.
La región estaba habitada, al momento de la conquista, aproximadamente por
30.000 indígenas pertenecientes, hasta donde hoy se sabe, a dos grupos étnicos
diferentes: comechingones y sanavirones, distinción que aparece en crónicas y
primeros documentos de archivo pero que no ha podido ser contrastada de manera
concluyente por el registro arqueológico.
Si para las lenguas huarpes tenemos una
acción evangelizadora que respeta la política lingüística general, dada en el
concilio de Lima, en el sentido de que evangeliza en la lengua regional e
incorpora, paulatinamente, la lengua general, la situación es bien diferente
para el área de Sierras Centrales. Si bien también aquí la información es
escueta, dispersa y poco precisa, la diferencia radica en que en Sierras
Centrales no hay producción de instrumentos lingüísticos bajo la forma de
gramáticas, vocabularios o confesionarios. Tampoco hemos encontrado en la
documentación, información de que algún misionero haya intentado siquiera,
aprender la o las lenguas autóctonas[21] y las referencias
documentales son escasas y las más de las veces confusas en información sobre
lenguas, de modo que las inferencias que se pueden extraer de este material
atañen más bien alguna creencia sobre las lenguas –la variabilidad lingüística-
y más específicamente a políticas lingüísticas misioneras. El archivo misionero
está conformado, en primer lugar, por la famosa carta del P. Barzana a su
provincial, el P. Juan Sebastián de 1594 (editada en Berberián, 1987, pp.
249-263), en la que realiza un comentario extenso de la situación de pueblos de
indios y lenguas de la provincia jesuítica del Paraguay[22].
Otro tipo documental de relevancia lo
constituyen las cartas anuas de la Provincia Jesuítica del Paraguay, ya
citadas. Las actas del cabildo eclesiástico de Santiago del Estero (editadas
por Palomeque y Castro
Olañeta,
2005)[23] ofrecen poca información
lingüística. También suelen incluir interesante información sobre políticas
lingüísticas y lenguas nativas las misivas e informes de obispos (editadas por
Levillier, 1926 a, b), a los que nos referiremos más adelante, y las actas de
los sínodos del Tucumán, en particular el de 1597 (editadas por Levillier, 1919
y por Arancibia y Dellaferrera, 1979).
En términos generales, en el Tucumán del
siglo XVI se intentó poner en marcha una glotopolítica coherente con las
disposiciones del concilio limense de 1583 y del primer sínodo del Tucumán de
1597 convocado por el obispo Trejo y Sanabria y celebrado en Santiago del
Estero, en el que se establece que la doctrina cristiana se enseñará en la
lengua general del Perú “porque ya gran parte de los indios la reçan y casi
todos van siendo ladinos en la dicha lengua” y porque en la gobernación se
hablan muchas lenguas “y muy dificultosas” [24].
Sin embargo, en este mismo sínodo se encarga –y amonesta- a los sacerdotes que
aprendan las lenguas regionales de sus respectivas jurisdicciones, o al menos,
conozcan algunas preguntas para confesar sin intérpretes y que tengan la
competencia lingüística suficiente como para explicar algunos artículos de la
fe en su propia lengua. Esta política misional nunca pudo ser llevada a cabo de
manera estricta en el Tucumán, y menos aún en la región rural de Sierras
Centrales.
La actividad evangelizadora de la Compañía
se realizó en dos ámbitos diferentes: la ciudad y la campiña. En la ciudad la
catequesis se realizaba los domingos a la tarde, en quechua. Los indígenas que
allí habitaban eran tanto originarios como desplazados desde el Perú y tenemos
datos de que algunos eran ladinos, pero la mayoría conocía la lengua general
del Perú. Estaban organizados en cofradías de indios que se disputaban con
otras dos órdenes religiosas, aunque el conocimiento de la lengua quechua por
parte de los hermanos de la Compañía fue un elemento a su favor para que los
nativos optaran por ellos, según expresan las cartas anuas, laudatorias, como
dijimos, a la acción de sus jesuitas[25]. Incluso, la lengua
general del Perú se enseñaba en Córdoba a los nuevos misioneros que, según
ellos mismos expresan, deseaban aprenderla para una mejor evangelización[26]. La extensión del quechua
en el ámbito de la ciudad de Córdoba, condición de posibilidad para la práctica
catequística en esta lengua, viene refrendada por la mencionada carta del P.
Barzana cuando dice, en relación a la lengua sanavirona
…ninguno de
nosotros la entiende ni es menester, porque los sanavirones e indamas[27] son poca gente y tan
hábil, que todos han aprendido la lengua del Cuzco como todos los
indios que sirven a Santiago y a San Miguel, Córdoba y Salta y la mayor parte
de los indios de Esteco, y por medio de esta lengua (…) se ha hecho todo el
fruto en bautismos, confesiones, sermones de doctrina cristiana que se ha hecho
y hace en todas las ciudades de esta
provincia. (Berberián, op cit., 252-253)
Según esta cita, el proceso de
quichuización en las ciudades de la gobernación del Tucumán ya estaba consumado
en 1594 (“todos han aprendido la lengua
del Cuzco”), incluso en Córdoba. La presencia de la lengua general del Perú en
Córdoba, espacio al que no alcanzó la conquista incaica, excede con mucho a la
evangelización y no fue una consecuencia exclusiva de ella. Hay que tomar en
cuenta en esta consideración que Córdoba recibió numerosa población peruana
desde su primera fundación y que estos “indios amigos” tuvieron la función de
actuar como “pobleros” esto es, capataces en los pueblos de indios, encargados
de la producción y la organización del trabajo de las encomiendas, fueron los
articuladores entre las dos sociedades, nativa originaria y española. La
extensión de esta lengua fue rápida y el obispo Maldonado, en carta al rey
datada en Tucumán en 1635, pide providencias “para que se introduzca a rezar a
los naturales en lengua española para que se olvide la natural, en esta tierra
poco hablan los indios y españoles en castellano, porque está más naturalizada
la lengua general de los indios” (Levillier, 1926 b, p. 35).
En la zona rural, por su parte, existían
numerosas estancias en las que estaban asentados pueblos de indios y en las
escarpadas sierras se encontraban también pueblos de indios e incluso, “indios
sueltos”, no encomendados, procedentes de distintas jurisdicciones que,
escapando de la sujeción de encomenderos, organizaban modos de vida
particulares. Los padres de la Compañía de Jesús realizaban misiones anuales de
dos o tres meses a estancias y sierras. En estos casos, la acción
evangelizadora siempre se llevó a cabo mediante intérpretes, desde la primera
colonización del territorio hasta la década del 60 de la centuria siguiente,
alegando que en la región se hablan muchas lenguas, enunciado repetido en la
documentación misionera que también ha tenido un fuerte impacto en el nivel de la
investigación y de las creencias sobre las lenguas originarias de Córdoba[28]. En 1594 el P. Barzana
expresaba
Para enseñanza del
distrito de los indios de Córdoba (…) no hemos sabido hasta ahora con qué
lengua podrán ser ayudados, porque son tantas las que hablan, porque a media legua se halla nueva lengua.
No ha dejado la Compañía tampoco esta gente, porque con intérpretes suficientes
ha bautizado más de cuatro mil de ellos (…) Era menester más de ocho o nueve lenguas distintas, porque
todos estos indios es gente barba(da?) como los españoles y los que con mayor facilidad salen con el catecismo
de cuantos yo he hallado en el Perú ni en estas tierras. (Berberián, op cit., p. 253)
Sin negar el valor de verdad de estas
afirmaciones sobre la diversidad lingüística en Sierras Centrales, su
discursivización iterativa puede ser entendida en el marco de una política de
la Compañía que, en función del cuidado a su imagen, del ethos que construyen de su propia orden, no se permite admitir ante
el Prepósito que sus misioneros, paladines de la evangelización en lengua
nativa, no pudieran cumplir con este cometido. En este mismo marco de
pensamiento se debe interpretar la expresión de Barzana de que los nativos de
Córdoba son los que “con mayor facilidad salen con el catecismo de cuantos yo
he hallado en el Perú ni en estas tierras”, lo cual significa afirmar que el
bautismo mediante intérpretes no producirá obstáculo alguno para la
evangelización. Recordemos que el sínodo provincial de Lima de 1557 había
advertido: “nullus audiat confesionem per
interpretem” y el Padre Acosta, en su Procuranda Indorum Salute (1588-89)
se había opuesto con fuertes argumentos a la confesión mediante intérpretes (De
Solano, op.cit., pp. 101 y ss).
Esta presentación de la región dominada
por una diversidad lingüística extrema del P. Barzana (“a cada nueva legua se
encuentra nueva lengua”) se continúa a lo largo de toda la primera mitad del
siglo XVII. El padre Juan Pastor, evangelizador por estos años de la Compañía
en Córdoba fue un gran conocedor y enseñante de la lengua del Perú; sin
embargo, en la región de Córdoba no puede sino usar intérpretes y realizar
confesiones y bautismos generales (Anua de 1511. Leonhardt, 1927, p. 512; Anua
de 1641. Maeder, 1996, p. 36). Ello debe justificarse y se lo hace a partir del
argumento de las numerosas lenguas y, en el discurso, esta práctica aparece
como la máxima expresión de la vocación y celo cristiano al denunciar el poco
cuidado que han tenido los doctrinantes con los naturales y la dedicación que,
por el contrario, demuestran los padres de la Compañía:
Al fin del año de
treinta discurrieron otros dos padres por las estancias y pueblos que llaman de
los algarrobales que distan algunos mas de 40 leguas de la ciudad (…) Porque
aunque todos los indios de esta comarca están muy necesitados de remedio de sus
almas, estos mucho más por estar mas distantes de la ciudad y no llegar los
curas a sus tierras que por ser de
lenguas peregrinas los dexan por desauciados (…) confesaron e instruyeron
por interpretes (Anua de 1628.31. Leonhardt, 1929, p. 387)
Cada año van dos
padres del colegio y por tres meses enteros, y con grandísimas incomodidades,
misionando por la región de Córdoba (…) recogiendo una gran cosecha de almas.
Es verdad que por los campos haya también algunos sacerdotes clérigos,
encargados con parroquias, pero muchas veces
son demasiado interesados en su propio provecho, haciendo poco caso de las
almas a ellos encomendados (Anua de 1650-52. Salinas, 2008, p. 61)
Otro dato que avala esta interpretación es
el hecho de que en las cartas anuas se insiste en que se bautiza, se catequiza
y se confiesa a viejos, y en pocas ocasiones se mencionan los jóvenes, en una
clara advertencia de que no se está poniendo en riesgo el bautismo y la
confesión pues, ya que son viejos, no podrán orientar su conducta hacia el
pecado:
La segunda misión
fue a una hacienda veinticinco leguas de aquí donde había (…) indios muy viejos que algunos pasaban los
100 años (…) se aberiguo que no habían recibido el santo bautismo y parece
que nuestro Señor se le guardaba para cuando
ya no fueran capaces de perder la gracia que con el se comunicaba. (Anua de
1626-27. Leonhardt, op cit., 238)
No llegaron a
pueblo de indios (y llegaron a muchos) que antes de salir no dejasen a todos
los del confesados muchos de mas de 50
años y otros de tornar su vida y a todos instruidos y consolados sucediendo a veces servirse de 4 lenguas diferentes para poder industriarles. (Anua de 1626-27. Leonhardt, op
cit., p. 237)
Quedaron todos
bien instruidos y muy consolados
aviendoles costado mucho trabajo a los padres por ser muchos de ellos viejos decrépitos y rudissimos y mas
noticia de los misterios divinos que si no fueran cristianos y serles necesario
valerse de tres y quatro lenguas
peregrinas para dársela. (Anua de 1632-34. Maeder, 1990, p. 26)
El año pasado han
sido instruidas en los elementos de la religión cristiana muchas mujeres
indias, (…). Muchas de ellas tenían ya
cerca de 100 años. Una vieja de más de 100 años estaba todavía para ser
bautizada e instruidas con las demás en el catecismo. Era ya ciega de cuerpo,
pero se le ilustró con la luz divina. Todas se confesaron por medio de intérprete, de los pecados de toda la
vida. (Anua de 1652-54. Salinas, 2008, p. 121)
Otro rasgo común de estos relatos de
misiones a la región rural lo constituye la focalización de los esfuerzos y
dificultades que deben sortear los padres para cumplir con su labor
catequizadora, así como la respuesta agradecida de los nativos:
Estando ya para
partirse llamaron de noche a un padre para confesar a un enfermo que estaba
media legua de allí (…) y tuvo que ir rompiendo
camino por un arcabuco muy rezado lleno de espinos y cambroneras que le
destrozaron todo el vestido. Confesole en fin y consolole porque había
treinta años que no se confesaba (…) andando por aquellos descaminados sintió ruido (…) y dio con una gruta en la cual hallo
8 personas entre indios y indias y tan viejos
todos que pasaban de 80 años (…) instruyolos en 4 lenguas diversas y bautisolos con grande consuelo del P. y de los indios. (Anua de 1626-27. Leonhardt, 1929,
p. 238)
…cuyos efectos (de
la confesión) comenzaron a sentir luego no cabiendo de regocijo y derramando muchas lágrimas de consuelo (…) dándose los
padres por bien pagados con este espectáculo del grande trabajo que habían
puesto en disponerlos siendo necesario recogerlos por estar derramados a
quarto, media y una legua y volver el catecismo en 8 lenguas diferentes para la instrucción. (Leonhardt, op cit., p. 238)
Es poca la información que tenemos sobre
estos intérpretes; no conocemos en ningún caso su procedencia, sus nombres, las
lenguas en las que realizan la mediación, aunque sabemos que la mayoría de
ellos se tomaban del mismo pueblo al que visitaban o servía a tal fin algún
nativo de la ciudad que los acompañaba. En estos casos, por lo general, se
interpretaba de la lengua regional al quechua, que los padres conocían bien.
Tampoco hay manifestación alguna de cuidado por garantizar que la
interpretación sea de calidad o la continuidad de un mismo intérprete para cada
lengua, aspectos sí que encontramos en otras regiones y en otros siglos.
Otro aspecto digno de mención es el hecho
de que las confesiones, en más de una oportunidad, lo mismo que los bautismos,
eran generales (Anua de 1611.
Leonhardt, 1927, p. 512; Anua de 1641. Maeder, 1996, p. 36), lo cual también
era contrario a la legislación y a la práctica evangelizadora de los jesuitas.
En el decenio posterior a la primera mitad
del siglo XVII las referencias a la acción evangelizadora en lengua indígena se
hacen poco frecuentes, situación que puede relacionarse con la cédula del 2 de
marzo de 1634, dirigida al Arzobispo de Lima, para que se fomente la enseñanza
del español entre los indios, a fin de que sea más aprovechable la doctrina,
evitando que tengan que ser traducidos los sermones por medio de intérpretes
(De Solano, op cit., 150),
disposición que fue incorporada a la Recopilación de las Leyes de Indias (Libro
VI, Título 1, Ley 18) y que responde el obispo Maldonado, en su carta antes
citada, comentando que en el Tucumán está tan naturalizada la lengua quechua
“que ya ni españoles ni indios hablan la castellana”.
REFLEXIÓN FINAL
En los casos estudiados, como en otros que
podríamos mencionar, la construcción colonial buscó –y halló- unidades
lingüísticas homogéneas donde seguramente primó la diversidad, y encontró
diversidad en contextos que pudieron haber sido algo más homogéneos. No fue el
objeto de esta presentación realizar un análisis crítico sobre el acomodamiento
de estas informaciones sobre las lenguas a alguna realidad. Más bien, el
objetivo que nos movió fue reconocer cómo estos documentos dan cuenta de
políticas, de intervenciones sobre y con las lenguas, y sus efectos, y cómo
estos documentos, en tanto discursos, llegaron a construir un ethos apropiado de la Compañía de Jesús.
Las lenguas huarpes fueron objeto de una
misma política evangelizadora en Chile y en Cuyo fundada en el uso de la lengua
indígena, aunque sus efectos fueron diferentes. En Chile las lenguas huarpes
entraron en una situación sociolingüística conflictiva, que culminó con la
sustitución de éstas por el mapuche, ya posiblemente a mediados del siglo XVII,
último período del que tenemos noticia de su existencia en la región de Chile.
En el área de Cuyo, por el contrario, la evangelización sólo usó el allentiac y
el millcayac, sin recurso a la lengua general mapuche, pero seguramente
generalizando una de ellas. Se observa cómo en medio siglo de acción de la
evangelización, o quizá menos, se produce una profunda transformación de las
relaciones entre las lenguas. A nivel discursivo, esta acción de doctrinamiento
toma la forma de una acción excepcional, sólo llevada a cabo por jesuitas,
únicos misioneros capaces de aprender esta lengua “dificultosísima” y de
sortear todos los obstáculos en favor de la salvación de las almas de los
nativos.
La política de evangelización en Sierras
Centrales fue diferente a la aplicada en Cuyo. Aquí el recurso fue el uso de la
lengua general del Perú en la ciudad -y con ello, el apoyo a su
generalización-, y el uso de intérpretes y de confesiones y bautismos
generales, en la campiña. Se trató de una política excepcional, contraria a la
legislación y a la acción tradicional de la Compañía, a la que se le habían
opuesto muchas objeciones por los temores a la mala interpretación de la
palabra religiosa o a la falsedad en confesiones y bautismos. Por ello, se
requirió que estas objeciones fueran desestimadas por el propio discurso y
entonces, los textos jesuíticos destacan que estos nativos entran más
rápidamente a la doctrina que los indios del Perú, advierten que se bautiza y
confiesa a viejos, que ya no pueden perder la gracia, y se alega que tienen
muchas lenguas.
Nuevamente en este caso, la política
lingüística se asocia a una política discursiva que busca destacar la acción de
la compañía de Jesús como excepcional, única en la región, salvadora de almas
que de otro modo quedarían sin consuelo y, a pesar del uso de intérpretes, de
los bautismos y confesiones generales, de no conocer la lengua, los padres de
la Compañía se presentan a sí mismos como el modelo de misionero abnegado que
realiza su tarea correctamente.
Se trata de políticas lingüísticas strictu sensu pues están
institucionalizadas, son planificadas, conscientes, y se orientan al
cumplimiento de objetivos que no se relacionan solo con las lenguas, sino que
se orientan a la evangelización y con ello, transformación de las “almas” y de
las conductas. Estas decisiones glotopolíticas y los discursos que la legitiman
se activaron en circunstancias históricas de conflicto de la compañía con
encomenderos, pobladores, y otras órdenes religiosas que encontraron en la
negativa de los jesuitas al sistema de la encomienda un obstáculo para el
aprovechamiento de la fuerza de trabajo indígena. Además, estas intervenciones
sobre las lenguas, orientadas a la evangelización, buscaron gestionar tanto
prácticas como estructuras simbólicas de los grupos a las que se aplicaron,
afectando directamente modos de vida y de pensamiento y a las propias lenguas,
pues se construyó un contexto que colaboró para el paulatino retroceso de los
idiomas indígenas regionales. De allí su carácter activamente político.
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NOTAS
[1]
Posiblemente, recién hace unos años los historiadores han comenzado a calibrar
la relevante incidencia de la variabilidad lingüística en la conquista y
colonización del nuevo mundo (Jurado-Centurión López, 2015).
[2] Fundada en 1541, ocupaba desde Atacama
por el norte hasta el río Biobío por el sur, aunque sus límites fueron
variables, dependiendo de la guerra de Arauco. Desde 1568 abarcó también la
provincia de Cuyo, dependencia que continuó hasta la creación del virreinato
del Río de la Plata en 1776. En 1561 se erige la diócesis de Santiago de Chile,
sufragánea de la arquidiócesis de Lima.
[3] Creada en 1563, dependió en lo
judicial de la Audiencia de Charcas. Abarcaba las provincias actuales de Salta,
Jujuy, Tucumán, La Rioja, Catamarca, Santiago del Estero y Córdoba. En 1570 se
erige la diócesis del Tucumán, sufragánea de Lima hasta la creación de la
arquidiócesis de Charcas, en 1609.
[4] Complementos pastorales del III
concilio, conjunto constituido por tres obras ¨Doctrina Christiana y catecismo (1584),
confesionario para los curas de indios (1585) y Tercer catecismo (1585), textos
que fueron traducidos al aymara, quechua y español y debían respetar todos los
“artes” que se hicieran (Cancino Cabello, 2016).
[5] Los más importantes instrumentos
jurídicos sobre ello son: Real Cédula a los obispos del virreinato de Nueva
España ordenando que solamente envíen a los pueblos de indios clérigos
conocedores de los idiomas indios como párrocos del 22 de mayo de 1565 (De
Solano, 1992, p. 65), Real Cédula a los obispos de indias mandándoles que sólo
ordenaren a los sacerdotes que constaren en exámenes el buen conocimiento de
los idiomas indios del 19 de septiembre de 1580 (ibid., p. 79), Real Cédula ordenando que las doctrinas de indios
sean dirigidas por sacerdotes conocedores de su lengua del 13 de junio de 1615
(ibid., p. 141), Real Orden a las
autoridades civiles y eclesiásticas para que en los pueblos de indios solamente
estén curas expertos en sus idiomas, siendo trasladados los ignorantes, así
como especial advertencia a los catedráticos de lenguas aborígenes para que
sólo aprueben a los verdaderamente conocedores del 17 de marzo de 1619 (ibid., p. 143). En palabras del autor
citado, “Desde mediados del siglo XVI hasta los años finales del siglo XVII es
el tiempo de la predicación múltiple en lenguas aborígenes” (ibid., p. LI).
[6] Fundada en 1562 por Juan Jufré y
Montesa, en nombre de Francisco de Villagra, Capitán General de los Reinos de
Chile.
[7] Mendoza fue fundada por Pedro del
Castillo en 1561 en Guaymallén.
[8] San
Luis fue fundada en 1594 por Luis Jofré de Loaysa y Meneses.
[9] La
exacta distribución geográfica de estas comunidades es objeto de debate debido
a la dispersión de personas y pueblos producto de la presencia española en la
región.
[10] Real Cédula del 17 de julio de
1622 (Lizana, 1920, pp. 480-516).
[11] Sacando las lenguas generales
quechua, mapuzundun y guaraní, en Argentina las lenguas originarias regionales
no han sido objeto de atención especial por parte de los misioneros en los
siglos XVI y XVII. Sólo se han conservado la gramática del Toba del P. Alonso
de Barzana de 1585 y las gramáticas allentiac y millcayac del P. Luis de
Valdivia de los años 1606 y 1607. En el siglo XVIII sólo contamos con la
gramática lule tonocoté del P. Machoni de 1732. Sabemos, sin embargo, que otras
lenguas originarias fueron objeto de gramatización por parte de misioneros en
nuestro país, pero ellas hoy se encuentran perdidas. Nos referimos a la
gramática del kakán del P. Barzana y a la gramática lule del mismo jesuita que,
según indicaciones del texto de Machoni fue escrita, aunque no publicada. Ya se
hallaba perdida para cuando Machoni de Cerdeña escribe su prólogo. Agregamos a
este corto listado un dato que proporcionó uno de los evaluadores de este
artículo: Nicolás Mascardi expresa, en una carta del 30 de enero de 1669 “haber
compuesto un catecismo, un confesionario y una gramática en lengua puelche (es
decir, günün a iajüch), obras manuscritas que hasta la fecha no han podido
ubicarse”. Cabe advertir que todos estos instrumentos lingüísticos son obra de
miembros de la compañía de Jesús. Los artes y vocabularios conservados son
textos breves, que incluyen las cuatro oraciones en lengua nativa, vocabulario
y confesionario, a más de la gramática. Los prólogos, las argumentaciones, las
imágenes y definiciones teóricas de estas gramáticas son escuetos, a diferencia
de los que existen para las lenguas generales de las regiones centrales del
imperio. Estos textos elaborados por los religiosos en nuestro país durante los
siglos XVI y XVII fueron realizados con un único objetivo: la evangelización.
La característica de los producidos en Argentina es que, a diferencia de los
productos para las regiones centrales americanas como México o Perú, en
Argentina no están dirigidos a la enseñanza de las primeras letras de los
nativos sino a dar los rudimentos de las lenguas a los misioneros para una
mejor evangelización. Los destinatarios de estos escritos fueron los mismos
misioneros. Tampoco hay en nuestro país literatura o alguna tradición textual,
como el teatro misionero en lenguas originarias regionales, ni exposiciones de
teología, himnos, sermones, resúmenes del antiguo o nuevo testamento, como en
otras regiones americanas.
[12] Los sínodos de 1586, 1612 y 1670,
convocados por los obispos Diego de Medellín, Pérez de Espinosa y Humanzoro,
respectivamente, están perdidos y es posible que ninguno de ellos haya sido
publicado.
[13] Las cartas anuas son documentos
jesuíticos escritos por lo general por los provinciales, tanto para informar al
padre Prepósito, General de la Compañía, residente en Roma sobre la acción
pastoral de la compañía, como para motivar a otros jesuitas a dedicarse a las
misiones. Se redactaban en castellano y/o en latín. El propósito publicitario
de estas misivas se concretaba en la difusión de copias a todas las provincias
de la Compañía. El modelo para ellas fueron las cartas que San Francisco Javier
enviaba a Ignacio de Loyola desde la India, Japón y China. Constituyen la
fuente documental más importante para el reconocimiento de las políticas
lingüísticas de la Compañía.
[14] Este término es común en
psicolingüística y en los estudios sobre origen del lenguaje. En
sociolingüística se usa para dar cuenta del carácter dinámico de las lenguas,
siempre variables desde la perspectiva social, temporal y espacial (Marcellesi
2003, p. 158; Del Valle, 2014, p. 92), así como para hacer referencia a lenguas
mixtas o criollas (Torero, 2005, p. 29; Clairis, 1997, p. 94). En analogía con
el concepto de etnogénesis, la glotogénesis (Zabaltza, 2006) se puede entender
como creaciones coloniales de variedades de lenguas, intervenidas
a partir de instrumentos normativos, géneros, discursivos u otros
procedimientos. Piénsese en el guaraní de las misiones jesuíticas o el quechua
colonial.
[15] Carta del P. Claudio Acquaviva
desde Roma al P. Luis de Valdivia. 9 de febrero de 1604.
[16] El destacado, en este caso y en
los que siguen, nos pertenecen.
[17] Gramática y arte nueva de la
lengua general de todo el Perú, llamada lengua quichua, o lengua del Inca
(Lima, 1607) y Vocabulario de la lengua general de todo el Perú llamada lengua
quichua, o del Inca (Lima, 1608).
[18] A pesar de que, dados los
principios teóricos de los que nos valemos hubiera correspondido el empleo de
la expresión “ideología lingüística” y no creencia, no creemos en este caso
apropiado hablar de ideologías lingüísticas -término que cuenta con una larga
tradición y densidad teórica en ciencias sociales y específicamente en
lingüística- pues tememos trivializar su alcance. En el caso que nos ocupa se
trata de una representación aislada, que alcanza sólo a un atributo de la
lengua. El término creencia, más general, abarca aspectos cognitivos y
afectivos que pueden ser singulares, sin conformar sistemas (López Morales,
1989, pp. 233 y ss).
[19] Real Cédula al Virrey del Perú en
que se le pide informe sobre la fundación de un convento de San Agustín en la
ciudad de Mendoza. 15 de septiembre de 1646.
[20] Fundada en 1573, formó parte de la
gobernación del Tucumán y en lo judicial dependió de la Audiencia de Charcas.
Fue parte de la Provincia jesuítica del Paraguay.
[21] Tenemos noticia de que sólo fue
conocida por un español (Archivo Histórico de la Provincia de Córdoba,
Escribanía 1, Legajo 55, expediente 5. Año 1655).
[22] El P. Alonso de Barzana predicó y
enseñó en Cuzco y Charcas en las lenguas quechua, aimara y Puquina; en el
Tucumán, fue diestro en las lenguas kakana y tonocoté y en el Chaco pudo
predicar en las lenguas toba y Guaraní. A las siete lenguas nombradas habría
que agregar la chiriguana. Según el P. Lozano (1754), Barzana también hizo
gramática del abipón, natija y qiranguis.
La carta a la que nos referimos es respuesta a una
solicitud previa de información sobre el Tucumán y el Paraguay del Provincial
de la Orden, Juan Sebastián, y de ella se infiere que la relación epistolar
entre ambos era asidua. No obstante, es dificultoso interpretarla como una
misiva personal propiamente dicha. La estructura y los recursos retóricos son
los propios de las cartas anuas jesuíticas. Si bien, a nivel de estructura
falta en la carta de Barzana la introducción, con la que se abren todas las
cartas anuas, relativa a la situación de los colegios de la orden,
administración, estado de los inmuebles, etc., su contenido, descripciones y
microrrelatos la ubican en este nivel. Puede considerarse, entonces, un escrito
que se encuentra a mitad de camino entre las cartas anuas y las cartas
personales. Se podría entender como una carta anua parcial, o sea, aquellas
escritas por los misioneros a los provinciales sobre informes de las regiones,
pero difiere de aquéllas en que son mucho más escuetas, formales, distantes y
con un contenido propiamente informativo. El escrito objeto de análisis es una
misiva culta, de impecable estructura y cuidada planificación; fuertemente
cohesionada, con progresión en los temas y recursos retóricos variados que son
clara muestra de la formación humanista de su autor, gran conocedor de la
lengua y cultura clásica.
[23] Es interesante en este fondo documental
la insistencia con la que se advierte sobre la falta de curas doctrineros en
toda la gobernación del Tucumán. De esta misma fuente conocemos que la mayoría
de los indios eran ya para 1650 “muy ladinos” (Palomeque y Castro Olañeta,
2005, p. 385), aunque los ocloyas de Jujuy hablaban sólo su lengua en 1664, que
era “particular” (ibid., pp.
452-453).
[24] En las constituciones y
declaraciones aprobadas en el primer sínodo del Tucumán que hizo celebrar el
obispo Fray Fernando de Trejo y Sanabria en 1597 se expresa que:
La doctrina y catecismo que se ha
de enseñar a los indios sea el general que se usa en el Perú en lengua del
cuzco porque ya gran parte de los indios lo rezan y casi todos van siendo
ladinos en la dicha lengua y por haber muchas lenguas en esta provincia y muy
dificultosas fuera confusión traducción en cada una dellas y muchos indios poco
capaces entenderían que cada una de aquellas es diferente en la substancia de
la otra y tan bien abra pocos sacerdotes que hiciesen la doctrina por no saber
las lenguas naturales desta naciones pero encargamos y amonestamos a todos los
sacerdotes doctrinantes las vayan aprendiendo pues aran gran servicio a dios en
explicar la doctrina en lengua que los indios mejor entienden y por ese camino
los oirán con mayor gusto y amor y podrían confesar a los que no supieren la
lengua general y para que los naturales a la ora de su muerte no carezcan del
remedio de la confesión mandamos a todos los sobre dichos curas de indios sepan
tres o cuatro preguntas de los vicios mas usados de entre los indios que
doctrina en la lengua propia dellos para que así puedan dalle la materia para
absolverlos (…) y mandamos asimismo sepa explicar a los indios en sus lenguas nativas algunos
artículos principales de la fe nuestra y para poder confesar algún adulto
aunque faltase interprete pues como dice el apostol fides per audito y el que
en esto fuere descuidado demás de ser inobediente en caso de tanto peso y de
que dará cuenta a dios de muchas almas será castigado a nuestro arbitrio y de
los nuestros visitadores. (Constitución 2) (Levillier, 1919, p. 17)
Esto es, se define con claridad que la evangelización
se hará en lengua quechua pero que los misioneros deben aprender la lengua
regional de los naturales, al menos, como para poder confesar.
[25] “El ministerio con los indios se
continua, aunque también nos ha estorbado la emulación de dos religiones, que
han querido fundar cofradías de indios, atrayéndolos con medios que desdicen de
nuestro instituto, pero son agradables a los indios, si bien el tener los
nuestros entera suficiencia en la lengua (…) mueve a los mas a no nos dejar”
(Anua de 1614. Leonhardt, 1927, p. 8).
[26] “Los estudiantes de la compañía
están deseosos de ir a estas misiones de
los gentiles (…) dellos nace el fervor con que en toda la provincia se toma el
aprender la lengua de los indios para lo qual ay una hora señalada cada dia”
(Anua de 1618-19. Leonhardt 1929, p. 169).
[27] El etnónimo indamás es aún una
incógnita para la investigación en el área, así como resulta problemática la
indicación respecto a la extensión geográfica del sanavirón, pues numerosa
documentación da cuenta de la existencia del sanavirón en Córdoba en el mismo
momento de su conquista (1573) en áreas que rodean a la ciudad colonial, e
incluso, más al sur.
[28] No puede afirmarse el valor de
verdad de esta diversidad lingüística extrema. En estos términos, sólo aparece
enfatizada en la documentación de filiación jesuítica. Las fuentes judiciales,
por el contrario, parecen favorecer la idea de que, en términos generales, en
la región de Sierras Centrales se hablaban dos lenguas, el sanavirón, por un
lado, y dos variantes dialectales de una antigua lengua originaria, el henia y
el camiare. Sin embargo, esta creencia de las sierras de Córdoba como asiento de
una alta diversidad lingüística, puede ser producto de que allí se asentaron
nativos huidos procedentes de diferentes regiones. De todos modos, no es ésta
la discusión que queremos dar ahora en la que el énfasis está dado en los
discursos y las políticas que construyen cartografías lingüísticas, y no en las
cartografías en sí. Interesa destacar que es común, entre las poblaciones
nativas actuales de Córdoba, hacer referencia a la alta variabilidad
lingüística.
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