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Hacer la guerra y combatir al
enemigo en las fronteras de la patria. Las memorias del coronel Manuel
Alejandro Pueyrredón (1802-1865), de Andrea Reguera, Revista TEFROS,
Vol. 19, N° 1, artículos originales, enero-junio 2021: 61-87. En
línea: enero de 2021. ISSN 1669-726X
Cita recomendada:
Reguera, A., Hacer la guerra y combatir al enemigo en
las fronteras de la patria.
Las
memorias del coronel Manuel Alejandro Pueyrredón (1802-1865),
Revista TEFROS, Vol. 19, N° 1, artículos originales,
enero-junio 2021: 61-87.
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Hacer la guerra y
combatir al enemigo en las fronteras de la patria
Las memorias del
coronel Manuel Alejandro Pueyrredón (1802-1865)
Making war and fighting the enemy on the homeland
borders
Colonel
Manuel Alejandro Pueyrredón' s memoirs (1802-1865)
Fazer a guerra e
combater o inimigo nas fronteiras da pátria
As memórias do
coronel Manuel Alejandro Pueyrredón
(1802-1865)
Andrea Reguera[1]
Universidad Nacional del Centro de la Provincia de
Buenos Aires
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y
Técnicas
Argentina
Fecha de presentación: 26 de febrero de 2020
Fecha de aceptación: 28 de diciembre de 2020
RESUMEN
La figura de Manuel Alejandro Pueyrredón
es más conocida como guerrero de la Independencia que como expedicionario en la
frontera bonaerense. Por ello, el objetivo de este trabajo es analizar, a
través de sus Memorias, la lucha que mantuvo contra los indios en la frontera
sur de Buenos Aires, cuando formó parte de la expedición del general Martín
Rodríguez en 1823-1824. Esto no significa que dejemos de lado otros episodios
que permiten echar luz sobre sus experiencias en la frontera con el indio.
Centraremos nuestra reflexión en la concepción que tuvo sobre términos tan
significativos como guerra, enemigo y patria, al considerar que su mirada sobre
“el otro” aporta claves de interpretación sumamente interesantes para entender
la identificación y la diferencia en la construcción de vínculos y relaciones
interpersonales.
Palabras
clave: memorias; Pueyrredón; guerra; patria; enemigo.
ABSTRACT
Manuel Alejandro Pueyrredón’s figure is better known
as a warrior of Independence than as an expeditionary on Buenos Aires borders.
For this reason, the objective of this work is to analyze, through his Memoirs,
the fight he held against the Indians on the southern border of Buenos Aires,
when he was part of the expedition of General Martín Rodríguez in 1823-1824.
This does not mean that we leave out other episodes that shed light on his
experiences on the border with the Indian. Instead, we focus our reflection on
his conception of such significant terms as war, enemy and homeland,
considering that his gaze on “the other” provides extremely interesting
interpretative keys in order to understand identification and difference in the
construction of interpersonal ties and relationships.
Keywords: memories; Pueyrredón; war; homeland;
enemy.
RESUMO
A figura de Manuel Alejandro Pueyrredón é
mais conhecida como guerreiro da Independência do que como expedicionário na
fronteira de Buenos Aires. Por esse motivo, o objetivo deste trabalho é
analisar, através de suas memórias, a luta que teve contra os indígenas na
fronteira sul de Buenos Aires, quando participou da expedição do general Martín
Rodríguez, entre 1823 e 1824. Isso não significa que deixaremos de fora outros
episódios esclarecedores de suas experiências na fronteira indígena.
Centraremos nossa reflexão em sua concepção de termos tão significativos como
guerra, inimigo e pátria, considerando que seu olhar sobre o “outro” fornece
chaves interpretativas extremamente interessantes para entender a identificação
e a diferença na construção de laços e relacionamentos interpessoais.
Palavras-chave:
memorias; Pueyrredón; guerra; patria; inimigo.
INTRODUCCIÓN
En los episodios de “una vida errante y agitada”, el coronel Manuel
Alejandro Pueyrredón (1802-1865) nos deja un vívido relato de la vida en la
frontera (Pueyrredón, 1929, p. 4)[2]. Las Memorias del coronel
Pueyrredón, si bien han sido citadas en reiteradas oportunidades en trabajos
referidos a las guerras de independencia[3], no han sido analizadas
para ver su accionar como expedicionario en la frontera sur de Buenos Aires.
Por ello, nos parece importante rescatar sus escritos históricos para, a través
de su prosa narrativa, analizar la concepción que como militar y expedicionario
tuvo sobre términos tan significativos como guerra, enemigo y patria, habida
cuenta de su participación en la lucha contra los realistas primero, cuando
formó parte del Ejército de los Andes en 1817-1818; contra los indios en la
frontera sur de Buenos Aires, después, al formar parte de la expedición del
general Martín Rodríguez en 1823-1824 a la sierra de la Ventana y Bahía Blanca;
y, finalmente, su intervención en la guerra civil entre unitarios y federales
al lado del general Lavalle en 1839-1841. Estos hechos nos permiten acercarnos
a la figura de un soldado formado en los campos de batalla, que transitó la
primera mitad del siglo XIX enfrentándose a diversos “enemigos”. En este
sentido, el concepto de enemigo adquiere relevancia puesto que tal calificación
no se mantiene inalterable, sino que va experimentando diversas
transformaciones en relación a la construcción de vínculos personales y
acciones colectivas.
En este sentido, vienen en nuestra ayuda
los hechos vividos por Pueyrredón al lado del general José Miguel Carrera. Las
circunstancias históricas debieran haber condicionado su comportamiento
respecto a dicho general. No olvidemos que a partir de 1818 el nombre de
Carrera se suma al de enemigo de la patria; sin embargo, el comportamiento
ambiguo de Pueyrredón, que en lugar de combatirlo se transformó en su amigo,
nos lleva a preguntarnos sobre la razón de dicho cambio. La misma pregunta
podríamos hacernos en relación a su vínculo con el general Lavalle. Al tiempo
que le profesaba una sincera y verdadera amistad, acrecentada por una profunda
admiración, los desencuentros acaecidos entre ambos por diferencias en la
elección de estrategias y tácticas militares lo convirtieron en su enemigo.
Estas actitudes nos confrontan con esa delgada línea que separa al “ser” del
“deber ser” y con el marco axiológico que todo ser humano posee, elige y
modifica según sus experiencias y etapas de vida. ¿Es posible que un militar que
vivió en la primera mitad del siglo XIX en el Río de la Plata modificara
valores morales y éticos que se grabaron a fuego en sus años de juventud?
¿Cuáles fueron las circunstancias que llevaron a Pueyrredón a moverse en un
espacio ambiguo respecto a las elecciones y decisiones vinculadas a las
nociones de patria, guerra y enemigo?
Cuando Pueyrredón escribe sus memorias y
repasa los hechos del pasado, nos ofrece un reconocimiento nuevo de esa
realidad. Un reconocimiento que no se vincula con la historia sino con la
memoria. La memoria está constituida por reminiscencias, es decir recuerdos que
se forman en base a la asociación y la rememoración. El recuerdo es una operación compleja, dice Paul
Ricoeur (2000, p. 733), y actúa vinculado al reconocimiento. Esta experiencia
del reconocimiento procede en principio bajo la forma de un juicio de valor,
adoptando la vía de la mimesis, o sea la “similitud”, no sin ciertas
dificultades residuales, esto es si lo que se recuerda realmente sucedió[4]. ¿Cómo
constatar entonces la veracidad de los hechos? Las descripciones surgidas de
las vivencias, observaciones y reflexiones si bien pueden contextualizarse en
base a otros relatos y fuentes, hace que la confianza en la palabra adquiera
verdadero significado. Lo que se busca es la comprobación de una hipótesis en
la construcción subjetiva de un relato que contiene, en sus partes de memoria,
información encriptada de un pasado. En el caso de Pueyrredón, un pasado no
exento de situaciones traumáticas debido, fundamentalmente, a una
vida dedicada a la guerra. Este es uno de los puntos centrales de nuestro
interés, pues no se trata tan sólo de una guerra, sino de varias guerras en las
que el enemigo va mutando. De allí la centralidad de la pregunta ¿qué significó
la palabra enemigo para Pueyrredón? Un término que emplea asidua e
indistintamente a lo largo de su relato. Sobre todo, cuando muchos amigos se
convirtieron en enemigos y algunos enemigos en amigos.
En este punto, será de ayuda recuperar la
distinción amigo-enemigo en el concepto de lo político de Carl Schmitt (2009).
De acuerdo a su concepción, el criterio amigo-enemigo es expresión de una
necesidad de diferenciación; conlleva, según el análisis de M. C. Delgado Parra
(2011, p. 178), un sentido de afirmación de sí mismo (nosotros), frente al otro
(ellos). La diferencia entre la igualdad (nosotros) y la otredad (ellos)
establece un principio de oposición y complementariedad. “La percepción que un
grupo desarrolla de sí mismo en relación con los otros es un elemento que al
mismo tiempo que lo cohesiona, lo distingue. La posibilidad de reconocer al
enemigo implica la identificación de un proyecto político que genera un
sentimiento de pertenencia”, el cual se encuentra sometido a variaciones
continuas. Y esto es lo que veremos.
EN LOS CONFINES DE LA INDEPENDENCIA
Perteneciente a una de las familias más
ilustres del Buenos Aires colonial, Manuel Alejandro Pueyrredón[5] nació en Baradero el 3 de mayo de
1802 en el seno del matrimonio formado por José Cipriano Andrés de Pueyrredón
(1779-1827)[6] y Manuela Caamaño[7]. Después de pasar por
varias escuelas y no recalar en ninguna, optó por la carrera militar, al igual
que su padre, “la única posible y la que correspondía a mi clase”, según
palabras del mismo Pueyrredón (1947, p. 21). En 1809, recuerda que “los hijos
del país” comenzaron a trabajar por la independencia, entre ellos su padre y
sus tíos, quienes se habían decidido por el bando de la “Patria”. En esa
escuela, dice Pueyrredón (ibid., p.
22), aprendió a ser “patriota”. ¿Qué significado tuvo esa palabra en un niño de
siete años? Sin duda, una incondicional adhesión a la postura familiar, en
particular a la de su padre y abuela paterna, Rita O’Dogan, en contraposición a
muchos otros miembros de la familia que seguían siendo afines al “partido del
Rey, enemigos de los patriotas” (ibid.,
p. 25). Los bandos estaban claramente definidos y la lucha por el poder lo
convirtió en testigo directo de los sucesos de ese tiempo, en especial en los
que su tío Juan Martín de Pueyrredón participó y lo llevaron a convertirse en
uno de los actores políticos más importantes de esa época. Éste fue designado
en 1812 miembro del primer Triunvirato –en reemplazo de Juan José Paso. Ese
mismo año, a los pocos meses de haber asumido el cargo, la nueva forma de
gobierno fue derrotada por un golpe político[8]; por ese motivo Pueyrredón
sufrió el destierro de Buenos Aires y dejó la ciudad junto a su hermano José
Cipriano y su sobrino Manuel Alejandro. Durante un breve tiempo se
establecieron en la chacra de Randall, sobre el río Matanza; transcurrido
apenas un mes, fueron acogidos por los padres Betlemitas en una quinta que su
abuelo Pueyrredón había donado a la orden; y, finalmente, fueron obligados a
marchar a San Luis, donde recibieron la ayuda de un dominico chileno que les
consiguió una casa para instalarse. Pasado un cierto tiempo, José Cipriano se
afincó con su familia en dicha provincia y adquirió una estancia.
A los 9 años, Manuel
Alejandro se incorporó como cadete de la 2ª Compañía de Granaderos de la
Estrella, experiencia que no duró mucho tiempo, ya que sus padres lo enviaron a
Río de Janeiro con la intención de que se formara en las artes del comercio;
pero a mediados de 1818 regresó dispuesto a retomar la carrera de las armas.
Con esta inquietud, se entrevistó con su tío Juan Martín, por entonces Director
Supremo de las Provincias Unidas, para que lo incorporara al Ejército de los
Andes[9]. Con tal motivo,
Pueyrredón escribió a San Martín la siguiente carta:
El hijo de mi
hermano Pepe, a qn V. conoció en Sn Luis, fue destinado
al comercio y remitido al Rio Janeiro, pa qe adquiriese
los conocimtos necesarios. Su genio lo inclinaba a la carrera de las
armas, me lo expuso con vehemencia y me fue preciso favorecer su inclinacion
(…) Su disposición anuncia qe no será cobarde, habla el frances y
tiene principios de ingles, pero esta en la edad en qe mandan mas
las pasiones qe la misma educación; y es por consigte necesario
qe V. encargue qe me lo tengan a brida corta[10].
De esta forma, a los 16 años ingresó al Escuadrón
de Cazadores a Caballo, escolta del general San Martín. En 1819, revista como
alférez de la 2da Compañía del 2º Escuadrón del Regimiento de
Granaderos a Caballo y, poco después, como parte del 4° Escuadrón[11], marchó al sur de Chile,
bajo las órdenes de los generales Antonio González Balcarce y Ramón Freyre,
para defender dicho territorio del ataque enemigo de realistas, araucanos y
bandoleros[12].
En los relatos de Pueyrredón vinculados a
las campañas del sur de Chile pueden detectarse diversos enemigos a los que
hacer frente. En orden de importancia aparecen, en primer lugar, los españoles;
en segundo lugar, los araucanos movilizados por éstos; en tercer lugar, las
bandas de asesinos y ladrones[13] que vivían en las
montañas y descendían al llano para saquear a los que circulaban por el camino
al pie del cerro; y, en cuarto lugar, las inclemencias del tiempo, con
temporales de lluvias torrenciales que podían durar hasta cuarenta días
seguidos y que los obligaban a estar a la intemperie, permanentemente mojados y
con las armas inutilizadas por la humedad de la pólvora; a esto hay que sumarle
los propios accidentes del terreno, con ríos torrentosos que se hacía necesario
cruzar o montañas que había que escalar o rodear, todo lo cual volvía hostil a
la naturaleza para trasladarse y acampar (Pueyrredón, 1947, p. 224). Fueron
años de enfrentamiento entre diferentes partidas. Una guerra en la que no se
alcanzó ninguna victoria contundente. Con la toma del puerto de Talcahuano, el
Ejército del Sud se retiró de la provincia de Concepción y marchó hacia Talca,
a fin de organizar y disciplinar a las milicias del sur del territorio.
Mientras tanto, en Santiago, el Director Supremo Bernardo O’Higgins declaraba
la independencia de Chile, coronada por el éxito de la batalla de Maipo (1818).
Si seguimos con la concepción de enemigo
que manifiestan los escritos de Pueyrredón, en primer lugar, observamos al
español, que sojuzga y tiraniza, y, por ello, considera necesario adoptar “la
decidida voluntad de no pertenecer sino a sí mismo y de sostener esta
declaración con cuanto es y cuanto vale” (ibid.,
p. 243). ¿Que trasmiten estas palabras? La convicción de sostener una causa
propia a costa aún de la misma vida. En esta línea, después de la victoria de
Maipo, escribe que:
…los americanos
adquirieron la seguridad de que ya tenían Patria, y ésta era la palabra que se
oía de todos: Ya tenemos Patria –esto es: ya la tenemos consolidada, ya
vemos el término de nuestros sacrificios, ya podemos disfrutar de un bien que
creíamos que era sólo para nuestros hijos; éste es el fruto de nuestra sangre.
(Pueyrredón, 1947, p. 300)
Sin duda, estas reflexiones escritas a
posteriori, tras el paso del tiempo, no reflejan la realidad del momento,
plagada de incertidumbre y zozobra, corolario de un proceso que se ha vivido y
que, al momento de plasmarlo por escrito, reflejan la tranquilidad y la certeza
de un objetivo cumplido.
Mientras San Martín preparaba la campaña
al Perú, Pueyrredón fue asignado a una guerra de resistencia española que se
inició en el sur, adonde llegaron grupos dispersos que venían en retirada desde
Maipo. La orden que tenía el coronel José Matías Zapiola era la de pacificar
todo el territorio desde Talca hasta el río Maule. Para ello, armó varias
partidas para perseguir a los antiguos bandoleros, Zapata y Pincheira, ahora
convertidos en guerrilleros realistas. Así fueron reducidas las guarniciones de
los pueblos de Parral, Quirihue y Chillán, mientras muchos realistas
abandonaban el escenario chileno por Talcahuano rumbo a Lima. Los que quedaron,
todos americanos, comenzaron a marchar por tierra hasta Valdivia y Chiloé, con
el fin de movilizar a los indios araucanos, borogas y moluches (Pueyrredón,
1947, p. 333). Aquí aparece en el relato el segundo enemigo, los indios,
asociados a los realistas. ¿Era posible que los indios, que habían combatido a
los españoles desde su llegada a estas tierras doscientos años atrás, hoy
lucharan por el Rey? Para Pueyrredón, el enemigo (los realistas) sumaba fuerzas
en el camino. En su marcha, se les va uniendo la población, habitantes de
pueblos y comarcas, incluso religiosos, tanto monjas como sacerdotes. Aquí
observamos claramente una distorsión de la realidad, tendiente a aumentar el
poder potencial y real de ese enemigo al que se combatía, ya que el texto
señala que se les iban sumando “todos los habitantes que encontraban en los
pueblos por los que pasaban”.
El relato deja en claro una primera
acepción del enemigo: la causa realista, y todo aquel que se sumara a ella era
enemigo de la patria y, por lo tanto, enemigo suyo. Pero, no sólo era necesario
combatir al enemigo de la “causa americana”, sino también hacer frente a las
desavenencias internas –estrategias y pareceres diferentes, choque de
personalidades, celos y envidias–, las cuales solían generar peligrosas
intrigas entre los jefes de segunda línea. Cuando San Martín se ausentó, la
jefatura de las fuerzas recayó en el general Antonio González Balcarce, quien
relevó del mando del ejército y del regimiento de Granaderos a Caballo al
general Zapiola –sin saberse nunca muy bien por qué–, y en su reemplazo nombró
al frente de la División del Sud al coronel Manuel Escalada. Los
enfrentamientos entre patriotas y realistas continuaron durante los primeros
meses de 1819 a través de una guerra de guerrillas, con triunfos como la
batalla del Bío-bío, que, al decir de Pueyrredón (1947, p. 374), significó el
fin del poder español en Chile. Las pequeñas partidas de españoles, escondidos
en lo escabroso del terreno montañoso, aprovechaban para sorprender y emboscar
a las fuerzas patriotas, acompañados de cientos de indios. La guerra en el sur
se transformó en una guerra de partidarios y bandas indisciplinadas, dice
Pueyrredón (ibid., p. 383), que quedó
a cargo de los chilenos una vez que los cuerpos del Ejército de los Andes se
retiraron a la ciudad de Santiago. En esa retirada, los indios, unidos a los
españoles dispersos que quedaban y un considerable número de bandidos, se
establecieron en la margen izquierda del Bío-bío (ibid., p. 407). Con esta información, se le ordenó a Pueyrredón que
saliera a combatir al “enemigo” junto al capitán Manuel Romero. Las fuerzas
reunidas entre ambos sumaban 40 granaderos a caballo al mando del primero y 50
infantes bajo el mando del segundo. Además, como lenguaraz y baqueano los
acompañaba un hombre que:
…llegados a la
orilla del río se puso a hablar con los indios que se encontraban del otro lado
en su propia lengua y sin comprender ni una palabra de lo que decían pronto se
dieron cuenta, por los movimientos que comenzaron a realizar, que venían en su
persecución.
El
lenguaraz había resultado ser un traidor. También sufrieron, por parte de un
grupo de 800 hombres, entre españoles e indios, la sorpresa de una emboscada.
Así, entre dos fuegos, prácticamente cayó la división completa, con excepción
del baqueano y un teniente que lograron escapar. El saldo del combate fue
terrible. Tendidos en el campo de batalla –Mesamávida– quedaron cientos de
muertos y heridos, entre los que se encontraba Pueyrredón con diez puñaladas.
En razón de estos combates, fue ascendido a capitán y recibió la cruz de oro de
la “Legión del Mérito”. La guerra en el sud continuó hasta 1821[14].
Licenciado del servicio de las armas por
motivos de salud, aprovechó para regresar a San Luis y estar junto a su
familia. En el camino se encontró con un viejo amigo de su padre, el general
Bruno Morón, quien lo invitó a sumarse a las fuerzas que comandaba, divisiones
de San Juan y Mendoza, que iban tras las del general José Miguel Carrera y
Francisco Ramírez, cuyas montoneras asolaban las provincias de Córdoba y San
Luis. Pueyrredón aceptó y se unió a ellos. En uno de los combates, Morón murió
y las fuerzas se dispersaron. En esas circunstancias, Pueyrredón volvió a San
Luis y se incorporó, en La Rioja, al ejército del gobernador José Santos Ortiz
y a los hombres de Facundo Quiroga (Pueyrredón, 1929, p. 42). Las fuerzas se
separaron y, en el camino, Pueyrredón fue sorprendido y tomado prisionero y
llevado al campamento del general Carrera que se encontraba instalado en las
afueras de la ciudad de San Luis. Carrera, al conocer quién era, lo distinguió
con el mejor de los tratos, a pesar de que “…era enemigo jurado de mi familia.
Todos saben que Carrera fue el principal autor de la caída del partido de
Pueyrredón, por sus ataques al Directorio y sus imputaciones calumniosas al
Director Supremo” (ibid., p. 46)[15].
A esta altura del relato aparece la primera
ambigüedad. Carrera era enemigo declarado de su familia y, por lo tanto, suyo
también. Curiosamente, Pueyrredón dice que cuanto más trataba al general
Carrera, mayor respeto y admiración sentía por él[16]. A su vez, el general lo
distinguía con un trato más cercano al de un amigo que al de un prisionero.
Carrera respetó en la ciudad de San Luis no sólo a la familia de Pueyrredón
sino también al del resto de los habitantes. En su intento de regresar a Chile,
“Carrera había abandonado toda tropelía y violencia en sus incursiones, sólo
quería volver a su país”. Como es posible observar, las acotaciones sobre
Carrera, a medida que avanza el relato, son cada vez más benevolentes. Más
adelante en las Memorias, cuenta que, instalado en el campamento del Chorrillo
durante más de quince días, fue obligado a marchar con los hombres de Carrera a
San Juan, que se preparaba para combatirlo. Por ello, acampó en las afueras de
la ciudad y pronto debió enfrentar a una columna del ejército patriota que
venía desde Mendoza al mando de Manuel Olazábal. En este punto, a Carrera ya no
lo presenta como su captor, pues “en nombre de la amistad que sentía” por ese
hombre tan controversial, decidió combatir a su lado en contra del comandante
Olazábal. En un alto de los enfrentamientos, Carrera le preguntó a Pueyrredón
por qué no había aprovechado la oportunidad para escapar e, incluso, le había
ofrecido la posibilidad de que se quedara en la primera población que
encontraran, ante lo cual Pueyrredón le contestó que “…hubiera huido del
general Carrera feliz, pero no abandonaré al general desgraciado; cualquiera
sea su suerte participaré en ella” (Pueyrredón, 1929, p. 88). ¿Qué había
sucedido para que Pueyrredón pasara de ser prisionero a partidario –de su
enemigo– el general Carrera? ¿Había mudado de causa? ¿Se trataba de un
temperamento altanero que se apiadaba ante la desgracia ajena? “Efectivamente,
yo estaba resuelto a todo y me sentía orgulloso de lo que hacía; me consideraba
un héroe y gozaba del sacrificio que me imponía” (ibid., p. 89).
El plan de Carrera era tomar unos 400
caballos que tenía a resguardo en la villa de Jocolí, atravesar el Tunuyán y la
pampa hasta llegar a Rosario, embarcarse en ese puerto rumbo a Montevideo y
luego seguir viaje a Estados Unidos, donde se instalaría gracias a la ayuda de
unos amigos que tenía allí. Pueyrredón estaba dispuesto a acompañarlo y
participar de su suerte. La marcha se reanudó en la noche, momento en que tuvo
lugar una conjura de los propios hombres de Carrera, que, al sentirse traicionados
por éste cuando se enteraron de su intención de huir a Estados Unidos, se
amotinaron, lo destituyeron del mando y lo hicieron prisionero. Llegadas las
fuerzas del gobernador Godoy Cruz, fueron conducidos a la ciudad de Mendoza,
donde Carrera fue sentenciado a muerte y ejecutado, mientras Pueyrredón
permaneció preso durante cuarenta y un días, al cabo de los cuales fue liberado
a instancias del gobernador de San Luis, José Santos Ortiz (Pueyrredón, 1929,
p. 119). De inmediato, regresó a su hogar y, al poco tiempo, en febrero de
1822, partió hacia Buenos Aires. Al año siguiente, en 1823, contrajo nupcias
con María Rosario Rioseco Silva.
Esta etapa de su vida rememorada en las
memorias nos deja algunas reflexiones. En primera instancia, el enemigo es todo
aquel que se opone a la causa de la patria, de manera genérica y global.
Desparecido el peligro realista del suelo americano, el enemigo de la patria es
el rebelde (Carrera-Ramírez), que de una manera u otra se opone al nuevo orden
instituido, ya sea por rivalidades internas, ambición o poder. Como señalamos ut
supra, las desavenencias internas –estrategias y pareceres diferentes,
choque de personalidades, celos y envidias–, solían generar peligrosas intrigas
entre los jefes de segunda línea. En términos teóricos, Carrera se encuadraría
dentro de esta categoría. Las rivalidades internas lo habían convertido en un
traidor a la causa, en un “rebelde”. Sin embargo, como hemos visto, para
Pueyrredón deja de ser su enemigo y se convierte en un leal amigo. ¿Qué
resortes actuaron para que un hombre de armas, de sólidas convicciones,
cambiara tan radicalmente? Es peligroso aventurarlo, aunque como hipótesis
podría sostenerse que lo que los unió fueron cualidades propias de un soldado
en la carrera de las armas, más allá del bando que se eligiera.
EN LA LUCHA CONTRA EL INDIO EN EL SUR DE
BUENOS AIRES
En Buenos Aires, Pueyrredón se incorporó a
la expedición que el general Martín Rodríguez preparaba en 1824 a la frontera
sur, con el objetivo de explorar las tierras que mediaban entre Tandil y Bahía
Blanca[17]. El cuartel general se
situó en la estancia de Antonio Dorna en San Miguel del Monte[18]. El ejército de tres mil
hombres estaba al mando del general José Rondeau, acompañado por el gobernador,
general Martín Rodríguez, y su ministro de Guerra, general Francisco de la
Cruz. El convoy, dice Pueyrredón (1929, p. 126), “atravesó el Río Salado por el
paso del Desplayado y desde aquel momento entró en el desierto y empezó
a experimentar los inconvenientes y penalidades de una campaña en un terreno
desconocido”.
Las fuerzas marcharon durante varios días,
haciendo frente a las dificultades del terreno y abriéndose paso entre los
pajonales, que llegaban a cubrir la altura de un hombre a caballo. Al llegar al
arroyo Chapaleofú, acamparon dos días, en los que fueron víctimas de los
tábanos durante el día y de los mosquitos durante la noche. Según el relato de
Pueyrredón, al cabo de tres jornadas llegaron a Tandil, donde permanecieron
para aprontar las fuerzas. Allí, Pueyrredón fue nombrado comandante de la
Escolta del gobernador. Una vez lista la formación, se pusieron en marcha hacia
el sur, seguidos de un total de 150 carretas cargadas con útiles y materiales
para fundar un pueblo, para lo cual llevaban también familias, y detrás de
éstas seguía una numerosa cantidad de vivanderos (Pueyrredón, 1929, p. 128). Al
mismo tiempo, desde el puerto de Buenos Aires, partió una expedición por agua
con el mismo rumbo, al mando del capitán Jaime Montoro, acompañado por el
ingeniero Martiniano Chilavert, compuesta de dos buques con enseres también
para establecer una población, contratada por el gobierno a la empresa Vicente
A. Casares e hijos. El objetivo de la misión era el reconocimiento de la costa
sur y un posible lugar de desembarco en Bahía Blanca.
Una vez alcanzado el punto de Bahía
Blanca, se levantaría una fortificación y se avanzaría hasta el Rincón del
Colorado, donde el ejército pasaría el invierno y, al año siguiente, se haría
una nueva campaña para establecer fuertes en el Río Negro (Pueyrredón, 1929, p.
130).
Cuando el ejército llegó a un lugar
llamado las Cinco Lomas, último punto al que había llegado la expedición
de 1823, se presentaron unos 400 indios para “parlamentar”. Pedían que el
gobernador saliese a conferenciar con los caciques. Para ello proponían que se
dirigiese a un punto intermedio entre ambas fuerzas y que llevara una escolta
de diez hombres; pero el general Rodríguez les contestó que no podía alejarse
del lugar en el que estaba porque “sus leyes se lo prohibían”, aunque mandaría
un representante (Pueyrredón, 1929, p. 132). Esta representación recayó en el
comandante Anacleto Medina, quien concurrió a la cita con diez soldados de la
escolta. El plan consistía en que cuando estuviera frente a ellos, Medina le
daría un tiro al cacique, el cual serviría de señal para iniciar el ataque.
Curiosamente, los indios no se presentaron a la reunión, y esto, según
Pueyrredón (1929, p. 133), se debió a que como “…los indios, (…) tenían la
conciencia de la infamia, temieron la represalia y no concurrieron a la cita”.
Retomada la marcha, los baqueanos
manifestaron que hasta allí llegaban sus conocimientos; por lo tanto, para
seguir el rumbo era necesario hacer exploraciones o reconocimientos diarios a
fin de “…descubrir a vanguardia, la jornada que el ejército debía hacer al día
siguiente” (Pueyrredón, 1929, p. 134). Rodríguez delegó el mando de esta
comisión en el coronel Pueyrredón, quien manifestó que, desde ese momento, la
escolta del gobierno se había convertido en vanguardia del ejército. De este
modo, la expedición marchó hasta avistar Sierra de la Ventana. En el avistaje,
tuvieron la sorpresa de ver de 400 a 800 indios en actitud de atacar el convoy.
Así se inició una serie de maniobras, con avances y retrocesos, que no se
concretaban en un enfrentamiento abierto. Los indios hacían escaramuzas con el
objetivo de hacerles disparar las caballadas e incendiaban los campos para
obligarlos a marchar en medio de grandes humaredas.
A esta altura del relato, Pueyrredón
(1929, pp. 138-139) recuerda, y trae a la reflexión, su lucha contra los
araucanos en el sur de Chile y los compara con los pampas:
Los Araucanos
tienen táctica y disciplina, conocen y ejecutan varias maniobras con exactitud,
pelean en línea, en columna, en escalones y hacen cambios de dirección, con
precisión y prontitud. La guerra de sorpresas y emboscadas les es muy familiar.
Obedecen a un solo jefe, al cual se subordinan todos los caciques y a estos los
capitanejos (…) Todo esto, unido a su bravura natural, hace del Araucano un enemigo
terrible[19].
Los Pampas por el
contrario, no tienen disciplina ni táctica alguna, no tienen orden, ni conocen
más maniobra que una, en forma de herradura, pero sin formación regular, que es
más bien para evitar un combate, porque en esa posición es imposible atacarles,
porque ellos están flanqueando por derecha e izquierda, y atacado el centro
desaparecen de allí para reunirse a los flancos. Solo una cosa saben, que es no
cortar nunca la retirada del enemigo que combaten (…) Van siempre buscando que
nuestra tropa dé la espalda, entonces el pampa es un enemigo terrible,
por la persecución que hace[20].
Esta descripción comparativa nos permite
acercarnos a la concepción diferenciada que tiene del mundo indígena, no todas
las tribus eran iguales. Mientras los araucanos eran valientes porque tenían
una estructura de organización semejante a la de los criollos y esto los hacía
previsibles, los pampas eran cobardes porque buscaban la ventaja de atacar por
la espalda y en su comportamiento y manera de funcionar no eran comprensibles;
por ello los consideraba un enemigo feroz[21]. A esto hay que
sumarle el intento de atemorizar y aterrar al contrincante con su gritería
infernal y la impetuosidad de sus ataques “…echados sobre el costillar del
caballo, sólo se enderezan cuando están cerca de su enemigo, pero entonces
sujetan el caballo, siempre sobre el freno y soslayado para estar prontos para
huir” (Pueyrredón, 1929, p. 140). Por el contrario, los Araucanos eran vistos
como hombres que respetaban una disciplina militar que, unida a su bravura, los
convertía en enemigos respetables. De ellos rescata su valor y, de alguna
manera, en su apreciación, es posible advertir una mirada igualitaria hacia un
“otro” que, si bien es diferente, es percibido como un soldado combatiente,
como él, al igual que los criollos.
Los expedicionarios continuaron su marcha
bajo la mirada atenta de los indios que los seguían desde lo alto de los cerros
y esto los obligó a enfrentar emboscadas y escaramuzas sucesivas. La gran
sorpresa se produjo cuando al pie de una cerrillada vieron una formación de
cerca de tres mil indios. Al instante, se lanzaron al ataque y comenzó un feroz
enfrentamiento que terminó con la fuga de los indios del campo de batalla.
Después de este combate, el ejército
continuó su camino hasta la costa del arroyo Sauce Grande, donde se hicieron
varias exploraciones siguiendo la curvatura del río que, en su desembocadura,
presentaba una gran cadena de médanos, por lo que fue preciso seguir buscando
la Bahía. Hacia allí se dirigió el general Rondeau con 500 hombres. A los dos
días llegó al lugar donde se encontraban los buques contratados por el
gobierno. Era el arroyo Napostá chico, en la costa norte de la bahía. “El lugar
no podía ser peor. Ni como puerto podía considerarse de importancia, ni la
costa ofrecía ventaja alguna para hacer una población entre aquellos médanos”,
dice Pueyrredón (1929, p. 154). El fondeadero o verdadero puerto distaba, en
realidad, varias leguas de allí, aunque el ingeniero Chilavert creía que
aquello era Bahía Blanca. Rondeau regresó al campamento con gran descontento y
el gobernador Rodríguez, ante el fracaso de la expedición, decidió pedirles que
se retiraran de la empresa, iniciando de inmediato el retorno. Al cabo de un
mes y medio llegaron a Tandil, después de una sufrida marcha signada por el
hambre y el frío, donde el general Rodríguez recibió una comunicación de Buenos
Aires en la que se le informaba que el general Juan Gregorio de Las Heras era
el nuevo gobernador. De esta forma se dio por terminada la campaña. De regreso
en Buenos Aires, Pueyrredón fue destinado a la frontera, guarniciones de Santos
Lugares, Chascomús, Quilmes, Tapera de Marín y Arroyo de Ramallo, y ascendido a
capitán del Regimiento de Blandengues[22].
Para Pueyrredón (1929, pp. 300-301), era
necesario acabar con la guerra contra los indios, si bien los consideraba “…un flagelo
destructor, (…) (una) vorágine, que se traga y devora a un mismo tiempo, las
fortunas públicas y particulares”, veía plausible que finalizara pronto. Su
participación en dicha guerra tuvo como objeto la defensa de la propiedad
privada, pues consideraba que esas tierras darían enormes riquezas y el estado
se libraría así de emplear tantos hombres en la defensa de la frontera. Se
trataba claramente de una guerra de ocupación, pero en la que no estaba de
acuerdo con el modo de expedicionar.
Pueyrredón entendía que en las
expediciones contra los indios siempre se producía el desorden y la desbandada,
la improvisación, “…cuando nuestras tropas pisan el territorio de los indios
sucede exactamente lo mismo que cuando ellos pisan el nuestro. Todos huyen
despavoridos a ocultarse…” en alguna parte. La guerra contra los indios no es
una guerra de orden, es una guerra de práctica, “es la menos guerra posible”.
Es una guerra de hecho, en la que no hay ninguna pericia, ningún sistema,
ninguna regla. De esta manera, el más apto para hacer esta guerra es el que
tenga más práctica, el que sepa organizar y ajustar adecuadamente sus fuerzas
al objetivo y, sobre todo, que sepa cuidar mejor sus caballos, ya que es el
elemento principal. En este punto, Pueyrredón reconoce una superioridad por
parte del indio, “siempre está bien montado”, porque es dueño de su caballo, lo
ejercita, lo entrena, lo guarda de reserva para la pelea.
En la guerra de frontera contra el indio,
era necesario, dice Pueyrredón (1929, p. 315), tener conocimientos prácticos y
de localidad. ¿Qué significa esto? Que en este tipo de guerra hay cosas que
pueden parecer insignificantes pero que no lo son y su conocimiento es de suma
utilidad, pues puede afectar, para su acierto o desacierto, la toma de
decisiones y estrategias militares. Por ejemplo, cuando el paisanaje decía que
“había novedad en el campo” o que “el campo estaba alborotado”, significaba que
había que estar en estado de alerta. Para quienes no fueran duchos en la
práctica y observación del paisaje, esto resultaba un enigma inexplicable; sin
embargo, para quienes conocían la pampa, entendían su verdadero significado y
no podían pasarlo por alto. Ese alboroto hacía referencia al movimiento de los
avestruces o venados, y sabían que cuando se producía podía tratarse de una
invasión de indios. Un buen observador, que supiera mirar, también podía saber
a gran distancia “si andaba gente o no”.
…donde nuestra
vista no podía ver, sabían cuando eran cristianos o indios, y todo esto con una
precisión matemática. Entre tanto, nosotros fatigábamos nuestra vista sin
distinguir nada, y cuando al fin creíamos haber descubierto algo, era un
carancho que por lo chato de su cabeza, tomábamos por indio, o un avestruz por
jinete. (Pueyrredón, 1929, p. 316)
Pocos son los que alcanzan a comprender la
verdadera importancia de estos conocimientos, dice Pueyrredón. Para él, todo
jefe que tenga a su cargo dirigir una expedición debe hacer un estudio
particular de todo. Debe conocer la geografía y topografía del territorio,
saber distinguir la calidad de terrenos y pastos, reconocer la existencia de
aguadas y las diferencias entre ellas, algunas son de agua dulce y otras
salobres, etc. Para Pueyrredón (ibid.,
p. 317) era necesario terminar con el sistema de expediciones volantes y
decidir de manera firme la ocupación bajo la práctica de una guerra con paz o
una paz armada. Entiende que la estrategia de ocupación debe ser diferente a la
que se ha llevado a cabo hasta el momento, expediciones esporádicas, con fuerzas
dispersas, que no fueron exitosas. Para él es necesario un ejército unificado y
bien equipado, que se estableciera en un punto y desde allí se organizaran
operaciones sucesivas bajo un mismo mando. De esta manera se iría avanzando
sobre el territorio sin abandonarlo. La estrategia era clara, ocupación,
avance, ocupación. Una vez ocupada la pampa, en particular hasta Salinas
Grandes, Río Colorado y Río Negro, a los indios no les quedaría otra opción que
someterse o perecer, ya que no les quedaría campo donde permanecer; las faldas
de la cordillera eran pobres en pastos, las tierras del sur eran áridas y
frías, ocupadas por los indios huilliches, enemigos irreconciliables de los
pampas. “Ellos no invaden como los demás no son de a caballo, viven de la caza,
bolean guanacos y liebres, suelen tomar también ganado, valiéndose para esto de
trampas, al cual domestican y alguna aunque rara vez, traen a vender a
Patagones” (ibid.,pp. 319-320). Como
se roban entre ellos, la guerra es inevitable. “…tolderías enteras quedan
destruídas, y los que escapan bajan por los desiertos donde perece la mayor
parte de hambre y miseria” (ibid., p.
320). Para Pueyrredón la línea de fortines debía convertirse en una línea de
colonias fundadas con elementos extranjeros. El Estado proveería alojamiento y
subsistencia a los colonos, hasta que éstos aseguraran su estabilidad. La base
sería la repartición de tierras con la carga de prestar el servicio de
fronteras.
Cabe aquí una nueva reflexión. En el
relato aparece una continuidad clara de su pensamiento. El indio sigue siendo
enemigo de la patria. Sin embargo, es interesante rescatar la diferenciación
que hace de las parcialidades. Daría la impresión que no todos son tan enemigos
y, paradójicamente, aquellos indios más peligrosos, por su disciplina y
estrategias de combate, son, para Pueyrredón, menos “feroces”. Se vislumbra
entonces, nuevamente, el peso de su formación militar a la hora de valorar al
otro. Si es o no un buen combatiente. Aquí podría apelarse a la idea de
otredad. Para Pueyrredón, el buen combatiente se convertía en un enemigo
previsible; en cambio, quien no tuviera estrategias de combate se convertía en
un enemigo peligroso por su imprevisibilidad. Como señala Tzvetan Todorov
(1993, p. 40), no se puede comprender a quien no se conoce; para ello es
necesario comunicarnos y entendernos. Sin duda, una forma de comunicación y,
por lo tanto, de comprensión fue para Pueyrredón “el arte de la guerra”.
UNA MISIÓN POLÍTICA EN LA FRONTERA DE
MISIONES
En 1826, hubo una invasión de indios en el
sur de Buenos Aires. Pueyrredón, que comandaba la vanguardia del Regimiento de
Blandengues, se trenzó en combate y derrotó una a una las tres divisiones de
500 lanzas cada una con las que cargaron los indios. El gobierno, curiosamente,
premió a los que no se habían batido; por ese motivo pidió su baja del servicio[23].
Al año siguiente, en un viaje que hizo a Santa
Fe por asuntos particulares, Pueyrredón recibió el encargo de su primo político
Braulio Costa de visitar al general oriental Fructuoso Rivera, que se
encontraba allí bajo el amparo del gobernador Estanislao López. En cuanto lo
conoció, Rivera le pidió dinero y reses para su tropa, lo cual le fue
concedido. A poco de regresar a Buenos Aires, recibió, de parte de Rivera, una
invitación para sumarse a una expedición que realizaría a las Misiones[24]. Esta había quedado
desprotegida después de la guerra contra el Brasil (1825-1828) y Rivera hacía
tiempo que tenía planeado invadirla. El gobernador de Buenos Aires, coronel
Manuel Dorrego, enterado de esto por su amigo Braulio Costa, convocó a
Pueyrredón a una reunión con el objeto de encargarle una misión. Dorrego, según
Pueyrredón (1929, pp. 169-175), manifiesto enemigo de su familia y de la
política directorial que encarnó su tío Juan Martín, le ordenó que marchara en
campaña con el general Rivera a fin de persuadirlo de no invadir las Misiones,
ya que esto podría perjudicar los acuerdos de paz con el imperio de Brasil.
Pueyrredón se negó, arguyendo que ya no estaba en servicio, a lo que Dorrego le
recordó que el gobierno lo consideraba aún en servicio y que todo ciudadano
debía servir a su patria. ¡La patria! ¡La patria! ¿Qué es la patria? Será, como
dice el poema de Julia Prilutzky Farny (1950), que:
Se nace en
cualquier parte. Es el misterio –es el primer misterio inapelable–, pero se ama
una tierra como propia y se quiere volver a sus entrañas. Allí donde partir es
imposible, donde permanecer es necesario, donde el barro es más fuerte que el
deseo de seguir caminando, donde las manos caen bruscamente y estar arrodillado
es el descanso, donde se mira el cielo con soberbia desesperada y áspera, donde
nunca se está del todo solo, donde cualquier lugar es la morada. Allí donde se
quiere arar. Y dar un hijo. Y se quiere morir, está la Patria.
O la patria será “la paz”, un estado de
coexistencia y convivencia aún desconocida para los hombres de esta parte de
América[25].
Pueyrredón aceptó la misión, la que fue
coronada con éxito, ya que sus gestiones lograron la restitución de las
Misiones a Brasil y que Rivera volviera a la Banda Oriental, evitando así el
enfrentamiento con las fuerzas imperiales. El ejército de Rivera, constituido
por “3.000 hombres, aproximadamente, marchaba con 800 indios charrúas
regimentados, 150 mil cabezas de ganado vacuno, 20 carretas y 12 mil familias,
con la finalidad de ser incorporado al nuevo Estado oriental”[26]. Recibido por el gobernador,
general José Rondeau, Rivera fue nombrado jefe del Estado Mayor General
(Pueyrredón, 1929, p. 236).
EN LA LEJANÍA DEL EXILIO
De regreso en Buenos Aires, Pueyrredón se encontró
con el derrocamiento y muerte de Manuel Dorrego, producto de la revolución
decembrina encabezada por el general Juan Lavalle. En 1829 ascendió a sargento
mayor y en 1830 a teniente coronel, siendo, durante algunos meses, edecán del
gobernador Juan Manuel de Rosas y nombrado comandante del 6° Regimiento de
Milicias de Campaña[27]. En 1831, actuó en
Córdoba y ese mismo año fue nombrado jefe del primer Departamento de la campaña
de Buenos Aires, otorgándosele el comando del Escuadrón de Quilmes, siendo poco
después destituido por el gobierno del general Juan Ramón Balcarce.
Posteriormente, fue nombrado teniente coronel del Regimiento 1 de Campaña y en
1835 promovido a coronel graduado.
Pronto, la política llevada adelante por
el nuevo gobernador –Rosas iniciaba su segundo mandato–, distanció a
Pueyrredón, quien hizo pública su posición, lo cual le valió la cárcel, en
donde estuvo desde noviembre de 1835 hasta el 5 de septiembre de 1837, cuando
logró fugarse con la ayuda de familiares y amigos[28]. En la noche de ese día,
embarcó, junto a otros compatriotas, entre ellos Valentín Alsina, rumbo a
Montevideo, en donde, al año siguiente, el general Rivera vencería al
partidario de Rosas, el general Manuel Oribe. Nuevamente, la lucha por la
libertad de la república encendía los ánimos de Pueyrredón, como cuando luchó
por la misma causa formando parte del Ejército de los Andes.
Una de las primeras acciones que lo tuvo
como protagonista en la capital oriental fueron los preparativos para el
levantamiento de la campaña de Buenos Aires, “el primer pensamiento de guerra
fue mío, esta gloria nadie me la puede disputar”, dice Pueyrredón (1929, p.
247). Así comenzó a intercambiar pareceres sobre el modo de organizar una
expedición y formar un ejército libertador[29]. En función de ello,
reclutó varios voluntarios entre los peones del saladero, muchos de los cuales
habían sido soldados suyos en Buenos Aires. Fruto de las reuniones que se
hicieron a puertas cerradas en diversas casas de emigrados, Modesto Sánchez, Florencio
Varela y Salvador María del Carril, entre otros, se acordó y decidió convocar
al general Lavalle, quien aceptó y fue nombrado general en jefe de la
expedición. Pueyrredón asumió el mando del ejército. Dos meses tardaron en
organizar y entrenar a la nueva tropa. El ejército, que adoptó el nombre de
“Legión Argentina”, pasó el 2 de junio de 1839 a la isla Martín García a pesar
de la oposición y persecución llevada a cabo por el general Rivera, quien, a
estas alturas, se entendía con Rosas[30]. Para Pueyrredón (1929,
p. 263), el gobierno de Rivera se había convertido en un “gobierno pérfido y
desleal”, que los perseguía “para entregarlos al tirano”. Rivera estableció sus
tropas a lo largo de la costa uruguaya a fin de impedir la reunión y provisión
de armas y suministros de los emigrados (ibid.,
p. 265).
Desde el cuartel general en la isla Martín
García, los legionarios manifestaron la necesidad de abrir comunicaciones con
los jefes rosistas en Buenos Aires; para ello Pueyrredón se instaló durante
doce días en la confluencia de los ríos que desembocan en el canal que pasa por
Tigre y San Fernando y, desde allí, envío varias misivas, quedando a la espera
de las respuestas. En líneas generales, dice Pueyrredón (ibid., p. 269), las contestaciones fueron afirmativas; los
generales Celestino Vidal, Agustín Pinedo y Mariano Benito Rolón[31] dijeron que “no se nos
exija empezar, que se cuente con nosotros cuando la legión desembarque, pero la
persona del general Lavalle, no es suficiente garantía para nosotros”. De todas
las misivas que se distribuyeron, una sola llegó a poder de Rosas. “Algunos
otros no contestaron, pero al menos, no traicionaron” (ibid., p. 270). Cuando Lavalle tomó conocimiento de esto, indicó
que Pueyrredón les escribiera para decirles que,
Él nunca sería un
obstáculo para nada (…) que él iba decidido a ser lo que los pueblos quisieran
que fuese; que si al llegar a Buenos Aires los pueblos le dijeran sea V.
federal, ninguno sería más federal que él, pero si por el contrario, le decían,
sea V. unitario, que no tendría embarazo en ponerse a las órdenes de
cualesquiera de ellos. (ibid., p.
270)
¿Dónde quedó la causa por la cual luchaba
el general Lavalle? Estando listos para iniciar la campaña, Lavalle, en lugar
de marchar hacia Buenos Aires, decidió dirigirse a Entre Ríos. Nadie entendió
ese cambio de estrategia. La mayoría de los jefes no estaban conformes con el
nuevo plan. Pueyrredón se opuso terminantemente a este proyecto y amenazó con
abandonar todo y volver a Montevideo, idea de la que desistió sólo por el ruego
del general Lavalle. Con el pasar de los años, se lamentaría del hecho. “¡Este
fué el primer error, error funesto, precursor de otros muchos, origen de la
pérdida de la empresa y de un ejército, con el que se debería haber marchado de
triunfo en triunfo hasta la Plaza de la Victoria!” (ibid., p. 275).
Así se inició la campaña de Entre Ríos. La
legión se dirigió finalmente a Gualeguaychú, desde donde se enviaron varias
misivas a distintos puntos de la provincia con el objeto de obtener apoyo en
hombres, caballadas, comida y armas. Al no tener buena acogida, Lavalle decidió
marchar con sus 462 voluntarios hacia la frontera del centro del país, no sin
antes enfrentarse a las fuerzas del gobernador Vicente Zapata de Entre Ríos, que
reunió un total de 1.800 hombres. A pesar de la diferencia de recursos, el
combate fue ganado por los legionarios[32].
Después de este enfrentamiento, Lavalle
envió una parte de las fuerzas al norte del litoral (Concordia y Corrientes), a
fin de sumar al general Pedro Ferré. Allí, Pueyrredón fue nombrado jefe del
Estado Mayor General, encargado de la organización del ejército de operaciones.
En ese momento, llegó la noticia de la revolución de los Libres del Sur,
encabezada por Pedro Castelli[33]. Pueyrredón le propuso a
Lavalle marchar de inmediato al sur, pero éste se opuso; le sugirió, entonces,
la posibilidad de ir él personalmente, propuesta que también rechazó. “Una
noche, cuenta Pueyrredón (ibid., p.
284), todos los jefes vinieron a saber lo que el general determinaba en
aquellas circunstancias, y habiéndoles referido todo, fui con ellos a hablar al
general, pero fue en vano”. Cuatro días después de estas negativas, Pueyrredón
renunció a su cargo y se encaminó hacia el sur con el fin de unirse a los
revolucionarios. En Salto, se embarcó para continuar su camino y en la boca del
Guazú encontró al convoy que transportaba a los emigrados del sur. “…había
sucedido lo mismo que le había dicho al general, la revolución se había perdido
por falta de jefes” (ibid., p. 286).
En razón de ello, se dirigió, entonces, a Montevideo.
Allí, el ministro de gobierno Santiago
Vázquez, a instancias de los franceses, le propuso que organizara una
expedición para invadir el sur bonaerense. Ante esto, Pueyrredón pidió asociar
a los generales Martín Rodríguez, Juan José Viamonte y Tomás de Iriarte,
quienes también se encontraban en la capital oriental. El primero se encargaría
de solicitar al presidente Rivera el permiso de reunión correspondiente para
trabajar con los otros emigrados, pero éste se opuso de forma vehemente, razón
por la cual no pudo concretarse la expedición.
Dada la situación, Pueyrredón no podía
continuar en el ejército y decidió emigrar, junto a su hermano Adolfo, a
Brasil. Allí residió en diferentes lugares –Río de Janeiro, Pelotas, Bagé e
isla de San Gabriel–, en donde intentó ganarse la vida como agente comercial.
Luego pasó a Corrientes y, finalmente, a Montevideo, dedicándose al oficio de
zapatero, lo cual le significó sufrir angustiosas penurias económicas y
recaídas en su estado de salud debido a las viejas heridas recibidas en los
combates en el sur de Chile. En 1844 se casó en segundas nupcias con Sebastiana
Bauzá Tristán.
Pueyrredón volvió a Buenos Aires después
de la batalla de Caseros (1852), donde el ministro Valentín Alsina logró que
por un decreto del gobierno se le reconociera su grado militar y le ofreció
volver al servicio, distinción que por entonces rehusó para dedicarse a atender
una estanzuela que tenía en el partido de San Nicolás. Distanciado de los
sucesos políticos, no formó parte de la revolución del 11 de septiembre[34]; no compartía el rumbo
que volvía a tomar la política en la provincia, retirándose nuevamente a
Montevideo, donde permaneció cuatro años. En 1858, regresó a San Nicolás para
ocuparse de su estancia y para ello se asoció con un tal Montié, mientras él se
instalaba en la ciudad de Rosario. Eran las vísperas de la batalla de Cepeda,
en donde se enfrentarían las fuerzas de Buenos Aires, conducidas por el general
Bartolomé Mitre, y las fuerzas de la Confederación argentina, comandadas por el
general Justo J. de Urquiza. Pueyrredón expresaba claramente su adhesión a la
causa federal. Y a instancias de sus sobrinos Rafael y José Hernández, que
servían en el ejército de la Confederación, nuevamente se incorporó a las
armas, pero por poco tiempo, pues el 10 de noviembre de 1865 falleció en la
ciudad de Rosario.
CONSIDERACIONES FINALES
A través de las Memorias del coronel Manuel
A. Pueyrredón, vemos una vida entera dedicada a las armas. Una carrera que se
hizo en base a la experiencia en el campo de batalla en donde enfrentó a varios
enemigos. Entre ellos, los españoles-realistas en la lucha por la libertad de
las Provincias Unidas cuando se sumó al Ejército de los Andes bajo el comando
del general San Martín. Allí inició la guerra de fronteras, combatiendo tanto a
los españoles-realistas en su corrimiento hacia el sur de Chile, como a los
indios araucanos y bandidos de caminos que se sumaron al bando de los realistas
y, de este modo, se convirtieron también en enemigos de la patria.
Después de estos combates, de los que
salió gravemente herido, fue hecho prisionero por las fuerzas del general José
Miguel Carrera. La situación vivida con Carrera, enemigo declarado de su
familia, como él mismo dice, opositor político y entregado a la lucha de
montoneras contra los mismos que compartían la causa de la libertad de América,
le hizo cambiar de opinión mientras compartían largas conversaciones en su
campamento, al punto de declarar su admiración y sincera amistad. Este
comportamiento nos lleva a hacer algunas reflexiones, en el sentido de que es
posible hacer la guerra al enemigo público desconocido, al enemigo sin rostro
que representa un proyecto político basado en la falta de libertad, en la
sumisión y discriminación, como la que encarnaban los españoles-realistas. Pero
cuando al enemigo se le conoce el rostro, incluso como prisionero, y se tiene
trato personal con él, como el general Carrera, opera una identificación
personal basada en ciertos valores admirables, como valentía, sacrificio y
heroísmo. Sin embargo, fueron los propios hombres de Carrera quienes lo
entregaron a los patriotas cuando se sintieron traicionados por éste al planear
su fuga del país. Esto, claramente, no lo vio Pueyrredón –o no lo quiso ver–,
siendo rescatado de esa enmarañada situación entre Carrera y sus hombres por el
gobernador de Mendoza, quien evitó que fuera acusado de traición. Pueyrredón se
apiada del general en desgracia, quizás, como una posible proyección de sí
mismo ante la profunda incertidumbre de esos tiempos.
El regreso a Buenos Aires en 1824 y su
incorporación a la campaña del general Rodríguez al sur de la provincia
produjo, para Pueyrredón, un cambio de escenario, de causa y de enemigo para
enfrentar en la guerra. La expedición, que tenía por motivo explorar el
territorio más allá de las sierras de Tandil y Ventana, con el fin de avanzar
la línea de frontera, ocupar esas nuevas tierras que beneficiarían al sistema
productivo que comenzaba a imponerse por parte de los criollos y obligar a los
pueblos indígenas, habitantes del lugar, a desplazarse hacia más allá del río
Negro, fracasó por la falta de coordinación entre las fuerzas de mar y tierra y
por las continuas disputas políticas que se dirimían en Buenos Aires, al punto
que Rodríguez perdió su cargo de gobernador antes de llegar a la casa de
gobierno al no ser reelegido. La experiencia de esta campaña le permitió
conocer más de cerca a los indios pampas como enemigos y compararlos con los
araucanos, a quienes conoció en sus campañas de Chile. Esta no era una lucha
por la libertad, sino una lucha por la ocupación del territorio. Para
Pueyrredón, simbolizaba lo mismo, la lucha por la patria, que está hecha de
libertad y de territorio. Si bien tanto los indios pampas como los araucanos
eran considerados por Pueyrredón “enemigos feroces”, no por su superioridad
numérica o por el tipo de armas que empleaban, sino por sus formas de guerrear.
Y aquí, puesto a elegir, Pueyrredón prefería a los araucanos antes que a los
pampas. Mientras los primeros tenían organización, táctica y disciplina,
semejante a lo que Pueyrredón conocía como militar, lo cual los hacía
previsibles y respetables, los pampas no la tenían, por el contrario, se
caracterizaban por su astucia, su gritería y ataques por la espalda, lo cual
los convertía en imprevisibles, cobardes y despreciables. Ahora bien, para
complejizar el panorama y comprender un poco más el pensamiento de Pueyrredón,
el indio, para él, no era un enemigo en sí mismo. Valga como muestra este
relato que intercala en sus escritos sobre los indios del norte (guaraníes), a
quienes consideraba más civilizados que el hombre blanco simplemente por la
forma de enterrar a sus muertos. Mientras los criollos aún lo hacían en las
iglesias, lo cual acarreaba problemas de higiene urbana, ellos ya tenían campos
santos con lápidas y monumentos, “…lo que no sucedía entre nosotros, hombres
civilizados, que mirábamos con desprecio a los indios” (Pueyrredón, 1929, p.
188).
La intensa lucha que Pueyrredón llevó a
cabo en la frontera le permitió adquirir conocimientos y experiencias que
plasma en sus memorias al explicar el fracaso de todas las expediciones
exploradoras que se habían hecho hasta el momento y proponer y aconsejar una
nueva forma de expedicionar, que podría resumirse en la necesidad de un
ejército unificado, asentado en un punto del territorio, con una estrategia de
avance y ocupación del mismo y que sintetiza de forma breve al afirmar que se
debe “ocupar el territorio bajo la práctica de una guerra con paz o una paz
armada”.
Después de estas experiencias, y más
involucrado en los vaivenes de la política interna, en un primer momento se
sintió identificado con el proyecto federal, aunque distanciado de la forma de
hacer política de Juan Manuel de Rosas, por lo cual abandona el país y se suma
a la causa de los unitarios en Uruguay y pasa a formar parte del ejército que
se preparaba bajo el mando del general Lavalle para invadir y liberar el
territorio patrio del “yugo del tirano”. Nuevamente, el escenario, la causa y
el enemigo cambiaron. Se trataba ahora de una guerra de liberación y los
enemigos eran sus propios compatriotas. Vuelven a aparecer los sentimientos de
amistad y admiración por un hombre, Lavalle, con quien difiere en la estrategia
a seguir. Las diferencias que ambos mantienen y los malentendidos que se
generan entre ellos, lo lleva no sólo a terminar con su amistad sino a
abandonar el servicio de las armas. Volvemos sobre el mismo punto.
Finalmente, obligado a realizar múltiples
tareas para sobrevivir, Pueyrredón regresa recién a Buenos Aires en 1852,
después de la caída de Rosas. La nueva instancia política que se vive en Buenos
Aires con la llegada y pronta partida de Urquiza y la separación de Buenos
Aires de la Confederación Argentina, hace que opte por instalarse en Rosario,
cerca de su familia, en especial de su sobrino, José Hernández, claramente
partidario del federalismo de entonces, y en donde fallece en 1865, dos años
después de ver finalmente la república unida bajo una misma bandera.
Si volvemos al comienzo del texto y
retomamos lo dicho por Carl Schmitt respecto a que el “enemigo es sólo un
conjunto de hombres que siquiera eventualmente, de acuerdo con una posibilidad
real, se opone combativamente a otro conjunto análogo”, vemos que esa
eventualidad remite a la posibilidad latente de hacer la guerra. Y la guerra,
para Schmitt, es una lucha entre dos unidades organizadas –en el caso de la
guerra civil, ésta es una lucha dentro de una misma unidad organizada–,
significando, de esta manera, el fracaso de la política, necesaria para la
construcción de un orden social. En este sentido, es en la arena del campo de
batalla donde se expresa el antagonismo entre amigos-enemigos[35] [36].
En función de estas reflexiones, el
enemigo para Pueyrredón no era sólo el español-realista, el indio o el federal
rosista, sino todo aquél que se presentara en un campo de batalla en
representación de un proyecto político opuesto al que él creía. Y ese proyecto
más que político era militar, basado en los valores que él consideraba
admirables en todo soldado: heroísmo, valentía y honor. Aquí aparece esa lábil
frontera que marcáramos al comienzo del texto entre la identificación y el
reconocimiento de valores propios que se proyectan en un “otro” al que se
considera igual e idéntico y la diferenciación basada en la creencia de la
superioridad o inferioridad de esos mismos valores que llevan a considerar a un
“otro” no igual y diferente, sino inferior o superior y, por lo tanto, enemigo
a combatir[37].
Terminar con el enemigo, que era el extraño que amenazaba el cimiento de una
identidad, era la finalidad que movilizaba (y oponía entre sí) a los criollos
en la construcción de un nuevo orden político y social.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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Nacional de la Historia. (2000). Nueva Historia de la Nación Argentina. 4.
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Universidad Nacional de Quilmes.
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NOTAS
[1] * Este artículo fue presentado en el 1° Congreso Iberoamericano de Estudios Sociales sobre el Conflicto
Armado, Universidad Nacional de Luján, Ciudad Autónoma de Buenos Aires. 6, 7 y
8 de noviembre de 2019. Agradezco a Bibiana Andreucci y Gastón Scalfaro por la
invitación y los comentarios hechos a una versión previa del trabajo.
[2] Escritos Históricos del Coronel
Manuel A. Pueyrredón. Guerrero de la Independencia Argentina. Buenos Aires,
Editor Julio Suárez, 1929 y Memorias Inéditas del Coronel Manuel A.
Pueyrredón. Buenos Aires, Kraft, 1947.
[3] Cfr. Rabinovich (2011 y 2017);
Soria (2017).
[4] El tema es arduo y complejo y
nuestra intención, al invocar a Ricoeur, ha sido fundamentalmente dotar al
trabajo de un marco conceptual en el cual insertar nuestras reflexiones. Para
introducirse en la obra de Paul Ricoeur, Chartier (2005, pp. 69-86). Además
de las obras del propio Ricoeur (2000, pp. 731-747).
[5] Para completar sus datos biográficos, véase,
Yabén (1939, t. IV, pp. 739-745) y Cutolo (1978, t. V, pp. 619-621).
[6] Hijo de Juan Martín de Pueyrredón
Labrucherie, comerciante y hacendado de origen francés, y Rita Damasia O’Dogan,
vecina de Buenos Aires de origen irlandés, y hermano de Juan Martín; Diego
José; Juan Andrés; Feliciano; Juana; Magdalena e Isabel Pueyrredón O’Dogan.
[7] El matrimonio tuvo, además, otros
cuatro hijos: Rita (1801-1880), casada, en primeras nupcias, con Francisco de
Paula de la Cruz Lynch, con quien tuvo seis hijos, y, en segundas, con Miguel
Magariños, con quien tuvo dos hijas; Isabel (1805-1843), casada con Rafael
Pedro Pascual Hernández, con quien tuvo tres hijos, entre ellos el poeta José
Hernández, autor del Martín Fierro; Victoria (1806-1888), casada con
Mariano José Pueyrredón, con quien tuvo cuatro hijos; y Adolfo Feliciano
(1825-1892), casado con Idalina Carneiro da Fontoura Lopez, con quien tuvo diez
hijos.
[8] Para la contextualización del
período, véase, entre otros, Goldman (1998, t. III); Academia Nacional de la
Historia (2000, t. 4); Ternavasio (2009).
[9] Sobre la conformación del Ejército
de los Andes y otros temas relacionados, véase, entre otros, Rabinovich (2013).
[10] Carta del Director Supremo,
General Don Juan Martín de Pueyrredón al General Don José de San Martín, 24 de
septiembre de 1818, Museo Mitre, Documentos del Archivo de San Martín, t. IV,
p. 606. Transcripta en Pueyrredón (1929, pp. XV-XVII).
[11] Archivo General del Ejército,
Legajo Personal 10420, Coronel Manuel Alejandro Pueyrredón [en adelante, AGE,
LP 10420].
[12] Participó de las batallas de
Ñuble, Bío-bío, Mesamávida, Paillique, Yumbel, Concepción, Talcahuano, Santa
Juana, Curalí y Carampangue, en los sitios de Los Angeles y Talcahuano y en la
segunda expedición a Valdivia.
[13] “Los jefes de esas gavillas, dice
Pueyrredón (1947, pp. 225-226), eran un tal Zapata, Pincheira y Alarcón (dos
hermanos). A estos hombres condecoró el general español con el título de
capitanes por el Rey de España y les dio instrucciones para hacer la guerra a
los patriotas”.
[14] Para profundizar este tema, véanse, entre otras, las
clásicas obras de Bartolomé Mitre (1890) y Diego Barros Arana (2002, vol. 10).
[15] Carrera tenía recelo del general
Juan Martín de Pueyrredón por el apoyo que éste le había brindado al general
San Martín y a su enemigo declarado, el general O’Higgins. Los consideraba
responsables de la muerte de sus dos hermanos.
[16] Véase, Vicuña Mackenna (1837).
También, Bragoni (2012).
[17] Rodríguez realizó tres
expediciones a la campaña sur de Buenos Aires: 1820, 1823 y 1824. Para ampliar
este tema de forma general, véase, entre otros, Barros (1957) y Walther (1970).
Para otro tipo de enfoques, Banzato (2005) y Ratto (2007).
[18] La fuerza estaba constituida por
500 hombres del Batallón N°1 Milicias de Infantería montada, comandada por el
coronel Correa; 400 del Regimiento de Blandengues, a cargo del coronel Mariano
Ibarrola; 400 Húsares Dragones, dirigidos por el comandante Anacleto Medina;
200 Húsares de Buenos Aires bajo la conducción del comandante Federico Rauch;
600 Milicias de Caballería bajo el mando de los comandantes Francisco Sayós e
Ignacio Inarra; 100 Voluntarios con el comandante Miguens; 250 Colorados de las
Conchas con José María Videla y 50 baqueanos. En total, 3.000 hombres
(Pueyrredón, 1929, p. 124).
[19] La cursiva es mía.
[20] La cursiva es mía.
[21] La cursiva es mía.
[22] AGE, LP 10420.
[23] En su legajo
personal, figura, desde el mes de abril de 1826, “enfermo” y “enfermo en casa”,
y, finalmente, la baja con fecha del 1° de septiembre de 1826 (AGE, LP 10420).
También, Cutolo (1978, p. 620).
[24] Para este tema,
véase, entre otros, Palomeque (1914); Cruz (1916); Frega (2009).
[25] Para ver las diferentes
connotaciones de este término, véase Di Meglio (2008, pp. 115-131).
[26] En realidad, se trató de un ardid del
general Rivera para entrar pacíficamente a la Banda Oriental. Por ello, había
hecho correr la falsa noticia de un levantamiento en contra del gobierno
recientemente constituido y envió al coronel Pueyrredón en misión a Canelones
para que informara al gobernador que el supuesto grupo revolucionario le había
ofrecido el mando de las fuerzas, pero que él había reusado aceptar
convirtiéndose, por el contrario, en defensor de la autoridad. Con ese objetivo
se habían falseado los números. En realidad, Rivera marchaba con un ejército de
1.500 hombres, 200 lanzas misioneras, 44 mil cabezas de ganado vacuno y 2.000
familias (Pueyrredón, 1929, pp. 220-235).
[27] AGE, LP 10420. Cumplió servicios
en Chascomús, Tapera de Marín, Reducción de los Jesuitas y Quilmes y Ramallo en
la provincia de Buenos Aires. Véase, además, Reguera (2017, pp.
51-76).
[28] AGE, LP 10420.
[29] Sobre este tema, véase, entre
otros, Zubizarreta (2014).
[30] El objeto de esa negociación, dice
Pueyrredón (1929: 272), era impedir que el general Lavalle se movilizara, por
ello, una vez que éste dejó Montevideo para pasar a la isla Martín García, el
acuerdo entre Rosas y Rivera ya no tuvo razón de ser. Para más datos sobre
estos acontecimientos, véase, entre otros, Saldías (1911); Beverina (1923); Paz (2007).
[31] Los generales mencionados fueron
representantes en la legislatura porteña durante el periodo rosista. Para más
datos, véase, Reguera (2019).
[32] Véase, Saldías (op cit.); Beverina (op cit.); Paz (op cit.).
[33] Para este tema, véase, entre otros, Carranza
(1880); Selva (1935); Gelman (2002).
[34] Véase, entre otros, Saldías (op cit.); Beverina (op cit.); Paz (op cit.).
[35] El mismo Schmitt admite que en el
plano moral las distinciones de fondo pueden ser bueno y malo; en el estético,
belleza y fealdad; en el económico, rentable y no rentable. Véase, Delgado
Parra (op cit., p. 177).
[36] Sobre el tema de la guerra en el
Río de la Plata, véase, entre otros, Rabinovich
y Zubizarreta (2015) y Rabinovich (2015). Para
un análisis de la construcción discursiva sobre el “otro”, enemigo y
extranjero, en el Río de la Plata, véase, Cantera (2016).
[37] Para el tema de la otredad, véase,
entre otros, Todorov (2000).
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