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Resistencia y rebelión en San
Jerónimo del Sauce (1836-1838): Una aproximación a la sociedad abipona de la
época, de Aldo Gastón Green,
Revista TEFROS, Vol. 19, N° 1, artículos originales, enero-junio 2021:
88-111. En línea: enero de 2021. ISSN 1669-726X
Cita recomendada:
Green, A., Resistencia y rebelión en San Jerónimo del Sauce
(1836-1838): Una aproximación a la sociedad abipona de la época, Revista TEFROS, Vol. 19, N° 1, artículos originales, enero-junio 2021: 88-111.
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Resistencia y rebelión en San
Jerónimo del Sauce (1836-1838): Una aproximación a la sociedad abipona de la
época
Resistance
and revolt in San Jerónimo del Sauce between 1836 and 1838. A closer look at
the Abipón communities of the time
Resistência
e rebelião de San Jerónimo del Sauce (1836-1838): Uma aproximação à sociedade
abipona da época
Aldo Gastón Green
Facultad
de Humanidades y Ciencias,
Universidad Nacional del Litoral, Argentina
Fecha de
presentación: 22 de abril de 2020
Fecha de aceptación:
19 de diciembre de 2020
RESUMEN
En 1836 un
grupo de indígenas abipones abandonó la reducción de San Jerónimo del Sauce,
ubicada 40 km al oeste de la capital provincial santafesina, en la que hasta
entonces se habían mantenido en paz. Poco después se sumaron a estos primeros
alzados otros que habían sido encarcelados y que huyeron cuando estaban a punto
de ser fusilados. En este trabajo se procura analizar estos sucesos, cuyo
abordaje resulta relevante para el estudio del entramado de relaciones
entabladas entre los indígenas y la sociedad criolla en el norte provincial
durante la primera mitad del siglo XIX. Se presta especial atención a la
dinámica propia de la sociedad abipona, a sus orientaciones culturales y a las
relaciones interétnicas establecidas en el frente chaqueño, porque se consideran
claves para la comprensión de las características y resultados del conflicto.
Palabras
clave: sociedad indígena;
relaciones interétnicas; resistencia.
ABSTRACT
By 1836, a
group of Abipón natives left San Jerónimo del Sauce reduction. This Jesuit mission
was settled about 25 miles in the west of Santa Fe, Capital of Santa Fe
Province, where they had lived in peace until then. Later on, others followed.
These rebels had been incarcerated, and they barely escaped a shooting squad.
The approach to this work is relevant in that it aims at studying these events
and the social structure of the relationships established between the natives
and the Criollos in the northern region of Santa Fe province, during the first
half of the 19th Century. Particularly, it focuses on the dynamics of the
Abipón community, on their cultural practices, and on the interethnic bonds
forged along the Chaco frontline, since they are deemed essential for
understanding the characteristics and the outcome of the conflict.
Keywords: indigenous society; interethnic relations; resistance.
RESUMO
Em 1836, um
grupo de indígenas abipones abandonou a redução de San Jerónimo del Sauce,
aldeamento distante 40 km ao oeste da capital da província de Santa Fe, onde
eles habitavam em paz. Pouco tempo depois, a esses primeiros fugidos juntaram
outros que tinham conseguido escapar da cadeia pouco antes de serem fuzilados.
O intuito deste trabalho é analisar esses acontecimentos, cuja abordagem é
significativa para o estudo da teia de relações estabelecidas entre os
indígenas e a sociedade criolla do
norte da província, durante a primeira metade do século XIX. Merecem especial
atenção a dinâmica própria da sociedade abipona, suas marcas culturais, e as
conflituosas relações interétnicas na zona do Chaco, dado que são consideradas
chaves para a compreensão das características e das consequências do conflito.
Palavras-chave: sociedade indígena; relações interétnicas; resistência.
INTRODUCCIÓN
Tras los acuerdos establecidos entre
grupos de indígenas abipones y el gobernador de Santa Fe, Estanislao López, en
1824, los primeros se asentaron pacíficamente en la nueva reducción de San
Jerónimo del Sauce, ubicada 40 km al oeste de la capital provincial. El
abandono de la misma en 1836 por un grupo de abipones, a los que posteriormente
se sumaron otros que habían sido encarcelados y huyeron cuando estaban a punto
de ser fusilados, puso en vilo a las fuerzas militares provinciales,
presentando -según el gobernador delegado Cullen- una amenaza para la frontera
y para todo el sistema de reducciones del norte. Estos sucesos, cuyo abordaje
resulta relevante para el análisis del entramado de relaciones entabladas entre
los indígenas y la sociedad criolla en el norte santafesino durante la primera
mitad del siglo XIX, sólo han sido objeto de algunos párrafos en la
historiografía provincial (Cervera, 1982; Lassaga, 1988; Aleman, 1994) y en
estudios generales referidos a esas relaciones en el actual territorio
argentino (Círculo Militar, 1974; Martínez Sarasola, 2005). Referencias a estos
incidentes pueden encontrarse además en los apuntes de Urbano de Iriondo
(1968), cronista que incurre en algunas inexactitudes.
Aquí procuraremos analizar este conflicto
prestando especial atención a la dinámica propia de la sociedad abipona y a sus
orientaciones culturales; lo que, sumado a las relaciones interétnicas
establecidas en el frente chaqueño, consideramos clave para la comprensión de
sus características y resultados. Nos basaremos para ello en la amplia documentación
existente en el Archivo General de la Provincia de Santa Fe (AGPSF) que refiere
a la sublevación del Sauce, como: las comunicaciones entre los gobernadores de
Santa Fe y Corrientes, entre el gobernador delegado Cullen y Estanislao López,
los partes militares, y otros documentos de Archivo de Gobierno y Contaduría.
Intentaremos, en primer lugar, realizar
una aproximación a los rasgos propios de la organización sociopolítica de los
abipones en épocas anteriores a su asentamiento en el Sauce, aspecto que para
el siglo XVIII ha sido ampliamente estudiado por Lucaioli (2005, 2011). En
segundo lugar, consideraremos las circunstancias que los llevaron a su
reducción en ese punto, para luego analizar la forma en que se fue
desarrollando el conflicto de 1836-1838.
UNA
SECULAR RESISTENCIA AL DOMINIO HISPANO-CRIOLLO.
La interrogación por la etnogénesis
de los abipones y la exploración de sus posibles vínculos con el proyecto
colonial, como han sido planteados para otros casos y otros espacios (Boccara,
1999, 2002), o con procesos precolombinos, excede a este trabajo. Solo
constataremos que en los siglos XVIII y XIX, los abipones se autorreconocían
como tales (Dobrizhoffer, 1967; Green, 2018). Su nombre aparece consignado por
primera vez en un documento vinculado a la población de Concepción del Bermejo
(Maeder, 1985), fundada a fines del siglo XVI en el corazón del territorio
chaqueño, donde se los ve resistiendo a los intentos de sujeción por parte de
los españoles. Tras la obtención del caballo, lo utilizaron a inicios del siglo
XVII para hostigar, coaligados con otros indígenas, a dicha ciudad, provocando
su despoblamiento. Su uso aumentó su eficacia militar y permitió su despliegue
en un extenso radio (Kersten, 1968; Radin, 1948; Socolow, 1987). Durante los
dos siglos siguientes, no solo lograron conservar su independencia, sino que
lanzaron contra los hispano-criollos frecuentes ataques que, a comienzos del
siglo XVIII, incluso pusieron en jaque al amplio arco fronterizo formado por
las ciudades de Santiago del Estero, Córdoba, Santa Fe, Corrientes y Asunción
(Dobrizhoffer, op cit.). Sin
desconocer las discusiones en torno al significado de la práctica guerrera para
los abipones del siglo XVIII, abordadas por Lucaioli (2011), ni pretender
ahondar en esta compleja cuestión, señalaremos aquí que luchar contra los
españoles y otros pueblos indígenas era, en alguna medida durante dicho siglo,
un mandato cultural. En su mito de origen decían que al ser creados, los
españoles habían recibido vestidos y riquezas, en tanto que para ellos solo
había quedado reservado el valor (Furlong Cardiff, 1938). De esta manera fue
procesada la presencia del poderoso enemigo presentando como aparente su
superioridad en bienes y tecnología al confrontarla con la valentía abipona;
legitimando al mismo tiempo y de manera implícita, la violencia como vía para
procurarse los nuevos bienes. La existencia de un mito de la creación similar
entre los kadiuéu o mbayas, pertenecientes a la misma familia lingüística que
los abipones (Green, 2005 a), en el que no se menciona a los españoles sino a
otros grupos indígenas vecinos a quienes los mbayas, por ser los más valientes
de la tierra, tenían derecho a atacar (Ribeiro, 1950), sugiere que estos
pudieron ser incorporados tras su aparición en el Chaco en una cosmovisión
previamente orientada a la guerra. Por otro lado, tal vez pudiera hallarse
alguna analogía entre la relación descripta para abipones y mataras a inicios
del siglo XVII y la que, entre los mbayas y sus vecinos chanés advertía ya
Schmidel a comienzos del siglo XVI, traduciéndola a partir de sus categorías
europeas de señores y vasallos (ibid.).
Quienes participaban en la guerra eran, a
mediados del siglo XVIII, los oelakiraik guerreros
(Dobrizhoffer, op cit.) pero solo los
que se destacaban en la misma podían llegar a formar parte de los höcheris,
categoría de guerreros que gozaban de celebridad y de prestigio no hereditario,
o ser elegidos como nelareyrat caciques (ibid.). Aunque social y culturalmente importante, la condición de
guerrero no era el requisito exclusivo para acceder al liderazgo. Debían
sumarse otras cualidades como la generosidad y elocuencia (Lucaioli, 2005,
2011) y para la misma época se señala la existencia de cacicas mujeres (Furlong
Cardiff, op cit.; Lucaioli, 2005).
Cada cacique o cabecilla desplegaba su
ascendiente sobre un grupo local o banda compuesto por varios núcleos
familiares-domésticos generalmente emparentados entre sí, que residían juntos.
Con un número variable de integrantes, que parece no haber superado el de 20
guerreros1, estas bandas solían a su vez aliarse formando unidades
más amplias bajo la influencia del cabecilla de alguna de ellas que se tornaba
en cacique principal o general, y a las que nos referiremos con el término
tribu. Los líderes abipones actuaban como representantes y portavoces de sus
grupos ante los extraños –encabezándolos fundamentalmente en la guerra– y como
influyentes al interior de los mismos, pero carecían del poder de mando
(Dobrizhoffer, op cit.; Lucaioli,
2005), lo que se corresponde con las características señaladas para las
sociedades igualitarias (Service, 1984) o indivisas (Clastres, 1996).
Las luchas intraétnicas, de las que los
escritos jesuitas del siglo XVIII ofrecen innumerables ejemplos, muestran la
posibilidad del enfrentamiento entre bandas previamente aliadas. Por otro lado,
aunque los integrantes de estas eran, en alguna medida, parientes entre sí,
estos vínculos atravesaban los límites de los grupos locales y hay indicios de
que ofrecían opciones al momento de definir las lealtades individuales.
Dobrizhoffer registra el caso de Kepakainkin que vivía en el campamento de
Oaherkaikian, con cuya hermana era casado. La banda de este respondía, a su
vez, a la influencia de Debayakainkin, enemigo de Ychoalay con quien vivían los
hermanos de Kepakainkin. Cuando este se enteró que Ychoalay atacaría a
Oaherkaikian abandonó amigablemente el campamento con su esposa y se instaló
junto al primero, ayudándolo incluso en su ataque. La condena general que
pesaba sobre Kepakainkin a partir de este incidente, por haber dejado su banda
de residencia a favor de la banda en que se encontraban sus hermanos, podría
sugerir la violación de una regla, pero no hay investigaciones sobre este
aspecto (Dobritzhoffer, op cit.).
Si la guerra fue, según aludimos, la
modalidad dominante del contacto entre los abipones y la sociedad hispano
criolla durante el siglo XVIII, también se dieron vínculos pacíficos y de intercambio
(Lucaioli, 2005, 2011). Desde mediados del mismo, por otro lado, la mayor parte
de ellos se asentó en reducciones. El establecimiento en estas formó parte de
una estrategia que les facilitó el acceso a ciertos bienes occidentales, les
proporcionó resguardo frente a las expediciones militares de los españoles en
Chaco y les permitió contar con el apoyo de estos en las luchas interétnicas e
intraétnicas, conservando al mismo tiempo su autonomía.
En las reducciones llegaron a convivir
grupos numerosos de abipones, y algunos individuos prestigiosos intentaron
consolidar sus posiciones dotándolas de una autoridad real (Paz, 2005 a, 2005
b); centralización y fortalecimiento del liderazgo que Lucaioli, con quien
coincidimos, no ve como un fenómeno general (Lucaioli, 2011). La segmentación y
los liderazgos laxos continuaron siendo la pauta dominante.
DE
SAN JERÓNIMO DEL REY A SAN JERÓNIMO DEL SAUCE
Aun con el número de sus habitantes
disminuido, sea por el retorno de bandas a los montes, o por los estragos de
las luchas inter e intraétnicas, las reducciones abiponas continuaron pobladas
hasta la segunda década del siglo XIX, período durante el cual algunos grupos
se involucraron en las luchas civiles de la sociedad criolla. Los de San
Jerónimo del Rey (actual localidad de Reconquista) se sumaron a la hueste de
Artigas, pasando muchas familias a Entre Ríos y la Banda Oriental. Los que
quedaron en la misión sufrieron, en marzo de 1818, un ataque de los tobas del
que escaparon con vida sólo unos pocos (Cuadernos documentales, 1956). Tras el
retorno al Chaco del grueso de la tribu, sin embargo, lograron recuperarse y el
24 de febrero de 1822 reaparecieron lanzando, sobre la provincia de Corrientes,
un ataque en el que tomaron parte cerca de 300 lanceros encabezados por
Benavides, Agustín Crespo, Patricio Ríos y Naré (Círculo Militar, op cit.). La presencia de este último,
cacique de los abipones garceros, en
la coalición indica que no solo estaban representados los del Rey, en tanto que
el elevado número de indios de pelea
señala, según lo dicho sobre la conformación y tamaño de las bandas, que
debieron participar varias de estas con sus cabecillas particulares, siendo los
nombrados solo los caciques principales. Los acontecimientos posteriores,
precisamente, permiten observar los movimientos y reagrupamientos de las
mismas, la política que seguían frente a los gobiernos provinciales y los
efectos que tuvo la cambiante relación de fuerzas dentro del Chaco sobre ésta.
En 1822, los abipones firmaron con
Corrientes un tratado en pie de igualdad, en el que se puso de manifiesto el
poder de negociación que aun conservaban. La paz duró poco y el 9 de octubre de
1824 debió concertarse un nuevo pacto en el Paso del Rubio. Tras haber atacado
con éxito las costas correntinas ese mismo año, los abipones se dispusieron,
sin embargo, a negociar por separado con esa provincia y la de Santa Fe para
formar reducción y obtener, de ambos gobiernos, las ventajas que esto significaba.
La política indígena no respondía simplemente a la presión ejercida por la
sociedad criolla y, en esta ocasión, se mostraron más dispuestos a aceptar
condiciones y un acuerdo desigual, lo que se debió sin duda a que en el Chaco
estaban siendo “…acosados de los montaraces qe. no les dan sol, ni sombra”
(AGPSF. A de G, T 3 ½, f. 47). La alianza de los indígenas del Rey con los
garceros se había disuelto y el apremio por lograr el convenio a causa de la
presión que sobre ellos estaban ejerciendo los montaraces, sumado a la política
del gobernador correntino, hicieron fracasar sus planes iniciales,
contribuyendo al distanciamiento de las distintas bandas entre sí. En efecto,
el gobernador de Corrientes comprometió a los caciques firmantes del pacto del
Rubio (José Ignacio Benavides, Francisco Cira, y Lorenzo Benavides) a perseguir a Patricio Ríos que no se había
avenido al tratado y que según el plan original había propuesto la paz a la
provincia de Santa Fe, solicitando se le entregaran caballos para destruir a
los montaraces. En varias notas enviadas a su par de Santa Fe, el gobernador
Blanco intriga retrasando la entrega de los mismos a pesar de los deseos del
propio Estanislao López, que también tenía intereses ocultos. El propio
gobernador correntino celebra en una nota que López practique
…el
sistema de fomentar la guerra recíproca entre ellos, que es el medio eficaz de
contenerlos y de libertar á las Provincias de las invasiones que tanto las
perjudican” y le dice apoyar “…las dóbles miras con que V. S. me instruye del
fin y objeto que justamente le inspiró el proyecto de auxiliar a Patricio…
(AGPSF. A de G, T 3 ½, f.49)
En los
primeros días de enero de 1825, los caballos aún no habían sido entregados y
los acontecimientos se precipitaron. Desde Goya, Lorenzo Benavides difundió
entre los adherentes de Ríos la noticia de que los correntinos habían matado a
sus dos emisarios, lo que enardeció los ánimos y el deseo de venganza. Quizá
buscando ganar tiempo para no malograr la negociación, éste logró convencer a
sus compañeros de marchar primero contra los montaraces, desviando su enojo en
esa dirección. El resultado, comunica el nuevo gobernador correntino al de
Santa Fe, fue que pereció con la mayoría de los suyos en un combate el 6 de
enero de 1825 en “…circunstancias en qe. era considerado falto de todos los
menesteres pa. abrir la Campaña” (AGPSF. A de G, T 3 ½, f. 344). Patricio Ríos
no solo no logró detener a los guerreros que lo seguían, sino que además hubo
de ponerse al frente en una empresa prácticamente suicida. El cacique podía
persuadir a los suyos desplegando todo su prestigio y elocuencia, pero no
darles órdenes; su posición, por otro lado, no se adquiría de una vez y para
siempre, sino que estaba constantemente a prueba. Aunque los documentos,
producidos por la sociedad occidental, refieran siempre a los caciques, eran
las bandas -y no éstos– las que definían la política abipona en última
instancia. De haberse mostrado autoritario o cobarde, Patricio podría haber
quedado solo.
El duro golpe recibido acrecentó la
necesidad de los grupos que adherían a aquel, de lograr un acuerdo con Santa Fe
y ese mismo año se asentaron en el Sauce. No sabemos cómo se escogió el lugar
para su emplazamiento; lo cierto es que la zona era recorrida por los abipones
desde el siglo anterior y es posible que en ese momento les resultara lo
suficientemente alejada y protegida de los montaraces, aunque en un mediano
plazo terminará revelándose, para algunos, como peligrosamente cercana a los
criollos.
EL
RETORNO A LOS PARAJES DEL REY
Instaladas en el Sauce, las bandas
abiponas se mantuvieron cohesionadas de manera más o menos laxa en torno al
liderazgo general del cacique principal Agustín Crespo y si bien comenzaron a
actuar como auxiliares de las fuerzas provinciales en las campañas militares
que estas efectuaban en contra de otros grupos del Chaco, no recibían órdenes
de los oficiales criollos ni del gobierno (Green, 2005 b).
El establecimiento de la reducción formó
parte de una estrategia, nada novedosa, que permitió a los abipones sauceros
gozar de los beneficios de una alianza con los santafesinos en momentos en que
su posición en el Chaco se hallaba sumamente debilitada, conservando al mismo
tiempo su autonomía, al punto de continuar realizando pequeños ataques sobre
otras fronteras. No todas las bandas se adaptaron de la misma manera a esta
nueva relación con la sociedad criolla, ni obtuvieron las mismas ventajas;
hecho que pudo haber influido en las diferentes respuestas implementadas ante
la nueva situación. El cacique Agustín Crespo y sus parientes, especialmente,
gozaban de diversos privilegios y beneficios. Así, vemos que en febrero de 1833
“tubo parte Frutos qe los Montaraces se llevaban los caballos de los Abipones
Corregidor Agustin, Polinario benegari y Jose Crespo” y el oficial criollo
acompañó a Agustín a recuperarlos (AGPSF. A. de G. T 4 1833, F. 623). Sin
embargo, para otros abipones, el nuevo contexto se fue revelando desfavorable
para la voluntad colectiva de conservarse independientes.
En primer lugar, el establecimiento en una
zona tan cercana a la capital de la provincia en la que el control del Estado,
aunque débil, fue creciendo progresivamente –en 1830, Santa Fe y Córdoba
acordaron para la creación de nuevos fortines en la misma (Aleman, op cit.) -dio lugar a un contacto
permanente con soldados –en el mismo punto de la reducción había ya una
compañía de dragones con su comandante Domingo Pajón– y con otros
representantes de la sociedad criolla que podían ejercer cierta vigilancia. En
abril de 1829, el cura del pueblo denunciaba la llegada al mismo de dos
sauceros
…con una
hacienda cabalgar de mas de 100 cabezas y muchas prendas, de lo qe. infiero qe.
estos han salido a robar; y espero providª. del comandte. pª. ver lo qe. se
hade hacer con esto. (AGPSF. A de G, T4 ½, f.649)
En estos casos, era poco lo que el
gobierno podía hacer directamente, pero el contar con la cooperación de otros
abipones aumentaba las posibilidades de capturar o reprimir a los que
participaban en ataques a la frontera. Desde el inicio de la reducción, éste
llevó a cabo una política tendiente a cooptar especialmente a los influyentes
mediante regalos, el otorgamiento de grados militares y gratificaciones
monetarias como premio a ciertas conductas. En 1832, el comandante Domingo
Pajón avisa al gobierno que 5 abipones habían realizado robos en la provincia
de Córdoba, que los oficiales (caciques) Gerónimo Sanabria e Ipólito Jaime
conducían presos a dos y que él no había podido atraparlos “y a hora por sus
mismos Oficiales han sido descubiertos, gratifíquelos con algo pues ellos
siempre van tras la gratificación” (AGPSF T 3, 1832, f. 485).
A fines de 1836, un grupo abipón abandonó
el Sauce para retornar a los montes cercanos a la vieja reducción del Rey.
Aunque se desconocen los motivos que tuvieron, Aleman escribe que “…algo muy
serio debió haber ocurrido para que llegaran a ese extremo…” (Aleman, op cit., p. 251). Sin duda había abipones incómodos con la cercanía
del blanco, con la incipiente injerencia del Estado provincial que buscaba
cercenar su autonomía y con el conformismo de Agustín y sus allegados. Pero el
abandono de la reducción estaba dentro de las posibilidades desde la creación
de la misma y cualquier suceso, serio o no, pudo ser el detonante. Si la
resistencia se define por la capacidad para organizar la defensa y preservación
de la autonomía política en el tiempo, diferenciándose por lo tanto de la
rebelión, que se produce en una sociedad ya sometida (Lorandi, 1988),
consideramos que el abandono del Sauce por un contingente de abipones fue una
nueva instancia de resistencia, ya que constituían una población que hasta
entonces había rechazado con éxito todo intento, violento o pacífico, de parte
del blanco por coartar su independencia. Al mismo tiempo, se trató de la última
acción de resistencia emprendida colectivamente, y su fracaso impulsará un
proceso de sometimiento irreversible (Green, 2018).
Las bandas que intentaron continuar con su
estilo de vida en los parajes del Rey lograron repeler o eludir a las primeras
fuerzas militares que fueron enviadas tras ellos en los últimos meses de 1836.
El 26 de octubre se comunicó un combate que Pajón tuvo con los indígenas y la
imposibilidad de escarmentar a los “sublevados abipones”. En carta del 19 de
noviembre el gobernador de Corrientes felicitó a López por el triunfo de Pajón
y le aseguró que pronto caerían los abipones sublevados (AGPSF. A. de G. T 6,
1836. Legajo 19). Iriondo relata en sus apuntes que a mediados de diciembre de ese
año fueron apresados y alojados en la Aduana unos 72 abipones (Iriondo, 1968);
pero no se trataba de los antes “sublevados”, como él creía, sino de una parte
de los que habían quedado en el Sauce. El gobierno había descubierto un
complot, cuyos detalles se terminaron de conocer en los primeros días de enero
de 1837, cuando fue capturado el indio Dionisio Antonio que había partido de la
población tiempo antes para buscar el apoyo de los primeros evadidos. El 11 de
enero, Pajón comunica al gobierno que “…después de mucho trabajo…” había
conseguido que este confesara el plan, consistente en sorprender al piquete de
Coronda acantonado en el Sauce, matar al teniente Frutos, al cacique Agustín y
su familia, a los vecinos (criollos) y marcharse al Chaco con todas las
haciendas que pudiesen (AGPSF. A de G, T 7, f. 382). Aunque se interrogó a
otros sauceros que confirmaron el plan, posiblemente bajo tortura, como sugiere
la expresión usada por Pajón, al menos uno confesó la intención de evadirse y
negó el resto.
EL
MOTÍN DE LA BOCA DEL COLASTINÉ
Aunque las confesiones que revelaron los
detalles del plan fueron comunicadas el 11 de enero, ya desde antes el gobierno
había dispuesto las medidas a adoptar, según se desprende de una carta enviada
días después a Estanislao López por el gobernador delegado Cullen;
…A este tiempo –le dice –ya habia recibido su
carta desde Coronda fha. 9 en qe. me prevenia la execución y el modo de hacerla,
entonces instruí de ella á Pajón, y de lo que tenia Ud. acordado sobre el
particular… (AGPSF. A de G, T 7, f. 382)
Desconociendo
sin duda esta carta, Lassaga dice que los abipones fueron condenados a muerte
sin más detalles (Lassaga, op cit.),
en tanto Iriondo parece atribuir la decisión a Pajón (Iriondo, op cit.). A pesar de basarse en gran
medida en este último, Aleman (op cit.)
dice que la orden fue de Cullen, lo que también es inexacto según este
documento, donde se ve que tanto la ejecución como el modo de llevarla a cabo
fueron pergeñadas por el gobernador Estanislao López. Pajón debía, por su mejor
conocimiento de los indígenas, confeccionar una lista con los nombres de los
que podían quedar presos en la Aduana (los mocetones menos peligrosos), y otra
con los nombres de los que debían morir. Luego, estos serían embarcados en
dirección a las islas en el lanchón del Estado y una vez allí, fusilados,
debiendo guardar los marineros y soldados que participaran en la operación
absoluta reserva, “…limitandose á decir, si se ofrecia, que los indios habian
ido a Buenos Aires”. Como los prisioneros no entraban todos en el lanchón del
Estado “ni conbenia tampoco qe. todos fuesen a la vista” (AGPSF. A. de G. T 7,
f. 383), se embarcó a 20 en este y a otros 43 en la bodega de la balandra del
propio Cullen.
Los condenados –considerados muy
peligrosos –fueron atados con “guascas” remojadas y acollarados con cadenas y
grillos, disponiendo el gobierno que si no alcanzaban las prisiones se quitasen
las que faltaren a los presos comunes. Asegurados de esta manera, partieron el
día 12, custodiados por Pajón y 12 soldados armados, además de los marineros,
llegando hasta la boca del Colastiné, en la desembocadura de ese río en el
Paraná.
Según la citada carta de Cullen a López;
cuando algunos indios habían sido fusilados, uno de ellos quitó el sable al
soldado Romero y mató al sargento Luna dando inicio al motín, mientras otros
rompieron la puerta de la escotilla y, atacando a la tripulación, mataron a Pajón
–que se había arrojado al agua –golpeándolo con un botador cuando llegaba a la
orilla (Lassaga, op cit.). Luego del
escape, el gobierno puso tanto empeño en defender la costa como en perseguir a
los fugados que se refugiaron en las islas. Aunque estos estaban encadenados y
desarmados, existía la posibilidad de que atacaran la misma, debido a la
necesidad que tenían de caballos, imprescindibles, no solo para evadirse y
encontrar a sus compañeros, sino también para sostenerse en el Chaco. En
efecto, la noche del 16 salieron a la costa custodiada y arrearon 30 caballos y
unas 900 yeguas (que usaron para confundir el rastro) de la estancia de Pujato,
ante la mirada atónita de los vecinos.
Cullen, quien comunica lo sucedido a López
en una carta del 19 de enero, la cual parece haberle costado empezar a
escribir, le manifiesta: “Mi apreciable amigo me es mortificante que al dirigir
á ud. la primera comunicación después de hallarse fuera de la Provincia, sea
precisamente sobre un suceso desagradable” (AGPSF, A. de G. T 7, f. 382).
Cullen era consciente de que “…sería lo mas vergonzoso que se fuesen unos
hombres encadenados, burlando tantas medidas tomadas y en medio de tanta gente
como los buscaba…”, y se apura a deslindar responsabilidades, “…de todo lo que queda
dicho deducirá qe. se ha hecho, al menos por mi parte quanto se ha podido;
contra los elementos y contra la ineptitud no hay poder…” (AGPSF, A. de G. T 7,
f. 387).
LUCHA
ENTRE ABIPONES, BANDAS Y LAZOS DE PARENTESCO
El gobernador delegado alude de aquella
manera a los oficiales al frente de las tropas, que enviadas inmediatamente
tras los fugados del barco no entablaron combate con ellos. No ocurrió lo
mismo, sin embargo, con los abipones que permanecieron aliados del gobierno y
el día 16 de enero, el cacique Agustín y 7 compañeros alcanzaron y atacaron a
un grupo de 23, matando a 6 y obligando a huir al resto. Al gobierno no se le
escapó la significación que podía tener este apoyo, y lo promocionó entre los
demás indios reducidos, comunicándoles “que Dios ha querido castigar á los
Abipones malos por los mismos á quienes ellos querian degollar tan sin razon”
(AGPSF, A. de G. T 7, f. 388). Tampoco fue inadvertido el hecho de que, con
otro resultado, el encuentro hubiera sido una catástrofe. El 17 de febrero,
Cullen escribe a López que la valentía de Agustín y sus compañeros “…pudo haber
costado muy cara, por que si Agustin y sus indios hubieran sido muertos pr. Los
sublevados, como debia suceder, calcule ud. qual hubiera sido el resultado…”,
al tiempo que critica a Frutos, oficial a cargo de la tropa criolla acantonada
en el Sauce, por no mandar soldados a acompañarlos, y dejarlos salir “en el
montado” (AGPSF, A. de G. T 7, f. 424), al no suministrarles caballos de
reserva. La acción, que Cullen considera implícitamente muy riesgosa al punto
que lo que “debia suceder” era que Agustín y los suyos murieran, cobra sentido
en el contexto cultural al que se ha hecho referencia; los fugados habían
planeado matar a su familia y quitarle sus caballos y el ostentaba su coraje
cargándolos en inferioridad numérica y quedando vencedor del campo. A semejanza
de Patricio Ríos, pero con más suerte, Agustín parece haber hecho lo que sus
seguidores esperarían de él.
Si este combate entre sauceros amigos y
enemigos de los criollos puso en evidencia la ruptura de la cohesión tribal, no
puede afirmarse, no obstante, lo dicho más arriba, que se tratara simplemente
de un enfrentamiento entre los más y los menos beneficiados por la nueva
situación de amistad con aquellos. No resultaba inédito el enfrentamiento entre
bandas previamente aliadas y es posible que las diferentes respuestas
implementadas (colaboración o reanudación de las hostilidades) y la
consiguiente fractura producida entre los abipones sauceros en 1836 siguieran
los contornos de una segmentación previa. Los documentos refieren a diversos
conjuntos de individuos: “los primeros fugados”; “los sublevados el 7 de
septiembre en el paraje”; “los que podían quedar presos en la Aduana”; “los qe.
debian morir”; “los escapados del barco”; o los que se quedaron en el Sauce.
Sin embargo, una banda tenía sus características distintivas y otras
referencias sugieren la participación, en los acontecimientos, de este tipo de
unidades o agrupamientos. Así, entre los primeros fugados se especifica la
“pandilla de Ipólito” y “los que se fueron con Juan Porteño”, es decir, dos
bandas con sus respectivos cabecillas. Los 63 abipones condenados a morir
fusilados en la isla estaban encabezados según la declaración de Dionisio
Antonio, por cuatro de ellos; lo que permite sospechar la existencia de otros
tantos grupos locales. Entre los abipones que quedaron en el Sauce se puede
identificar, por otro lado, un grupo muy reducido que mostró mayor adhesión a
Agustín Crespo, participando en la referida jornada del 16 y no es aventurado
afirmar que posiblemente se tratara del núcleo de la banda a la que pertenecía
el mismo. En el caso abipón, sus miembros, además de ser co-residentes, se
encontraban generalmente vinculados por lazos de parentesco. Precisamente, a
partir de la lista de los 7 lanceros que acompañaron a Agustín y de los diez
que quedaron de guardia en el Sauce ese día (AGPSF. Contaduría, T, 49 leg, 1,
doc. Nº46) y de otras fuentes (Libros parroquiales de la Iglesia Matriz de
Santa Fe y Libros parroquiales de San Jerónimo del Sauce) pueden demostrarse o
sugerirse algunos de esos vínculos:
*Agustín
Crespo: casado con María Magallanes.
Cristóbal
Crespo.
José
Crespo.
*Martín
Crespo.
*Antonio
Crespo: hijo de Agustín, casado con María Rivero.
Juan
Rivero: casado con Eulalia Nabalon, suegro de Antonio Crespo.
Jerónimo
Rivero o Nabalon.
Pablo
Velásquez, o Balasquí.
Nolasco
Velásquez.
*Silverio
Nabalon.
Nolasco Alen:
¿hijo de José Antonio Alen (español) y Margarita Nabalon?
Jerónimo
Maquiel.
*Apolinario
Benejarí: casado con Jacinta Maquiel.
*Pascual
Casco.
Cerafin
Violinista.
*Domingo
Capí.
Juan
José Ferreira.
*Joaquín
Benavides: figura como paisano.
*Acompañaron
a Agustín y participaron en el encuentro del día 16. El resto quedó de guardia
en el Sauce.
Si se asume que quienes llevan el apellido
Crespo2 pueden ser familiares de Agustín y se atiende a los vínculos
que se han podido establecer, aceptando la posibilidad de los que quedan
sugeridos o de otros que pudieran existir y permanecen ocultos, se comprueba lo
dicho por Lozano un siglo antes, de que al cacique abipón “sus familiares y
emparentados únicamente siguen” (Vivante,
1943, p. 91).
No hubo una lista de los que se fueron del
Sauce en septiembre de 1836 y aún no se ha hallado la de “los qe. debían morir”
en el barco, por lo que es imposible siquiera intentar lo esbozado para los
compañeros de Agustín. Sin embargo, los grupos hostiles estarían también
integrados en gran medida, aunque no únicamente, por parientes3.
Estas relaciones jugaban un papel importante en el establecimiento de las alianzas
entre bandas y en la solidez de las lealtades en el interior de las mismas.
Juan Porteño era acompañado por su hermano y su suegra en momentos en que sus
enemigos lo acosaban sin tregua, en tanto que mucho antes de esto, cuando aún
conservaba todo su prestigio, dos hombres y tres mujeres lo habían abandonado
y, presentándose al gobierno, solicitado amnistía brindando información sobre
los hostiles. Cullen escribe al gobernador de Corrientes que no había por que
desconfiar ya que
…ellos
no pueden tener un interés en engañarme, por que desde que se han venido con
sus familias (…) á mas, ellos no tienen ninguna relación de parentesco con los
que quedaron allá… (AGPSF. A. de G. T 7, f. 411)
Si los acontecimientos referidos
implicaron una ruptura de los lazos sauceros a nivel tribal, muestran al mismo
tiempo la pervivencia de la dinámica propia del siglo XVIII en la sociedad
abipona. En efecto, la escisión de la tribu y la dispersión de las bandas, para
luego conformar nuevas alianzas, eran un capítulo repetido de una vieja
historia. Esta vez, sin embargo, los abipones sumamente debilitados
demográficamente y fragmentados, no pudieron hacer frente a sus enemigos del
Chaco.
LOS
LIDERAZGOS
Además del papel jugado por las bandas y
los lazos de parentesco en la sociedad abipona, la documentación disponible
sobre los sucesos de 1836-1838 permite observar las características propias de
sus liderazgos y cómo incidieron estas en el desarrollo de los mismos.
De todos los cabecillas rebeldes mencionados,
sólo Ipólito Jaime –que fue de los primeros en abandonar el Sauce– era uno de
los jefes principales a inicios de la década de 1830, según se refleja en las
listas de revista de las fuerzas abiponas de la época. Si bien las mismas, que
fueron confeccionadas a los efectos de hacer entrega de las gratificaciones,
adoptaban la estructura jerárquica y lineal típica de una compañía militar,
tras esa fachada continuaban operando en realidad las bandas con sus caciques.
Aun así pueden tomarse como un indicador de las influencias existentes entre
los sauceros, ya que el Estado, que no podía imponerles jefes ni desconocer a
los líderes nativos –que continuaban siendo seleccionados a través de viejos
mecanismos– tendía a cooptarlos y reconocerlos mediante el otorgamiento de
grados militares (Green 2005 b).
Como se dijo, entre los prisioneros que
fueron en los barcos para ser fusilados había cuatro cabecillas principales:
Melchor Borja, Balta el Ñato y otros dos de los que los documentos no dan
nombres, aunque uno es referido como “el cuñado de Manuqui”. Si bien cualquier
abipón que tuviera las cualidades tradicionalmente valoradas y supiera
interpretar la opinión del resto podía convertirse en cacique de su banda,
incluso en cacique general en poco tiempo, y ser abandonado con la misma
rapidez si dejaba de encarnar el sentir del grupo o se mostraba incompetente,
se desconoce, en estos casos concretos, cómo llegaron a esa posición. Melchor
Borja, señalado como el principal de los cuatro, no vuelve a aparecer en los
documentos luego de la fuga, lo que unido al hecho de que era el promotor de la
conspiración, permite sospechar que estuvo entre los primeros fusilados; pero
es significativo que en el motín del barco resultaran heridos tanto Balta el
Ñato como el cuñado de Manuqui, y que ambos fueran los primeros en morir en las
islas por estas heridas. Es posible que fueran ellos los iniciadores de la
asonada, o que se pusieran al frente una vez comenzada la misma; esta era, al
menos, la conducta que los demás esperarían de sus caciques.
El principal líder de los sauceros
hostiles, al menos el más buscado por el gobierno, y el único cuyo nombre ha
retenido la historiografía fue Juan Porteño (o Caramí) (Iriondo, op cit.; Lassaga, op cit.; Aleman, op cit.).
Su caso, aunque no se cuenta con muchos más datos que los anteriores, permite
una aproximación a lo que podía ser la carrera de un cacique abipón en esa
convulsionada época. A inicios de la década de 1830, a juzgar por su ubicación
en las listas de la fuerza abipona, era un simple “lancero” o “indio de pelea”;
pero en 1835 aparece en estas por encima de otros influyentes, lo que indica
que su ascendiente iba en aumento, y a fines del año siguiente encabeza a uno
de los grupos que abandonan el Sauce. No estuvo, por lo tanto, entre los presos
de la Aduana y fugados del barco como creía Iriondo (op cit.), aunque luego del motín llegó a liderar también a algunos
de estos. Cuando las fuerzas santafecinas, de acuerdo con las de Corrientes,
asaltaron el campamento de Juan en el Paso de las Piedras el 19 de febrero de
1837, éste lo había abandonado junto a 50 “indios de pelea” para atacar la
frontera de Santa Fe. Por el número de guerreros que lo acompañaban –había
entre ellos, abipones de los primeros en abandonar el Sauce y de los escapados
del barco– se observa que era su momento de mayor influencia. Si bien los
grupos hostiles se desplazaban y acampaban por separado: “los 7 indios Abipones
qe. handavan por las islas de Sn. Gerónimo”, “los 12 abipones que andaban por los
campos del Coro”, parecían responder en ese momento a su liderazgo general.
Había convenido además una alianza con grupos mocovíes. Pero ni siquiera en
estas circunstancias logró la completa adhesión de todos los alzados. Cuando el
ataque –en que participaron unos 130 indios– se llevó a cabo a comienzos de
marzo y Juan Porteño –viendo que las tropas santafecinas (entre las que había
abipones amigos) iban hacia ellos– se separó del grueso de la fuerza
marchándose con “bastantes indios” y hacienda, otros abipones se quedaron con
el grupo más numeroso (unos 80 indios), siendo derrotados por las fuerzas
provinciales. Este suceso debió resentir la relación de Juan con los mocovíes y
para abril la alianza se había roto. Es posible también que disminuyera la adhesión
de otras bandas abiponas, lo que, unido al creciente acoso de los montaraces,
lo llevó a pedir amnistía a la provincia el 8 de mayo. Según Iriondo (op cit.) murió a manos de aquellos y sus
compañeros se presentaron al gobierno que los mandó fusilar. Efectivamente en
agosto de 1837, se produjeron fusilamientos y los condenados bien pudieron ser
miembros de la banda de Juan. Sin embargo, éste no había muerto aun, ni estuvo
entre los que se presentaron4, sino que permanecía en el Chaco,
aunque su influencia había caído y su banda estaba disuelta. En noviembre de
1837, tras la muerte de su hermano, “se habia dirigido á la costa con dos
compañeros” (AGPSF. A. de G. T 7, f. 583). Para enero de 1838 no había noticias
aun de su muerte a manos de los montaraces. Esto debió suceder en algún momento
posterior ya que en 1850 su viuda Victoriana Casco volvió a casarse (Archivo
del Arzobispado de Santa Fe –AASF- Libro Matrimonios Iglesia Matriz. T, VI p.
255).
La unidad de los diversos grupos (los
primeros en abandonar la reducción y los amotinados en el Colastiné) bajo la
laxa influencia general de Juan Porteño, no logró mantenerse en el tiempo (ni
siquiera comprendió a todos los sauceros rebeldes). Las “pandillas” con sus
respectivos cabecillas continuaron actuando de manera autónoma y los reveses
que sufrieron en el Chaco contribuyeron a dispersarlas más que a unirlas.
LA
“CHUSMA” ABIPONA
Desde la sociedad criolla se aplicaba el
nombre de chusma a todos los que no
fueran indios de pelea, es decir a
las mujeres y niños, que en general constituían la parte principal entre los
cautivos que se tomaban en toda campaña militar victoriosa contra los indios.
En el caso de la chusma abipona capturada por el Estado provincial en el corto
y agitado período analizado, puede verse el destino que aguardaba a estas
personas y las motivaciones profundas de la práctica del cautiverio más allá de
los discursos de la época (Green y Molina, 2018).
Las esposas de los sauceros que fueron
conducidos presos a la Aduana compartieron la suerte de estos. El 8 de enero
de1837, Frutos avisa al gobierno, desde el Sauce, que iba a remitir a las
“chinas sin marido” como presas a la capital (AGPSF. A. de G. T, 6, Leg. 19).
Un hecho ocurrido pocos días después permite conocer los pormenores de un
negocio en el cual el gobierno, más allá de las manifestaciones públicas de
repudio, participa activamente. El 27 de enero se descubrió el embarco de dos chinitas en un bote que partía hacia el
Paraná; ambas eran “hijas de Jacoba que se halla presa en el Principal” e iban
a ser vendidas por un soldado. El gobernador delegado manifestó escandalizado
que aunque sus padres fueran criminales, “no por ello quedan sus hijos sujetos
a ser maltratados ni menos vendidos igualandolos de esta manera á las bestias
que se apacentan en los campos”, disponiendo que todos los niños de ambos sexos
hijos de las chinas presas le fueran remitidos para ser repartidos “entre los
mas respetables vecinos de la Capital bajo las formas y bases del Patronato”
(AGPSF. Libro Copiador de Gobierno T 42, 1833-1852, f. 91.); es decir, para que
estas familias se encargaran de su educación hasta que pudieran recuperar la
libertad, a los 21 años las mujeres y 23 los varones.
La comunicación personal entre Cullen y
López deja al descubierto, sin embargo, otros intereses. El 26 de enero, el
primero avisa que:
Joaquina
me ha dicho que la señora Da. Pepa le dexó en cargo que le comprase dos
chinitas, pagando hasta dos onzas por cada una de ellas; con este conocimiento
le remito con Alarcon dos de las que tenian las chinas presas en la Aduana; las
demas las he repartido del modo que acordamos. Estan en su casa dos chinitos
muy halajas, el uno como de quatro y el otro de seis, hijos ambos del finado
Manuquí; si gusta se los enviaré. (AGPSF. A. de G. T 7, f. 396.)
Gobernantes y soldados en realidad se
disputan el control y la venta de los niños cautivos hijos de los abipones
amotinados en la isla (Green y Molina, op
cit.).
Hay evidencias de la participación activa
de las mujeres abiponas en los sucesos analizados. Catalina Laviruqui, suegra
de Juan Porteño, fue la delegada junto al abipón León Galban en la misión de
solicitar amnistía al gobierno en mayo de 1837. Si bien no existen datos de la
presencia de mujeres cacicas para este período, se las ve ocupando otras
posiciones de influencia. Así, por ejemplo, en un grupo de mujeres remitidas al
gobierno un tiempo antes del motín, se encuentra una “muy dotora”, es decir una
chamán. Es posible que algunas participaran también en la toma de decisiones;
en el caso de la conspiración que terminó con los condenados a muerte no hay
duda que conocían el complot y estaban dispuestas a evadirse, aun con sus
maridos presos; por eso el gobierno las captura y asegura, como hizo con
Jacoba. Cuando en octubre de 1837 los abipones eran acosados por sus enemigos
en el Chaco, un oficial avisa al gobierno de la muerte del abipón Bruno con
quien se hallaban otros dos “y la china qe. fugo de casa de SE.” Señala que
esta “china sorra” (AGPSF. A. de G. T 7, f. 583) fue lanceada al igual que
Bruno, por los indios amigos del gobierno. Además de la información que esta
mujer pudiera suministrar a los suyos habiendo huido de la casa del propio
gobernador, el hecho muestra la existencia de canales de comunicación entre los
sauceros que vivían en la reducción de manera autónoma y los que se hallaban en
la ciudad (mujeres cautivas) y que permanecían ocultos para el gobierno y la
sociedad criolla en general.
LOS
INDIOS AMIGOS DEL GOBIERNO
En
sus cartas a López, Cullen insiste en que lo que hubiera podido ser la peor
consecuencia para la provincia, esto es, que la sublevación se extendiera a
otras reducciones, se pudo evitar; más aún, la reacción de los indios que
permanecieron en las mismas (Sauce, San Pedro y Calchines) fue la de apoyar al
gobierno, aunque esto no se debió únicamente a las medidas adoptadas por este.
Las líneas de acción seguidas por Cullen frente a aquellos aparecen claramente
en los documentos. En primer lugar, intentó –quizá temiendo una desaprobación
general– ocultar el plan de fusilar a los abipones encadenados en la isla.
Apenas tuvo noticias del motín y la fuga del barco, mandó a sus oficiales a
explicar lo sucedido a Agustín y a Baldes (cacique de los calchineros), haciéndoles
decir que los abipones se habían complotado con la intención de matar al
primero y que como consecuencia de esto López había decidido enviarlos presos a
Buenos Aires, que Pajón había matado a algunos siendo muerto a su vez, pero que
él “…como Pajón era muerto no sabia lo que habia sucedido, ni por que Pajón
habia obrado así…” (AGPSF. A. de G. T. 7, f. 387).
Al mismo tiempo no se ahorraron obsequios
ni halagos a los influyentes haciéndoles ver lo diferentes que eran ellos,
“indios buenos” de los “ingratos y pícaros” abipones; solicitándoles ayuda
contra los rebeldes y ofreciendo recompensa a quien capturara un abipón vivo.
El accionar de los reducidos fue el buscado por el gobierno. Éstos no solo se
mostraron dispuestos a perseguir a los hostiles, sino que pusieron, además,
excesivo celo en ello. Cullen escribe a López que Lezati y sus indios
(sampedrinos) “ni atados se quedarian”, que los calchineros le “…sacan el
juicio pr. Ir á buscar esos Abipones”, y que “cebado Agustin con el triunfo qe.
ha conseguido, me ha dicho qe. no quiere quedarse, y conoce qe. debe ir pr. Su
baquia en la Isla” (AGPSF. A. de G. T. 7, f 417).
Sin embargo, esta respuesta favorable a su llamado no se debió, totalmente a
los regalos y halagos dispensados por Cullen. Es necesario tener en cuenta las
motivaciones culturales y las disputas existentes entre los diferentes grupos.
Cada uno tenía razones concretas para perseguir a los rebeldes: los calchineros
temían que el abipón Mariano Orellano, que había vivido un tiempo en su
reducción, guiara a los otros para atacarlos; los sampedrinos deseaban vengarse
por algunas mujeres de su tribu que habían sido raptadas. Pero todos compartían
en alguna medida un ethos belicoso y
tenían sus viejas y largas historias de enemistades y agravios mutuos; una
especie de competencia bélica sin fin regida por las viejas pautas culturales
en la que las razones concretas podían ir variando ampliamente, pero el premio
más codiciado seguía siendo la gloria y el renombre del grupo vencedor, tal como
lo manifiesta la fiesta que los calchineros celebraron sobre el cuero cabelludo
arrancado a un abipón capturado en uno de los encuentros5. Más que
responder a la política del gobierno, los indios amigos aprovecharon, por lo tanto, la oportunidad para saldar sus
propios conflictos y aunque su apoyo fue importante, se conducían con una
autonomía que no dejaba de crear preocupaciones a aquel, al punto que por
momentos Cullen parece intentar contener su entusiasmo en la persecución de los
rebeldes.
LA
DERROTA
El auxilio de los indios que se
mantuvieron amigos no fue, sin embargo, el factor principal en la derrota de
los rebeldes; después de todo, el enfrentamiento con el grupo de Agustín y con
las fuerzas criollas no solo entraba en sus cálculos, sino que formaba parte
del plan. De mayor importancia para explicar su fracaso colectivo resulta en
cambio lo ocurrido en el propio territorio chaqueño, donde no lograron, como
conjunto, concertar una alianza sólida; no obtuvieron el apoyo de los tobas que
tanto temía Cullen, y el de los mocovíes les duró poco. Contaron, por el
contrario, con un tenaz enemigo en el grupo del cacique Francisco Nasitoquin6,
tribu que habitaba la zona de islas cercana a la vieja reducción del Rey –desde
donde atacaba sobre todo a los buques que recorrían el Paraná (Círculo Militar, op cit.)– y que habiendo sido objeto de
varias expediciones militares en las que participaron también sauceros, buscaba
reducirse en Espín. Se desconocen los pormenores de la negociación, pero es
posible que aprovecharan la situación creada tras el alzamiento de los abipones
para formular sus votos de adhesión al gobierno y ponerse a disposición de
este, ya que pocos meses después aparecen persiguiéndolos encarnizadamente. A
inicios de septiembre de 1837 su líder informa al encargado del cantón San
Pedro
…de haver abanzado los siete
indios Abipones qe. handavan por las Islas de Sn Gerónimo, haviendo muerto en
el avance sinco de estos qe. son los siguientes; Luciano Antonio, Juan Manuel,
Luis Bargas, Pedro Benito, y Pedro Piedra; escapandose dos apie y desnudos en
las maciegas, quedando en poder de Nacitoquin las familias que estos tenian…”,
y remite a su vez a la mujer de Luciano Antonio “…para provar qe. hadado
principio á cumplir las ordenes que se le dieron… (AGPSF. A. de G. T. 7, f. 304)
El
compromiso parece haber sido eliminar a todos los sauceros del Chaco ya que dos
meses después avisa, que su gente había matado al hermano de Juan Porteño; que
habiendo encontrado al abipón Ipólito en la toldería del cacique Pedrito, lo
habían lanceado; y que se abocarían a buscar y matar a Juan. Estos sucesos
muestran, además de la saña de Nasitoquin, la señalada dificultad de los
alzados para conseguir apoyos firmes en el Chaco; sea que Ipólito se encontrara
en la referida toldería de visita, en busca de aliados, o con la intención de
incorporarse a esa banda, lo cierto es que Pedrito no hizo mucho por
defenderlo.
Sin embargo es posible que otros abipones
tuvieran más suerte. Cuando Nasitoquin supo que en los toldos de Isimaiquin se
hallaban seis de ellos e intentó matarlos, este cacique le dijo que él mismo se
encargaría de lancearlos y luego le daría un parte, que nunca llegó ¿Estaría en
realidad protegiendo a sus huéspedes? Algunas familias sauceras lograron sobrevivir
en el Chaco y hasta fines del siglo XIX se encuentran abipones reunidos a otros
grupos7. Pero quienes no encontraron amparo en otras tribus –la
mayoría–, no pudieron resistir ante el empeño de Nasitoquin en reducirlos. Este
nos remite al contexto cultural, ya que si bien existió en sus seguidores un
deseo de congraciarse con los criollos –y hasta la década de 1840 recibieron
raciones, regalos y gratificaciones monetarias por sus servicios–, también para
ellos el coraje y la venganza resultaban imperativos; y los mismos a quienes
perseguían con ahínco, los habían acosado junto a las fuerzas criollas en años
anteriores. Lo sucedido durante la década previa al levantamiento,
precisamente, contribuye a explicar la dificultad de los rebeldes para conseguir
apoyo de otros indios; a los ojos de éstos, estarían –a pesar de ser abipones malos– demasiado comprometidos
con las expediciones militares padecidas. Esta imagen –inadvertida para los
propios rebeldes– se puso de manifiesto cuando los que sobrevivieron sin poder
permanecer en el Chaco, sin aliados y sin caballos, terminaron presentándose a
los santafesinos. El 9 de enero de 1839 José Méndez informa al nuevo gobernador
que
…de los
indios abipones qe faltaban y se hallaban en los parages de arriba, se han
presentado doce de estos, y un cautivo qe. han traido, venido de los tobas; los
qe. ya he despachado al Sauce; y estoy esperando diez y seis mas de ellos qe.
trae el indio Benedicto, qe. pr, venir los mas casi a pie, no han llegado
todavía…” (AGPSF, A. de G. T 8 f. 360)
ALGUNAS
CONSIDERACIONES FINALES
El análisis de los sucesos que
involucraron a los abipones sauceros en 1836-1838 permite rechazar la idea, bastante
arraigada en la historiografía provincial, de una alianza sólida entre el
gobernador Estanislao López y los lanceros
del Sauce. El asentamiento de los abipones en el Sauce no implicó una
sumisión al gobierno, sino que se trató de la política seguida por ellos
durante el medio siglo anterior y, por lo tanto, no sorprende el retorno de
algunos a su antiguo país en los parajes del Rey. Aunque se desconocen los
motivos concretos, el abandono de la reducción era parte de una estrategia ya
puesta a prueba.
Las
características que adoptaron las hostilidades (segmentación, ausencia de un
liderazgo unificado y con poder de mando, dispersión de los rebeldes en
pequeños campamentos, importante participación de la mujer) muestran, así
mismo, la pervivencia del ethos
marcial y las formas de organización sociopolíticas propias del siglo XVIII.
Sin embargo, una década de íntima alianza con el blanco había producido cambios
irreversibles; no se trata solo de los grupos como el de Agustín, que lograron
adaptarse mejor e iniciaron, no sin contradicciones, una lenta asimilación,
sino también de los propios rebeldes que, a su pesar, descubrieron que les era
imposible continuar en el Chaco con su antiguo estilo de vida, amenazado en el
Sauce. Con algunas excepciones, no consiguieron aliados, sino más bien el
resentimiento (por su colaboracionismo previo) y la enemistad de otras tribus,
que sumado a la carencia de caballos, resultó funesto. La única posibilidad de
su supervivencia física fue su retorno junto a los criollos, a partir del cual
ya no hubo, en el Sauce, ningún acto de resistencia emprendido colectivamente.
El precio no solo fue la gradual pérdida de su independencia, sino también la
desaparición de los abipones como grupo étnico diferenciado a fines del siglo XIX.
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Los cautivos españoles en las sociedades indígenas: el contacto cultural a
través de la frontera argentina. Anuario
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Vivante, A. (1943). Pueblos primitivos de Sudamérica. Buenos
Aires: Emecé.
FUENTES
- AGPSF. Archivo General
de la Provincia de Santa Fe: A. de G: Archivo de Gobierno.
Copiador de notas
del Ministerio de Gobierno. Contaduría.
- Iglesia de San
Jerónimo Norte: Libros Parroquiales de San Jerónimo del Sauce.
- AASF. Archivo del
Arzobispado de Santa Fe: Libros Parroquiales de la Iglesia Matriz.
NOTAS
1 Solo
contamos con algunos indicios respecto del número promedio de integrantes de
una banda abipona; el cacique Kebachichi, encabezaba a mediados del siglo
XVIII, a 18 guerreros, y Nachiralarin, jefe de una banda conocida como los
“zarcos” a unos 14. En la recién fundada reducción del Rey se asentaron unos
300 abipones “con sus principales” jefes; Neruigini e Ychoalay, pero advertimos
que estos ejercían su influencia sobre varios grupos autónomos que conservaban sus
propios cabecillas, cuando observamos que, al tiempo de vivir en la reducción,
los grupos de Neotenkin y Navahakin abandonaron a Ychoalay que quedo con muy
pocos compañeros (Dobrizhoffer, T III, 1967). El número coincide además con
cifras dadas para otras etnias guaycurues; para los mocovíes Paucke da la cifra
de 6 a 8 familias de unos 9 integrantes cada una, o sea de 54 a 72 personas
(Lucaioli, 2005), mientras Gordillo (2000) da la de 50-60 personas para las
bandas de los tobas occidentales.
2 Ya en las misiones del siglo XVIII se inicia la
transformación de los nombres indios, o sus equivalentes castellanos, en
apellidos, como también la adopción de algunos de origen español, proceso que
culminará en el Sauce. Al mismo tiempo, fueron arraigando, en algunos grupos,
instituciones como el bautismo y el compadrazgo. Algunos lazos de este tipo,
como el que unía a Apolinario Benejarí y su esposa, con Laureana Crespo, hija
de Agustín, no se registran en el cuadro, por ser posteriores a los sucesos;
como tampoco se anotan, por ser poco claros, los indicios de algún tipo de
vínculo entre Pascual Casco y María Juana Crespo, y entre las familias Crespo y
Maquiel.
3 Algunos grupos familiares numerosos en el Sauce,
como los Largo y los Aquña, desaparecen completamente del pueblo luego de los
acontecimientos de 1836-1838, lo que permite sospechar que pudieron integrar
las bandas rebeldes.
4 Varios autores siguen a Iriondo en el error de señalar la muerte de Juan a manos de los montaraces antes de estos fusilamientos, en tanto Martínez Sarasola (2005) dice que murió en el combate de Paso de las Piedras, lo que también es inexacto.
5 La
práctica de arrancar la cabellera a un enemigo vencido era común en los pueblos
guaycurúes, y previa a la conquista (Green, 2005 a).
6 Se trataba de
un grupo numeroso integrado por unos 70 lanceros o indios de pelea. Esto y la
presencia de otros cabecillas además de Nasitoquin, indica que lo conformaban
diversas bandas aliadas.
7 Juan Largo que se encontraba en el
Sauce antes de 1836, figura junto a otros abipones, en 1845, entre los
mocovíes. En 1848 se señala frente a Corrientes al grupo del cacique José
Largo, enemigo de los tobas; y uno de los caciques que más resistió el avance
del ejército argentino sobre el Chaco a fines del siglo XIX, fue José Petizo.
Los Largo y los Petizo eran familias de origen abipón numerosas en el Sauce,
antes del alzamiento; pero, a excepción del primero mencionado, es más difícil
saber si se trataba de remanentes de abipones no reducidos en el Sauce, de los
alzados en 1836-1837, o de abipones desertados del punto en tiempos
posteriores.
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